El título no es del
todo cierto, siento por ambos una profunda admiración, son los matices los que en
realidad me hacen inclinarme por Goya que fue un revolucionario -probablemente
inconsciente- de los de verdad, de los de la cultura, de los del arte, con sus
cosas, como todo hijo de vecino, aunque, al final, resulta evidente que es una
cuestión de gustos, más allá del conocimiento que se pueda tener de la obra de
cada pintor referido. En cualquier caso, desde hace veintinueve años -permítaseme
esta exagerada licencia puesto que no tengo consciencia ni recuerdo alguno que
ataña a esta cuestión de tan antiguo, ni puedo considerarme un desaforado
cinéfilo- celebro que fuese el nombre de Goya el elegido para conmemorar la celebración
anual que la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España
hace de su arte que es, seguramente, la representación artística más cercana a
la gente que existe hoy en día, a pesar de ser la cinematografía un arte
relativamente joven. Y lo celebro por lo que representa, por la inmensa carga
artística que imprime este nombre y que, aplicada al cine, proporciona una sutil
escala del alcance que este arte tiene.
Me gusta, ciertamente
me gusta. Resulta evidente que se trata de una celebración para los artistas,
para los actores y actrices, directores y guionistas, cámaras y técnicos de
sonido, y demás profesionales de esta industria, extraña palabra esta para un arte, a
pesar de que produce riqueza –de muchos tipos, no solo económica, sino también,
y especialmente, cultural y patrimonial-. Es una fiesta que se organiza para
vanagloria, sin connotaciones peyorativas, de aquellos que forman parte de este
mundo curioso, insólito, endogámico, calificativo, aquí lisonjero, que se
comprende por el intenso y compartido proceso creativo que cualquier película
conlleva. Sin embargo, a pesar de que se trata de un espectáculo al que no
estoy directamente invitado -y como yo muchos espectadores- esta fiesta es en
cierto modo también mía, y lo es porque ellos se empeñan en acercármela y lo
agradezco, a pesar de que esta circunstancia hace que la celebración se
desnaturalice en cierto modo, ya que la organizan para ellos, pero la muestran
a todos. No me importa, la disfruto cuando la veo y durante el tiempo que la
veo –a pesar de que no suelo terminarla pues suele extenderse más allá de las
horas para mí prudentes-. El caso es que al día siguiente repaso la lista de
los ganadores, aunque no haya visto muchas de las películas o no conozca a los
actores y actrices galardonados –ni que decir tiene hablar de mi
desconocimiento de los premios de carácter más técnico- y disfruto, reconozco
cierta componente morbosa en esto, comprobando cómo cargan tintas contra la
duración, contra los trajes, contra los homenajeados y contra los premiados.
Está bien, es sano, se agradece incluso.
Esta fiesta no deja de
ser, por tanto, un importante escaparate que tiene que jugar y manejar con
cuidado la dualidad que lleva implícita: Es la fiesta de los del cine a la que
todo el mundo, sin excepción, está invitado. Así pues, aquellos que tienen sus
minutos de gloria sienten la tentación de hacer del atril un altavoz para
reivindicar sus opiniones y, o sus opciones. Esta circunstancia ya me ofrece
algunas dudas que no sabría dirimir, puesto que en muchas ocasiones estoy
totalmente de acuerdo con las reivindicaciones que se hacen –prácticamente
siempre- y considero que, de no ser por este tipo de eventos, seguramente no
podrían hacer llegar el mensaje a un sinnúmero de personas que, de no ser así,
tal vez no tendrían conocimiento de las realidades que se manifiestan. Es,
evidentemente, una opción personal, de cada uno de los sube a recoger su
merecido premio, tras la que, estoy seguro, se podrían descubrir fuertes
presiones por parte de la organización procurando evitar estas situaciones,
desagradables para según qué invitados, tanto presentes como ausentes, pero
precisamente esta libertad de expresión es la que hace grande la celebración.
Me encanta y me molesta que se hable del IVA, me encanta y me molesta que se
hable de la guerra, me encanta y me molesta que se hable de la pobreza, de la
crisis, de los abusos, de los desahucios, de los políticos, etcétera. Y me
encanta porque son mensajes necesarios que no siempre se lanzan y que quienes
tienen que darlos o, mejor aún, quienes tienen que resolver estos problemas
parecen estar ciegos o sordos y no los tienen suficientemente
interiorizados y prefieren ofrecer su labor a otros postores, normalmente mejores,
económicamente hablando. Y me molesta porque son dos –o cinco- horas de
espectáculo para reír –inclúyanse en este apartado la risa y la sonrisa
sinceras, y la risa y la sonrisa sarcásticas- y emocionarse con los nominados,
con los premiados y con los homenajeados y, en ocasiones, solo en algunas
ocasiones, es necesario dejar de lado toda la inmundicia que nos rodea para
sustituirlas por una pequeña dosis de glamour por artificial que este sea.
Gracias Goya.
Fotografía: es.wikirecent.com
Mérida a 8 de febrero
de 2015.
Rubén Cabecera
Soriano.