El aire sopla con fuerza desde el oeste. La
ventisca no parece tener fin y el blanco de la nieve va transformando las
térreas caras orientadas a poniente de los nidos que pueblan la colina. Son
nidos donde habitaban hombres. En el interior de uno de estos nidos,
denominados localmente karan o karaan, una familia de tradición persa
charla amigablemente sobre los avatares de su día a día. Los niños juegan y los
padres descansan de su extenuante jornada laboral. La ropa de abrigo está
guardada en su sitio a la espera de ser utilizada al día siguiente si la
terrible tormenta de nieve lo permite.
En la Cappadocia iraní, cerca de la ciudad de
Tabriz, en la región nororiental de Osku, hace miles de años el Monte Sahand
entró en erupción y sus terribles explosiones lanzaron cenizas volcánicas y
escombros que fueron esculpidos durante mucho tiempo por una naturaleza erosiva
creando formaciones cónicas a modo de nidos de termitas a lo largo del valle del
Osku Chai -Chai es la palabra turca
para río-. Estas esculturas naturales han sido utilizadas como refugio por los
hombres desde hace cientos de años hasta que una población, más o menos estable,
decidió permanecer allí y excavar sus hogares en la roca.
Kandovan no es la
única aldea de piedra del mundo, podemos encontrar otros ejemplos igualmente
singulares, así como monumentos excavados en la roca de carácter principalmente
religioso, en España, Turquía, Túnez, Etiopia, Georgia, Arabia Saudí, Jordania,
China, etc. y todos ellos aprovechan las singularidades que la tierra ofrece y
que transforma estos espacios habitados en entornos sumamente confortables sin
la necesidad de realizar consumos energéticos inasumibles climatizando
estancias allá donde carece de sentido hacerlo y luchando desesperadamente
contra una naturaleza que nos lleva millones de años de ventaja, a la que aún
no hemos sido capaces de comprender y con la que aún no hemos aprendido a
convivir.
Estas viviendas trogloditas
–dispensen cualquier connotación peyorativa que pueda interpretarse, pues nada
más lejos de la realidad- disponen de hasta cuatro plantas de altura
encontrándose, por lo general, en la planta baja las estancias destinadas al
ganado y en las plantas superiores el almacén y hallándose en las plantas intermedias
las estancias vivideras. La temperatura interior es constante a lo largo del
año, fluctuando apenas entre los 17 y 21ºC y manteniendo un nivel de humedad
igualmente invariable. Desde un punto de vista acústico el nivel de ruido
interior es prácticamente inapreciable y la falta de iluminación de esta suerte
de cuevas se resuelve como se ha venido haciendo desde que el hombre comenzó a
construir refugios para cuidarse de la intemperie, esto es, mediante la
apertura de huecos. Tenemos ante nosotros un sencillo reflejo –azaroso, bien
cierto es- del comportamiento de muchos animales organizados con una estructura
social más o menos compleja que recurren a la tierra para habilitar sus
refugios y que se aprovechan de lo que esta les ofrece, al margen, claro está
del cobijo propiamente dicho. El entorno en que se ubican estas karaan permite a sus habitantes el
desarrollo de una economía agropecuaria basada fundamentalmente en la
recolección del apreciado pistacho iraní. Se trata por tanto de un entorno
natural antropizado por el hombre en
el que este ha sabido aprovechar lo que la naturaleza le ofrece para
incorporarse a ella eludiendo una intervención destructiva.
Fotografía: www.viajes.101lugaresincreibles.com,
www.viajes.101lugaresincreibles.com
Mérida a 14 de septiembre
de 2014.