Diálogo de dioses.



Un atentado más, un ser humano menos. Homenaje a los asesinado en París en la sede del semanario satírico Charlie Hebdo el 7 de enero de 2015.

¿Dónde habíamos quedado?, buenas tardes. Vamos Yahveh, lo sabes perfectamente, no te hagas el gracioso. Sí, bueno, tan solo era para romper el hielo; Llegaremos tarde como no nos apresuremos. ¿Sigues con los chistes?; Si quieres, paro yo el tiempo, o mejor aún, nos trasladamos sin que pase ni un segundo; ¿Quieres que te lleve? No hace falta Allah; Puedo yo solito. Ya lo sé; Venga vámonos, Dios estará esperando, tenemos reunión. Finalmente deciden, sin mediar palabra, eso sí, trasladarse cada uno por su cuenta a la cumbre de la montaña donde habían quedado con Dios y con todos los demás dioses y diosas, Visnú, Brahman, Shivá;  estaban los dioses de la antigua Roma, de la antigua Grecia, del antiguo Egipto, dioses Persas, Aztecas, Mayas, Incas, Atnuis, Sumerios, todos, sin falta, estaban todos los dioses en los que los hombres creían o habían creído, también estaban los dioses en los que los hombres creerán. Yahveh y Allah prefieren trasladarse sin que transcurra tiempo alguno, deciden que eso es mejor que pararlo ya que habría supuesto algún pequeño descuadre en los aparatos de sus seres preferidos, los humanos, y Ya bastante lío tienen de ordinario como para que les enmarañemos más la existencia, dijo Yahveh a Allah; Dios, en la distancia, esperando ya, estuvo de acuerdo.

Allí se encontraban todos los dioses y diosas, sin orden preeminente, sin presencia preponderante, todos estaban presentes, no faltaba ninguno, sentados sobre la nieve, aunque tal vez deberíamos decir levitando, la espalda perfectamente recta, o curva, sería difícil precisar, uno frente a otro. Había una gran tormenta. Así lo decidieron para que ningún hombre se atreviese a ascender a la cumbre mientras ellos conversaban. Hablaban todos los días, podían hacerlo por lejos que estuviesen unos de otros, pero había transcurrido mucho tiempo -del terrenal- desde la última vez que se juntaron. Seguramente, en palabras humanas, podríamos decir que se unieron, porque era tal la cercanía, tan grande la conexión entre ellos, muy por encima del entendimiento de los hombres, que de haber estado allí un ser humano no habría podido precisar si eran uno o mil el número de dioses allí presentes. Todos los dioses hablaban a la vez, pero todos se entendían perfectamente, ninguno alzaba más la voz que otro y todos expresaban su opinión.

Decían al unísono, En algo hemos debido confundirnos, -no se produjeron disquisiciones sobre la infalibilidad de los dioses, no procedía, además esto no deja de ser sino una transcripción de un lenguaje superior, el de los dioses, para acercar este diálogo al entendimiento humano-; No puede ser que los seres humanos se maten en nuestro nombre; Tal vez los textos con los que les hicimos saber de nuestra existencia estén anticuados; Tal vez esas letras hayan sido interpretadas erróneamente; En ningún sitio decimos que haya que matar para honrarnos o para venir a nuestra casa, a nuestro cielo, a nuestro paraíso; En ningún sitio se dice que los infieles deban pagar con su vida si no creen en nosotros; No hay palabra alguna en nuestros textos que pida la muerte ajena; Es un sinsentido, el que quiera creer en uno de nosotros que crea, el que no quiera creer que no crea; Es su problema; Ya saben lo que ofrecemos; Qué más nos da que haya uno o mil que crean; Al final todos somos uno, todos somos lo mismo, todos existimos en su fe. Se mantuvo un silencio de duración incierta, imprecisa, tal vez un segundo, tal vez un milenio, No debemos ser tan inocentes; Es la manipulación que los propios seres humanos hacen de nuestro nombre la que provoca todo este dolor; Son ellos mismos quienes interpretan como les viene en gana nuestro mensaje en función de sus intereses; Pero no son todos; Cierto; No son todos; Son solo algunos; Son los que tienen ansia de poder; Los avariciosos; Los que aspiran tener por principio; Los que quisieran ser como nosotros, pero no pueden y, sin embargo, no cesan en su empeño de manipular a los demás, a quienes realmente tienen fe; A los que creen de corazón en nosotros; Y, en realidad, estos son los que finalmente sufren, los que realmente se enfrentan con el dolor y quienes afrontan los sacrificios que, en nuestro nombre, esos manipuladores piden. Nuevamente un grave silencio en el que ni el terrible viento de la tormenta podía oírse, ¿No deberíamos hacer algo?, todos los dioses pensaron sesudamente durante un instante, reflexionaron, decidieron, No, ¿qué sería entonces del libre albedrío?; Los hombres tendrán que crecer, madurar, conocer y rechazar aquellos pensamientos que quieren convertirse en creencias y que, lejos de buscar el bien común, pretenden hallar el bien propio, el de unos pocos; Eso es difícil; Sí, lo es, pero no debemos caer en la tentación de hacerles cambiar con nuestra todopoderosa acción; Un solo movimiento de nuestro índice lo resolvería todo –nadie sabe a ciencia cierta si los dioses tienen dedos, pero esta es la traducción más aproximada de la idea que expusieron-, pero los hombres caerían en la desidia; Les daría igual todo; Siempre actuarían pensando que nuestro poder resolvería cualquier problema, que nuestra acción les salvaría; Como saben que eso no es posible, algunos venden que morir en nuestro nombre les salva, nadie ha vuelto de la muerte para decir lo contrario o confirmarlo; El hombre perdería su esencia si no le dejamos actuar libremente; Pero…, eso supone que seguirán sufriendo, que seguirá habiendo muertes, asesinatos, atentados en nuestro nombre; Sí, tal y como siempre ha ocurrido; Los tuyos han matado en tu nombre y los míos han muerto por mi nombre; Debemos ser pacientes; Sabemos que no ocurrirá eternamente, ¿verdad?


Fotografía: wondrus.la


Mérida a 11 de enero de 2015.

Rubén Cabecera Soriano.

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