Los silencios (i).



En las postrimerías de 1913 Emil Kräpelin (1856-1926) inició un estudio científico desde la cátedra de psiquiatría que ocupaba en la Universidad de Munich con la ayuda de sus más cercanos colaboradores y un grupo de enfermeros abnegados de la recién creada Clínica Universitaria que comenzó a dirigir años antes, la Königlische Psychiatrische Klinik que pasaría a convertirse en 1918 en el Instituto Alemán de Investigaciones Psiquiátricas. Para dicho estudio se eligieron cuatro parejas más o menos estables como así determinó el propio Kräpelin con excelentes observaciones clínicas sumamente sistemáticas y descriptivas. Estas parejas fueron seleccionadas entre una muestra muy numerosa. Los elegidos debieron admitir una serie de condiciones muy restrictivas que les comprometía con el experimento durante algo más de un año que pasarían en las dependencias de la clínica, aunque disfrutarían de períodos fuera de la misma para procurarles un ambiente relativamente normal.

La obra de Kräpelin se puede encontrar en las ocho ediciones de su Tratado de Psiquiatría que fueron apareciendo desde 1883 hasta 1913 (la muerte le llegó en 1926, durante la preparación de la novena edición, en la que, si me lo permiten, seguramente incluiría los resultados del experimento iniciado en 1913) con sus exhaustivas clasificaciones de las enfermedades mentales. Los ensayos clínicos que realizó en la Königlische Psychiatrische Klinik quedan algo al margen de sus mayores logros alcanzados, como es bien sabido, con la creación del cuadro unitario de la demencia precoz; sin embargo, el ámbito de estudio que llevó a cabo con las cuatro parejas en Munich trataba uno de los temas más desconocidos del momento, el silencio. La gran capacidad observadora de Kräpelin aseguraba unos resultados prometedores que seguramente terminarían cambiando de forma radical la concepción de la psicología y de la psiquiatría, por aquel entonces en pleno auge y que comenzaba a construirse en su concepción más moderna. Su intención no era otra sino publicar en un ensayo los resultados de los estudios llevados a cabo durante casi un año, pero que, desgraciadamente, se vieron interrumpidos con el inicio de la Primera Guerra Mundial en 1914. Este trágico acontecimiento frustró los propósitos de Kräpelin en lo referente al estudio del silencio y su influencia en el comportamiento de los hombres, sin menoscabo de que los apuntes manuscritos de sus análisis recogiesen un sinnúmero de hipótesis planteadas desde la observación, pero con una aplicación estricta del método científico, y cuya finalidad era convertirse en una extensa Teoría del Silencio.

Recientemente, en un viaje que realicé a Berlín por unos asuntos relacionados con una infructuosa investigación que estaba desarrollando (aunque debo reconocer que en ningún momento denosté la parte turística del viaje), tuve la oportunidad de encontrar en la Staatsbibliothek, perdido entre legajos de principio del siglo XX, un facsímil del manuscrito con el seguimiento que Kräpelin realizó a las cuatro parejas. El extenso documento, escrito con un exquisito lenguaje científico –no es que mi alemán sea tan bueno como para poder apreciar esos matices, pero el servicio de traducciones de la biblioteca nacional de Berlín es magnífico y el texto estaba llena de notas del traductor que aclaraban estas circunstancias-, permite la elaboración de una serie de conclusiones a modo de aforismos que nos ofrecen unos esclarecedores indicios de lo que Kräpelin estaba investigando y descubriendo. Es precisamente aquí donde pude hallar su determinación para que este trabajo se convirtiese en un ensayo titulado Teoría del Silencio, tal y como he referido anteriormente. A pesar de la evidente falta de asertividad del reputado psiquiatra alemán (tal y como se ve reflejado en sus escritos), en el texto pude encontrar numerosas exclamaciones de asombro y sorpresa que denotan el gran interés que dicha investigación estaba suscitándole.

