Se desarropó por segunda vez en la noche. La
manta le daba calor, demasiado calor. Sin embargo la temperatura exterior
rondaba los treinta grados bajo cero. Dentro, tal vez estuviesen a diez o doce
grados. La lámpara seguía dando luz. El aceite sobraba tras la última cacería y
podían permitirse mantenerla encendida. Se levantó a apagarla. Su habitación
era pequeña. Sus vecinos de comunidad tenían habitaciones mayores, pero él no
tenía familia, así pues no requería gran espacio para vivir, descansar más
bien.
El iglú comunitario estaba construido con las
últimas nieves removidas por el viento, lo que había permitido asegurar bien la
soldadura entre los bloques. Decidieron construirlo al modo tradicional, como
una cúpula autoportante que se iba conformando mientras colocaban los bloques
en espiral ascendente hasta cerrar la clave. Se accedía al interior mediante un
túnel cuya puerta se ubicaba protegida de los vientos. Era necesario caminar
agachado durante unos cinco metros para llegar al interior desde donde se
accedía a las distintas estancias. Los niños correteaban a lo largo del
pasadizo. Cada familia había decorado su parte de la casa de hielo con pieles
de los animales que habían cazado. Había mesas y sillas hechas de hueso de
ballena. Las operaciones de mantenimiento de la “casa de hielo” se repartían
entre las diez familias que albergaba. Cada una debía encargarse de revisar los
bloques, de comprobar la estructura y evitar que pudiese haber filtraciones
entre juntas. El iglú era de la comunidad y la comunidad se preocupaba de
conservarla.
Los meses de oscuridad que les esperaban en
adelante les había hecho tomar la decisión de tapar las ventanas que permitían
la entrada de luz, en ningún caso taparían los agujeros de ventilación gracias a
los que podían encender fuego en el interior de su refugio de hielo. A pesar de
ser un pueblo nómada consideraban este refugio como su morada y todos
respetaban la convivencia en la pequeña comunidad que formaban.
La nieve era su salvación. Constituía el mejor
aislante de que disponían en ese entorno gélido y les protegía de las terribles
ventiscas y temperaturas exteriores. Apenas si estaban unos grados por encima
de cero en condiciones normales, pero eso era más que suficiente a tenor de las
temperaturas extremas del exterior. El hombre tiene una limitada capacidad para
adaptarse físicamente al medio, pero su mente elucubra ideas que suplen su
insuficiencia física y, de este modo, son capaces de sobrevivir en ambientes
extremos en los que, en condiciones normales perecerían irremediablemente. El
matiz está en que no siempre es capaz el ser humano de procurarse medios para
esa supervivencia respetando el entorno que ha decidido colonizar.
Fotografía: «Igloo
inner» de Library of Congress.
Mérida a 28 de septiembre
de 2014.