El caso que nos ocupa
hoy es una manifestación más de la tristemente famosa, y de gran actualidad,
enfermedad mental denominada dinerosis,
que afecta fundamentalmente a los parámetros del comportamiento y su relación
con la sociedad del individuo que la sufre.
Las últimas auditorias realizadas a una
antigua, y supuestamente prestigiosa, caja de ahorros –Caja Madrid-
transformada en banco o algo parecido –Bankia-, conocida con el sobrenombre de Bancáncer, rescatado inmoral e
injustamente con el dinero de todos como consecuencia de la nefasta gestión de
sus dirigentes, ha puesto de manifiesto recientemente la utilización capciosa
de excelsos fondos a través de unas tarjetas cuyos gastos no eran declarados al
fisco y que servían para apaciguar los incontrolados brotes de dinerosis que sufrían aquellos que
poseían dichos instrumentos -83 consejeros y directivos de la entidad según
citan la mayoría de las fuentes consultadas-. Recientemente, el juez de la Audiencia
Nacional Fernando Andreu ha señalado a los ex presidentes de Bankia y Caja
Madrid, los muy honorables señores Rodrigo Rato y Miguel Blesa
como máximos responsables del desfalco y les ha impuesto una fianza,
respectivamente, de dieciséis y tres millones de euros que deberían
entregar en un breve plazo. Los dos han anunciado que recurrirán esta
decisión –no es de extrañar, aunque son cifras que no deben serles demasiado
lejanas-. No está de más recordar aquí que el señor Rodrigo Rato fue
incorporado, a propuesta del presidente de Telefónica, César Alierta Izuel, al
Consejo de asesores de Telefónica Latam
y Telefónica Europe, tras la
aprobación el 4 de enero de 2013 de su candidatura por parte de la Comisión de
Nombramientos, Retribuciones y Buen Gobierno de Telefónica, S.A.,
recibiendo, de eso estoy seguro, como contrapartida magníficos emolumentos y no
sé si también tarjetas de crédito con fondo oscuro –me gustaría pensar que los
conocimientos del señor Rato como reputado, aunque en ocasiones olvidadizo,
economista habrán evitado que esta afamada compañía pueda caer en el mismo
error-. También es necesario poner de manifiesto que posteriormente al
nombramiento como consejero de Telefónica el señor Rato fue incorporado al
Consejo de Dirección del Santander y de la Inmobiliaria de La Caixa. Pueden
ustedes hacer el esfuerzo de buscar esta información en el Boletín Oficial del
Registro Mercantil (BORME) si tienen la paciencia suficiente para hallarlos,
pues este periódico de carácter público tiene un sistema de búsquedas globales
propio del siglo XIX –aunque solo para las Sección I que se corresponde con,
curiosamente, todos los actos inscribibles en los diferentes registros
territoriales que afectan a “empresarios” y, sin embargo es sumamente sencillo
buscar cualquier otra información correspondiente a la Sección II, donde
aparecen anuncios y avisos legales que son enviados por los interesados para
publicar diferentes comunicados oficiales como convocatorias de Juntas,
anuncios de fusión, etc.-; que cada cual saque sus propias conclusiones.
En cualquier caso, mostrada la noticia sin
mayores novedades aunque cargada, eso sí y entono el mea culpa, de sutiles, pero inevitables para mí, dosis de opinión,
quiero pasar a poner de manifiesto los avances que estas recientes reseñas –que
pasarán en breve a un profundo olvido- han supuesto en el desarrollo de las
investigaciones asociadas a la dinerosis.
Antes de ofrecer las conclusiones, he de reconocer que ya en su momento el
humanista Bernard de Mandeville a
principios del siglo XVIII en su satírica “La
fábula de las abejas” analizaba cómo los vicios privados se pergeñan entre
los que pueden disponer, conceder y favorecerse de beneficios públicos para su
propio bien o para obtener prebendas futuras frente a los que recibieron de
ellos las canonjías –si me permiten la expresión curial-. Esto no es más que un
clarividente anticipo de los avances producidos recientemente en el campo de la
psicología y de la psiquiatría en referencia a la enfermedad que nos ocupa y
que ha afectado profundamente a algunos de los más distinguidos y considerados
miembros de la sociedad, pertenecientes a todo tipo de partidos políticos,
sindicatos, etc., que fueron, tal y como se ha indicado, nombrados consejeros y
directivos de la entidad actualmente conocida como Bankia.
La conclusión fundamental es que el foco de
atención debe ponerse en las almas –entendidas en sentido psicológico y no
religioso- de los afectados por la enfermedad. Sus almas son negras, como las
tarjetas. No cabe entender, si no es así, que estos señores –término que uso
para evitar utilizar palabras con connotaciones peyorativas-, consejeros y
directivos de una entidad bancaria, que desempeñan funciones de carácter
trascendental en la toma de decisiones de la misma y que, consecuentemente
forman –o deberían formar- parte de la élite económica del país, aleguen desconocimiento en el uso fraudulento
de esas tarjetas. Les pudo el egoísmo y la codicia, y es comprensible dentro de
la característica sintomatología de la dinerosis,
y posiblemente sea incurable, con lo cual, a priori, debería hacernos sentir
una profunda pena puesto que las consecuencias de la enfermedad son terribles.
Sería muy interesante si pudiese realizarse un estudio pormenorizado del
comportamiento de los consejeros y directivos que disponían de semejante utensilio
y comparar, en función de los límites que imponían sus tarjetas –porque entre
ellos mismos se producía un trato discriminatorio en el que algunos tenían la
posibilidad de gastar más que otros-, los vicios a los que debían hacer frente
–seguramente contra su férrea voluntad- y que eran sufragados con nuestro
dinero, con el dinero de todos, al menos a
posteriori, pues la entidad fue finalmente rescatada con fondos públicos.
Estos vicios provocan una situación de retroalimentación sobre quienes los
ejercitan que oprime sus almas y los hunde en el más profundo y miserable pozo
de la humanidad, lleno de inmundicias y bascosidades solo ocultado tras el
pasajero disfrute que les producen semejantes inmoralidades.
De otra parte, ante la falta de tratamiento
contrastado para la curación de los individuos afectados por la dinerosis –se han hecho numerosos
intentos con cargas eléctricas, lobotomías, encierros prolongados sin
comunicación con el exterior-, tal vez la única vía para solventar esta lacra
que afecta a la sociedad actual sea la intervención judicial. Mediante esta,
debería ser posible aplacar con precisión quirúrgica el malestar de la
sociedad, dando por hecho que el ingreso en prisión y que el castigo impuesto a
quienes cometieron semejantes fechorías pueda compensar tamaño desfalco –al
margen de que deban reponer el dinero malversado-. Además, la sociedad debe
comprender que no existe reinserción posible para estos especímenes y que, en
el momento en que se les libere de la cárcel, volverán, si tienen oportunidad,
a cometer las mismas felonías ya sea por sus propios medios, ya sea en
connivencias con aquellos a los que favorecieron en el ejercicio de su poder y
que les deben devolver, consecuentemente, esos privilegios con sumos intereses.
Quedan ustedes advertidos.
Fotografía: www.hispanidad.com
Mérida a 18 de octubre
de 2014.
Rubén Cabecera
Soriano.