Para no caer en una evidente falta de rigor, debo comenzar por resumir las situaciones a las que esas parejas debieron enfrentarse, aclarando previamente que todo el proceso de selección fue llevado a cabo de forma personal por el propio Kräpelin que buscaba, obviamente, una suerte de homogenización en los miembros elegidos tanto en lo relativo a las condiciones físicas como psíquicas. Para ello seguiré el mismo criterio que el propio Kräpelin refleja en su manuscrito, aunque procedo aquí (por cuestiones de tamaño) a resumirlo:

Pareja 1.- Solo podían verse en periodos discontinuos de tiempo, sin que mediase entre ellos palabra o sonido alguno. El régimen de encuentros que se estableció para dicha pareja fue de una visita semanal durante todo el ciclo del experimento. Durante esa visita estaba permitido cualquier tipo de contacto físico.
Pareja 2.- Solo podían hablarse durante un encuentro semanal sin que llegase a existir contacto visual ni físico entre ellos.
Pareja 3.- Tenían permitido encuentros diarios de todo tipo sin que mediase palabra alguna entre ellos.
Pareja 4.- Solo y exclusivamente podían hablarse diariamente, pero en ningún caso verse ni tener ningún tipo de contacto físico.

Las parejas, el resto del tiempo, tenían libertad absoluta para desarrolla su vida diaria con la condición de que no se viesen, ni hablasen, ni se encontrasen.

Resulta realmente interesante comprobar cómo Kräpelin va narrando las observaciones que, a diario, realizaba sobre las cuatro parejas y cómo la relación entre los miembros de cada una de ellas va evolucionando desde una situación más o menos estable hasta el estado final de las mismas que, por mor del citado inicio de la guerra, Kräpelin no logró determinar. Sin embargo, podemos extraer algunas conclusiones acerca de los silencios, algunas de ellas ambiguas y paradójicas, que fue investigando durante casi un año y que me permito extraer aquí a modo, casi, de conclusiones inconclusas –perdóneseme la retorcida frase, pero resulta imprescindible hacer esta indicación para no verme sumido en severas críticas procedentes de la comunidad científica a la que me debo-:

  1.     El silencio resulta ser uno de los instrumentos más determinantes y definitorios en las relaciones entre personas.
  2.     El silencio impone su criterio sobre cualquier acción llevada a cabo por un ser humano sobre otro ser humano en lo referente a las relaciones sentimentales interpersonales. Es más, la imposición del criterio silencioso, si es tomada por uno de los miembros de la pareja de forma unilateral no puede ser contrarrestado por ninguna acción del otro miembro que termina resignándose en una idénticamente silenciosa respuesta.
  3.     En la fase amorosa el silencio resulta sumamente confortante, llegando inclusive a ser necesario y requerido por las partes como elemento reforzador de la propia relación.
  4.     En la fase de desencuentro sentimental, ya sea forzada por las circunstancias, ya sea por el natural desarrollo del proceso amoroso, el silencio se convierte en un terrible arma que produce dolor tanto en el que lo aplica como en el que lo sufre, tal vez (según se deduce de los escritos de Kräpelin) más en el que lo aplica, aunque este extremo no llegó a comprobarse.

Resulta absolutamente injusto reducir a estas cuatro breves conclusiones por mí extraídas el trabajo de casi un año desempeñado por un equipo entregado en cuerpo y alma a las indicaciones de Kräpelin y, el mero hecho de verme “obligado” a presentarlo en estos términos, casi me produce vergüenza por lo que albergo la profunda esperanza de que este breve texto –llamarlo ensayo resultaría excesivo- pueda convertirse en algo más serio con el que completar esa Teoría del Silencio con que la que ofrecería mi sentido homenaje al constante Kräpelin.



Fotografía: www.desmotivaciones.com

Mérida a 5 de octubre de 2014.

Rubén Cabecera Soriano.

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