Finalmente llegó tan funesto día. La
convocatoria de huelga con la que la asociación de futbolistas venía amenazando
desde hacía mucho tiempo se hizo realidad. Los peores presagios vaticinados por
los estudiosos del comportamiento social se presentaron como una terrible y
repentina enfermedad mortal imposible de curar por mayor empeño y por muchos
medios que los actores políticos en el poder intentaran poner. En realidad, los
futbolistas no hicieron más que ejercer un derecho reconocido como fundamental
en la Constitución Española en el artículo 28.2, sin que el ejercicio de ese
derecho pudiera dar pie a extinguir la relación de trabajo establecidas entre
ellos y su club, aunque dudo mucho que esto llegase a ocurrir. Lo que en ningún
caso se previó fueron las consecuencias de dicha huelga. Muchos ciudadanos,
perdón, quería decir unos pocos ciudadanos, aquellos que no se conformaron con
el titular aparecido en los periódicos deportivos, no entendieron
verdaderamente las reivindicaciones de los jugadores por considerarlas
excesivamente ventajistas desde el punto de vista fiscal, cuando los sueldos de
los futbolistas de la división de honor, curiosa designación para una liga de
fútbol, son, a todas luces, muy superiores a la media de cualquier españolito
de a pie y sus pretensiones más oscuras, quiero decir, aquellas que menos
reivindicaron abiertamente –aunque reconozco que entran aquí las
manipulaciones mediáticas y los intereses espurios de terceros que parecen no
querer dar crédito a las cinco peticiones abiertas hechas por los futbolistas-,
pretenden salvaguardar sus intereses económicos frente a la hacienda pública
que todos somos. En cualquier caso, estas cuestiones resultan baladíes cuando
nos ponemos a analizar las consecuencias que conllevó dicha huelga.
En plena crisis económica y política el Gobierno
ha sido capaz de torear con mayor o menor arte, aunque no siempre fueron artes
limpias, todas las amenazas de huelga, que no han sido demasiadas para la
situación económica que se vive, y las manifestaciones, por razones de toda
índole, que se han venido produciendo en estos últimos siete u ocho años. Dada
la gran capacidad de control de medios que el poder confiere a quienes lo
ostentan se ha inculcado en la ciudadanía una sensación de mejoría que no
refleja verdaderamente la realidad, si bien, los datos parecen ofrecer cierta
dosis de razón en lo referente a los condicionantes macroeconómicos, pero queda
muy lejos la realidad individual de miles de personas con grandes dificultades para
lograr un sustento digno. Ante este panorama el gobierno prestó poca atención a
la amenaza de huelga hecha por los futbolistas a raíz del Real Decreto-Ley
5/2015, de 30 de abril que el Gobierno, a golpe de martillo, como nos tiene
acostumbrado, aprobó para su inmediata aplicación. El Gobierno intuyó que la
huelga no se produciría y, de hacerlo, sus consecuencias serían mínimas, al fin
y al cabo se trata de un colectivo menor cuya incidencia no merecía ser tenida
en cuenta, ese fue el pensamiento de los mandatarios, desoyendo el conflictivo escenario
social que esos gurús sociales habían vaticinado.
