Cuenta la leyenda que
en una tierra muy lejana gobernada por el Tiempo como dios supremo, los
hombres, limitados en su conocimiento en comparación con la infinita sabiduría
de su dios, no alcanzaban a entender el sentido de sus vidas y le pedían
constantemente, mediante grandes sacrificios que realizaban en el altar de la
piedra eterna a Él consagrada, una luz que les guiara.
El Tiempo, apiadándose
de ellos y viendo que sus rezos y su fe eran inquebrantables, les concedió el
sueño como presente con el que pudiesen alcanzar a comprender el sentido de su
existencia. Los hombres, extrañados por el insólito don recibido, marcharon a
dormir, como cada día, sin apreciar que nada en sus vidas hubiera cambiado,
pero esa noche todos y cada uno de ellos, por primera vez, soñaron. Cada uno
soñó algo distinto, cada uno imaginó mundos diferentes, bosques frondosos, ríos
caudalosos, playas infinitas, animales imposibles, riqueza, pobreza, dolor,
alegría, unos soñaron que caían y que nada les frenaba, otros soñaron que
volaban y que contemplaban el mundo desde el cielo, cada cual tuvo su sueño,
ninguno fue igual, ninguno se pareció, algunos soñaron con gente que conocían y
otros descubrieron en sus sueños hombres y mujeres que nunca antes habían visto.
Al día siguiente todos
los hombres se reunieron en el templo, frente al altar con la piedra consagrada
al dios Tiempo, y comenzaron a discutir acerca de lo que habían vivido durante
esa noche. Intentaron entender qué significaban esos sueños, explicaron qué
había soñado cada uno y escudriñaron, hasta donde alcanzaban sus mentes, procurando
encontrar sentido a esos nuevos mundos que habían contemplado, a esas nuevas
experiencias que habían vivido. Ni tan siquiera los más sabios y vetustos
sacerdotes consiguieron dar explicación alguna a esos sueños. Ni tan siquiera
los oráculos a los que recurrían en las situaciones más confusas pudieron
darles respuesta. Así que, preocupados por no comprender esa nueva realidad que
el Tiempo les había regalado, recurrieron nuevamente al dios para pedirle
ayuda, para pedirle que les diese la capacidad de entender qué significaba eso
que durante la noche habían sentido tan cercano, tan real como la vida que
estaban acostumbrados a vivir, tan real como el tiempo de vigilia en el que
trabajaban, conversaban, jugaban, caminaban, saltaban, compartían y, a veces,
guerreaban. El Tiempo no les dio respuesta alguna, pues consideraba que ya
tenían bastante con el regalo que les había hecho, pero los hombres siguieron suplicando
cada día preguntando por el sentido de sus vidas, ahora de sus vidas durante el
día y de la recién descubierta vida de los sueños durante las noches.
Fue tanta la
insistencia de los hombres, tantos los sacrificios realizados que, al final, el
Tiempo nuevamente se compadeció de ellos y decidió ofrecerles una respuesta: Preguntad a los niños, eso fue lo que
les dijo. Y todos fueron presurosos a hablar con sus hijos, con sus nietos, con
sus sobrinos, con los hijos de sus amigos, para preguntarles acerca de los
sueños. Los niños no comprendía qué tenían que responder a las preguntas que
les hacían y solo ofrecían nuevas preguntas que los hombres tampoco entendían,
pero había un niño, muy pequeño aún, que les contó que en sus sueños decidía
qué iba a ocurrir, que los sueños eran lo realmente importante y que la vida en
los sueños no era lineal como la que estaban acostumbrados a vivir durante el
día, que en los sueños estaban las respuestas a sus preguntas y que solo tenían
que vivirlos como una realidad superior, como la verdadera realidad en la que
el tiempo no se puede medir y no se tienen las limitaciones que la vida diaria,
la del mundo tangible, impone. Los hombres escucharon atentos las explicaciones
del niño, pero no las creyeron, no supieron entender qué les estaba
transmitiendo el Tiempo por boca del niño. No supieron ver que precisamente esa
era la respuesta, la respuesta estaba en los sueños que era donde podían
decidir, donde realmente se encontraban las cosas importantes de la vida y a la
que solo tenían acceso quienes, con una profunda sensibilidad, soñaban la
realidad, aquellos que aún eran niños.
Fotografía: www.sobreleyendas.com
Mérida a 15 de febrero
de 2015.
Rubén Cabecera
Soriano.