Llevaba ya algún rato sentado. Sin embargo, no
recuerdo la espera como tensa. El silencio se apoderó de nosotros, del banco,
del parque, de la ciudad, tal vez de todo el mundo que, para mí, hasta entonces
era conocido. Nada parecía capaz de romper ese silencio aterrador y al mismo
tiempo tan agradable que nos sumía en un lapso temporal que estaba
desaprovechando en intentar averiguar quién era esa persona tan insólita al
lado de la cual me había sentado y que parecía saber tanto de mí, diciéndome lo
poco que sabía de mí mismo, cuando, en realidad, bien podría estar pensando
precisamente en eso, en cuán poco sabía yo de mí mismo. En realidad era
absolutamente cierto, yo, sin saberlo, sabía muy poco de mí. Mi yo se limitaba
a aquello en que la sociedad me había convertido, era poco menos que un
autómata incapaz de repetir con precisión, por tener, y así lo reconozco, las
facultades mermadas y no por rebeldía, aquello para lo que me habían
programado. Aunque, tal vez, precisamente esas carencias en mis aptitudes eran
las que me salvarían, las que me permitirían salir de donde estaba, que no era
sino un vacío existencial repleto, paradójicamente, de nimiedades y menudencias
con las que mi entorno me había engatusado para convencerme de que vivía una
felicidad que era, en el fondo, absolutamente irreal. No había sido consciente
de ello hasta entonces, hasta el encuentro con este extraño ser que, como si de
un ángel salvador se tratase, me estaba sacando de un pozo cuyas paredes
estaban pintadas de un precioso color rosa que me tenía embobado y que no me
permitía identificar la profundidad y la oscuridad que rodeaba mi mente. Vivía
una mentira. Que te cuenten la verdad puede ser duro, pero que te hagan verla a
ti mismo, que la reconozcas como consecuencia de un proceso mental propio,
aunque hubiese sido inducido, lo es mucho más. Se sufre. Yo estaba sufriendo.
Ahora lo recuerdo con alegría, pues ese proceso fue lo que me permitió salir de
ese abismo en el que me encontraba sumido, pero debo reconocer que el proceso
fue terrible ya que no es fácil reconocer que llevas más de cuarenta años
viviendo una mentira, además, una mentira de la que ni siquiera puede decirse
que hubiese sido yo mismo el creador como mecanismo defensa para mí mismo por
quién sabe qué circunstancias, sino más bien una mentira que han montado
alrededor de ti para que creas lo que han querido que creas sin que seas
consciente de ello.
Y allí seguía yo, naufragado en mis absurdas
reflexiones con las que intentaba ubicar en algún momento de mi vida al ser que
estaba a mi lado y reconocerle a pesar de que sabía perfectamente que no le
conocía, es absurdo perderse en pensamientos tan pueriles, pero era incapaz de
plantearme alternativa mental alguna. Estaba perdiendo una vez más el tiempo,
como tantas veces en mi vida, como siempre había hecho, sin saberlo también una
vez más. Oscurecía cuando volvió a dirigirse a mí, Busca, eso fue lo que me dijo. Una sola palabra, aislada,
descontextualizada. Tuve la impresión de que la había dicho inopinadamente,
sencillamente porque sí, sin que tuviese un sentido más profundo. Entonces se
levantó y sin dedicarme una simple mirada insinuando algo parecido a una
despedida se marchó. Había estado con él durante casi todo el día, sentado, a
su lado. Apenas habíamos intercambiado unas palabras, si es que puede
llamársele intercambio de palabras a las frases que me había lanzado, y ahora
se iba así, sin más. No podía permitirlo. Me levanté con la intención de
detenerle, me veía a mí mismo agarrándole del brazo y reclamándole una
explicación, al menos una simple aclaración, pero en el instante en que me
decidí a hacerlo, él ya no estaba. No puedo decir que hubiese desaparecido sin
más, creo que sencillamente la oscuridad de la incipiente noche le había
ocultado ante mis ojos, pero reconozco que durante un instante tuve la
sensación de que había estado junto a un espectro, y reconozco que eso habría
sido casi un alivio, porque mi siguiente pensamiento fue que en realidad todo
había sido fruto de mi imaginación. Tal vez me estaba volviendo loco. Como
quiera que no pude localizarle, decidí que al día siguiente iría a ver a un
psiquiatra amigo mío para contarle estas extrañas experiencias que estaba
viviendo desde hacía unos días. En realidad no estaba del todo convencido de
que esa fuese una buena idea, pero seguramente fue mi desesperación la que me
hizo inclinarme por dicha alternativa. Seguramente se reiría de mí, teníamos
mucha confianza y se lo podría permitir, pero yo me quedaría más tranquilo si
un profesional me aclaraba qué estaba pasando por mi cabeza.
Llegué a mi casa abstraído en estos
pensamientos cuando recobré el sentido de la realidad que me rodeaba. Tenía
hambre, hambre y sed. Mucha. Llevaba casi todo el día sin tomar alimento alguno
y el estómago me golpeó con fuerza hasta conseguir borrar de mi mente cualquier
absurda preocupación y logró que me centrase en aquello que era realmente
importante para mi cuerpo, una ración de comida que me hiciese recuperar las
fuerzas; sentía que me encontraba débil. En no demasiado tiempo aprehendería
que estas sensaciones pueden ser controladas, eliminadas, que la mente puede
estar por encima de las necesidades físicas del cuerpo. Me preparé un bocadillo
con restos que encontré en el frigorífico y las dos últimas rebanadas de pan de
molde que quedaban en la despensa. Lo devoré. Casi sin masticar. Sin masticar
en verdad. Lo engullí con gran apetito y enseguida tuve la necesidad de tomar
agua. La tragué con idéntica avidez hasta encontrarme saciado. Al menos lo
suficientemente saciado como para acallar mis tripas. Me aseé. Me cambié. Me
metí en la cama. Cerré los ojos. Allí estaba él. Nuevamente. Ahora sí que era
mi imaginación. De eso no había lugar a dudas. Estaba en mi mente porque yo, de
forma más o menos consciente, así lo quería. Solo que no podía verle la cara,
no se la identificaba. Sin embargo, era consciente de que le había mirado, de
que había observado detalles en su rostro que habitualmente me pasaban
desapercibidos con cualquier otra persona, pero ahora no le veía. Su cara
estaba vacía, como si no existiese, como si su rostro careciese de ojos, de
boca, de nariz, como si sus rasgos faciales se hubiesen borrado. Como si no
tuviese identidad.
Fotografía: eclasis.com