El actual panorama
político español se llena de partidos políticos alejados de los estereotipos
con los que los habituales partidos resurgieron o fueron creados tras la
dictadura franquista. Estos últimos ahora se enfrentan a un supuesto castigo de
la sociedad por los abusos que vienen cometiendo desde el poder, esto es, por
actuar como ladrones.
Este hartazgo por
ahora solo se refleja en las estadísticas. Será necesario comprobar si tiene
reflejo en las próximas elecciones o si solo se trata de una irritación de la
sociedad que finalmente se cure con pequeñas dosis de buenas palabras, promesas
a incumplir -que nadie podrá reclamarles más allá del reproche- e insultos y descalificaciones
contra los demás -que tanto gustan en esta España nuestra-, durante las
campañas preelectorales. Campañas, de otra parte, más que suficientemente bien
publicitadas para los grupos políticos “de postín” –ya me entienden ustedes-, gracias
a las nada exiguas cantidades de dinero que reciben estos partidos del Estado,
esto es, de nuestros bolsillos, y a los desinteresados préstamos –léase el
sarcasmo en su doble vertiente- que las entidades financieras les conceden para
conseguir re-convencer a la sociedad de que son ellos los únicos capaces de
gobernar, puesto que los nuevos partidos, así intentarán convencernos, son
inexpertos, de extrema derecha o izquierda, tanto da, o porque sus dirigentes
durante su juventud salieron a pasear con pantalones rotos y eso resulta
intolerable para nuestra sociedad.
Grupos políticos como Podemos,
Partido
X o Escaños en Blanco, y otros que me dejo en el tintero y que no
han sabido o no han podido sacar suficiente rédito de los medios de
comunicación y permanecen en la sombra del desconocimiento, ofrecen
alternativas, recogen el malestar de la gente, propugnan cambios en la sociedad
y en el sistema político, y esto a los ciudadanos les interesa e incluso se
comprometen con ellos… hasta que llega la hora de la verdad, hasta cuando llega
la hora del partido.
El símil tiene la
ventaja de ayudar a esclarecer una situación que, de otro modo, sería de
difícil comprensión. En este caso, el ejemplo que voy a utilizar no es de
elevado calado intelectual, sin embargo resultará sumamente demostrativo de la
realidad en que vivimos. En España, en lo referente a la política, ocurre como
en el fútbol: O se es del Madrid o del Barcelona –esporádicamente encontramos
gente que es del Atlético de Madrid-. Sí, es cierto que otros equipos tienen la
simpatía de la gente e incluso se les desea que ganen algún partido, pero
cuando llega la hora de la verdad, por mal que lo haya hecho nuestro equipo,
por mucho comportamiento antideportivo que hayan demostrado sus jugadores,
deseamos fervientemente que gane, encomendando su suerte a todos los santos y
santas del almanaque y a costa del equipo contrario si es menester. Así, se es
del Madrid y anti barcelonista –a muerte llegado el caso, que hay mucho
fanatismo y estupidez en este espectáculo, al igual que en la política- o se es
del Barcelona y anti madridista –ídem-. Este sentimiento o un extraño e
incomprensible apego nos ciega la razón. Da igual que hayan robado, esquilmado,
malversado, da igual que los dirigentes de esos grupos políticos hayan hecho
caso omiso de estas circunstancias y se hayan limitado a pasar de puntillas por
ellas, sin hacer apenas ruido y, por supuesto, sin la contundente respuesta que
merecerían. Incluso no importa que esos mismos dirigentes estén implicados en
esas corruptelas. Todo esto da igual. No importa. Se les volverá a votar porque
somos del Madrid o del Barcelona. Porque somos del PP o del PSOE
–esporádicamente alguno hay de IU-.
En realidad, lo
realmente triste, lo espantoso y espeluznante del asunto es que sea
precisamente la corrupción la que nos haga plantearnos esta derivada. Es decir,
si debemos mantener el voto heredado, el voto mamado desde nuestra más tierna
infancia, o debemos cargarnos de valentía y ofrecer nuestra confianza a quienes
nos ofrecen alternativas reales pedidas a grito por nosotros mismos en la
calle. Todo ello a pesar de que comprobemos que los grupos políticos
tradicionales estén putrefactos y obsoletos por más intenten hacerse un lavado
de cara o decidan erigirse como adalides de los más retrógrados sentimientos
humanos para provocar el enfrentamiento y ganar para su causa un puñado de
votos. Lo deseable, en mi opinión, es que esta dicotomía se produjese porque
las propuestas de uno son distintas a las de otros y tuviésemos la posibilidad
real de decantarnos por unas frente a otras. La corrupción no dejaría de
existir, está claro, pero debería ser la legislación –recordemos: hecha por los
políticos- la que de oficio castigase de verdad a quienes la ejercen. No quiero
un código de buenas prácticas de un partido político –vayan o no a cumplirlo-,
quiero una fiscalía independiente y una policía dotada para atajar esos
indignos comportamientos. Quiero jueces que actúen contundentemente y
sentencias ejemplarizantes para que la tentación se vaya diluyendo en las
mentes pútridas de los corruptos.
Por primera vez en
casi dos décadas, me siento animado para acercarme a las urnas. Espero que de
aquí al momento del voto estos grupos que me ofrecen alternativas no me
decepcionen. ¿Seremos capaces de cambiar nuestra sociedad?, al menos, ¿seremos
capaces de dar los primeros pasos para hacerlo?, ¿podremos?
Fotografía: publico.es
Mérida a 2 de noviembre
de 2014.
Rubén Cabecera
Soriano.