El aciago fin de semana de la huelga
llegó. Los campos de fútbol estaban
vacíos, pero muchas personas inopinadamente comenzaron a agolparse a sus
puertas. Todos los espacios de acceso a los estadios se llenaron de gente
ansiosa por recibir su dosis semanal de circo. Eran conscientes de que no iba a
producirse y eso les estaba provocando un agudo síndrome de abstinencia que no
sabían cómo controlar. Cientos de miles de personas, millones, según algunas
fuentes, se encontraban en la periferia de los estadios presentando un aspecto
catatónico incomprensible para los estudiosos del comportamiento social, pero,
en cierto modo previsible a tenor de la realidad que vivimos. El sábado del fin
de semana de la huelga discurrió sin más. Mucha gente acampó en las
postrimerías de los estadios, otros se marcharon a casa con la vista perdida
según testificaron los pocos a los que esa suerte de síndrome de abstinencia no
había afectado. Los bares, tascas, restaurantes y demás locales que
habitualmente se llenaban durante y tras los partidos se encontraban totalmente
vacíos Al día siguiente la escena se repitió, pero el número de asistentes se
incrementó de forma sustancial, casi exponencial. La gente abarrotaba los
accesos a los campos de fútbol que lógicamente permanecían cerrados por la
convocatoria de huelga. La tensión en el ambiente hizo saltar las alarmas de
las fuerzas de seguridad del estado, que consideraron que ese fin de semana
sería tranquilo, y comenzaron a movilizarse y a patrullar los entornos de los
estadios solo para observar el comportamiento del gentío. Finalmente el domingo
terminó sin incidentes y todos los ciudadanos que habían merodeado los campos
de fútbol se retiraron en actitud pacífica a sus casas, a pesar de que no había
desaparecido la vista perdida de sus ojos. El Gobierno intentó actuar en
consecuencia comprando de urgencia los derechos televisivos de algunos de los
partidos más relevantes de ligas internacionales y, con una programación
especial de la televisión pública, los retransmitió durante toda la noche del
domingo. La prensa se hizo eco de dicha situación con titulares como “El Gobierno pretende calmar los ánimos con
ligas extranjeras”, “El fútbol de fuera
tranquiliza a los de dentro” o “El
fútbol sosiega al hombre”, este último titular conllevó severas críticas
provenientes de sectores feministas por cuanto resultaba ofensivo a raíz los
matices machistas que podían deducirse del titular y que no hacían honor a la
verdad, cada vez más incipiente, del creciente número de féminas que, por unas
razones u otras, se estaban aficionando a este deporte.
El lunes siguiente amaneció nublado. La gente encendió el
televisor para el desayuno y el último partido de la jornada de la liga inglesa
estaba terminándose de transmitir como parte de esa programación especial que
se había puesto en marcha desde la televisión pública. Entonces ocurrió lo
imprevisible. Millones de ciudadanos, consumidores de tan denostado deporte por
cuanto quedó convertido hace tiempo en espectáculo circense donde la sangre
corre entre las gradas, entiéndase sangre en sentido metafórico, aunque en
ocasiones no sea así, salieron a la calle de forma simultánea olvidando sus
trabajos, aquellos que los tenían, y comenzaron a destrozar todo lo que se
encontraban a su paso. Tal vez se inició en un solo lugar y solo fue una
persona, pero tardó muy poco tiempo en generalizarse a todo el país
transformándolo en un auténtico campo de batalla entre bandos desconocidos. Las
fuerzas de seguridad estaban sumamente mermadas porque muchos de sus miembros
se habían unido a tamaña caterva. Los medios de comunicación apenas si podían
ofrecer información de lo que acontecía por idénticos motivos. Muchos de los
políticos que ostentaban cargos se estaban uniendo a la violenta manifestación.
Todo lo que encontraban a su paso era arrollado, destrozado, parecía como si de
una marabunta se tratase imposible de ser parada por nadie, entre otras cosas,
porque prácticamente nadie había para pararla. La violencia fue tomando un
cariz cada vez mayor hasta que los enfrentamientos entre miembros de esta
miríada se hicieron terroríficos corriendo la sangre por doquier. No parecía
que nada pudiese poner fin a esta situación inexplicable para muchos y que
superó a los más agoreros estudiosos que intentaron concienciar al Gobierno
para que hiciese todo lo posible por detener la huelga. Nada fue hecho. Los
daños fueron terribles. La situación comenzó a tranquilizarse gracias al paso
del tiempo, prácticamente fue una decena de días la que el país sufrió bajo
estas circunstancias, tiempo necesario según los psicólogos para superar un
potente envite de crisis de abstinencia de las drogas más poderosas, y gracias
también a la ayuda internacional proveniente de los países vecinos donde las
ligas de fútbol continuaron desarrollándose con normalidad.
El daño provocado por esta incontenida violencia fue
sumamente cuantioso, incalculable según los informes periciales emitidos cuando
la normalidad volvió a regir el país. Sin embargo, algunos estudiosos
consideraron que todo el dolor y el sufrimiento de la nación durante este
tiempo, bien mereció la pena, ya que, a todas luces, una conciencia de
raciocinio se apoderó de los ciudadanos al superar la crisis y al retomar la
realidad fueron capaces de concederle al fútbol y a cualquier otro espectáculo
circense la verdadera importancia que tienen pasando a un plano inferior y
recuperando la preocupación por las cuestiones sociales que realmente tienen importancia
y que a todos nos atañen.
Fotografía: elconfidencial.com
Mérida a 10 de mayo de
2015.
Rubén Cabecera
Soriano.