Cuando nací no me pusieron nombre alguno;
Extraño, ¿verdad?; En realidad, como es lógico, no recuerdo si esa fue la
decisión que tomaron mis padres o si, realmente, cuando ellos desaparecieron -de
aquello tampoco tengo recuerdos- olvidaron darle mi nombre a quienes me
adoptaron; Tal vez fueron ellos mismos, mis padres biológicos, quienes pidieron
a mis otros padres, los de adopción, que no me llamasen de ninguna manera; A
pesar de todo, como digo, no lo sé con certeza y tampoco me explico el motivo
que les pudo llevar a tomar esta decisión, no logro entenderlo -si realmente
fue así-; Lo que sí sé, de esto estoy muy seguro, es que no tengo nombre, nunca
lo he tenido y, a estas alturas de la vida, no creo que llegue a tenerlo nunca;
En ocasiones fue divertido, en el colegio siempre me libraba de salir a dar la
lección ya que no aparecía en las listas más que con un espacio en blanco y los
profesores, inconscientemente, siempre se lo saltaban pensando que era algún
error tipográfico; Otras veces era muy triste, apenas si tenía amigos porque
cada vez que me acercaba a algún niño y me preguntaba mi nombre tras darme el
suyo, yo, indefectiblemente, callaba, no podía ser de otra forma, y el niño en
cuestión, aburrido, finalmente se marchaba; Con el tiempo aprendí que eso de no
tener nombre debía tener alguna ventaja, en realidad me empeñé en buscarla; Así
que inventaba los nombres para presentarme ante los demás y eso me permitió darme a
conocer con nombres curiosos, nombres sencillos, nombres extraños, nombres
atractivos, nombres repulsivos, etcétera, siempre en función de quién quería
saber cómo me llamaba o qué quería yo que pensase sobre mí quien lo oía; El
tiempo me demostró que estas pequeñas mentiras podían llegar a ser peligrosas;
Al final ya no recordaba qué nombre le había dado a quién y, a veces, paseando
por la calle, alguien me llamaba por el nombre que le había dado y yo seguía
caminando indiferente, puesto que ni recordaba el Paco, Antonio o Francisco que
le dije me llamaba y, muy posiblemente, tampoco le recordaba a él; Esa es otra
de las circunstancias características de mi realidad, no recuerdo demasiado
bien a la gente, podría decirse que soy mal fisionomista, pero creo firmemente
que esta circunstancia acontece precisamente porque no tengo nombre, tal vez
resulte una afirmación absurda, pero es así, al menos así lo creo; Pensándolo
bien todo esto podría considerarse como una suerte de don, un regalo divino del
que uno puede hacer uso cuando y como le plazca; En fin, no tener nombre
resulta insólito, como decía, pero para la sociedad, para la gente, es
inconcebible; Nadie se lo cree; Nadie me cree cuando les digo que no pueden
llamarme, que no aparezco en las guías telefónicas, que no puedo sacarme ningún
documento de identificación oficial y que no tengo ni un maldito carné de
conducir; Nadie me da trabajo; Ni siquiera tengo amigos; A veces pienso que en
realidad no existo y, tal vez, realmente no exista.
Fotografía: www.consolidatunegocio.com
Mérida a 22 de marzo
de 2015 e Isla Cristina a 3 de mayo de 2015.
Rubén Cabecera
Soriano.