domingo, 20 de julio de 2014
Tierra de sangre.
“La verdadera patria del hombre es la
infancia.”
Rainer Maria Rilke
Al amanecer, cuando el alba quiere imponerse a
la noche, una única estrella brilla en el firmamento anticipándose a la salida
del sol. Es un planeta. Siempre ha estado ahí y siempre lo estará por mucho que
los seres humanos nos dediquemos a guerrear por la posesión de un pedazo de
tierra, por mucho que los unos y los otros quieran demostrar que sus
antepasados la tenían en propiedad y que siempre la tuvieron y que no hacen
otra cosa que reclamar lo que es suyo por derecho. ¿Pero quién les da ese derecho a defender una propiedad como la tierra usando la violencia?, ¿qué
hace que la tierra sea de uno o de otro?, ¿tal vez el haber llegado primero? y
quién demuestra y cómo quién llegó primero, y por qué esa supuesta primacía
otorga y concede esa propiedad. Es tan supina la
estupidez del ser humano que es capaz de matar y morir por un pedazo de tierra
al que llama patria. Y qué es la patria, entendida como apego a la tierra, sino
la más horrible forma de violencia que el ser humano ha inventado en su
“racional” existencia junto con el dinero y la religión, que no dejan de ser todos sino una forma de lo mismo. El triunvirato del horror:
la patria, la religión y el dinero.
El niño contempla la estrella en silencio. El
incipiente cobrizo del horizonte se transforma en un intenso azul oscuro, casi
negro, según alza la vista, descubriendo alguna nube de forma caprichosa que
instantes antes no era capaz de distinguir. Una montaña árida con chaparros
esparcidos por su ladera tapa la pequeña ciudad que se encuentra al otro lado.
El niño sabe que está tras ella. Todos los días la rodea para llegar a tiempo a
las clases. Hoy no podrá hacerlo. Se había despertado antes de tiempo. Sus
padres aún estaban tumbados, cansados por la dura jornada anterior. Un zumbido
extraño le hace girar la cabeza buscando el origen del mismo. Es otra estrella,
roja y amarilla, que deja una estela de nubes fugaces de color grisáceo
perfectamente alineadas a su paso. Cada vez se hace más grande, se acerca veloz
y el ruido se torna atronador. Una alarma estruendosa despierta a los padres a
la vez. Se incorporan de un salto y van corriendo a buscar a su hijo, al que ven
asomado a la ventana entreabierta del dormitorio. La madre se abalanza sobre él
abrazándole al tiempo que una terrible explosión destroza la humilde morada
transformándolo todo en un amasijo de carne y escombros envueltos en un humo
cegador que se alza al cielo como si de un holocausto se tratase.
Un hombre está asomado al balcón del edificio
desde donde ejerce el poder. Recio en su vestimenta y rígido en su complexión
apoya sus brazos sobre la intrincada balaustrada. Contempla la estrella en
silencio. Acaba de ordenar a sus militares que inicien el lanzamiento de los
misiles. Es la represalia por la represalia ante los asesinatos acontecidos en
los últimos tiempos, respuesta a los asesinatos perpetrados por ellos, que no
eran sino actos de defensa por los ataques que habían recibido en la afrenta de
sus enemigos. Encuentra perfectamente justificable la acometida porque la
tierra que defiende es la suya, la de su pueblo, desde tiempo inmemorial,
siempre ha sido así, así se lo han enseñado, y no puede permitir que su gente
la pierda, no puede permitir defraudarles. Confían en él, o al menos eso cree.
A muchos kilómetros de allí un señor canoso de
avanzada edad se encuentra recostado en un sillón de cuero. A través de la
inmensa cristalera del rascacielos de su propiedad contempla la estrella en
silencio. Es propietario de varias empresas dedicadas a la construcción de
armamento militar. Sobre la extensa mesa de madera de su escritorio, una agenda
abierta por la mitad muestra varios números de teléfono con crípticas referencias
anotadas en varios idiomas. Su rostro serio deja entrever una desalmada
sonrisa. Sabe que morirá pronto, sabe que no verá cumplido su sueño. Actúa por
odio, por rencor, contra todos, contra nadie en particular, actúa por orgullo,
en realidad actúa así por dinero, tal vez no tiene alma. La tarde anterior
mantuvo sendas conferencias con los mandatarios de una de las zonas más
conflictivas de la tierra. Cerró tratos millonarios con ambos, que le trataron
con humilde y venerado respeto, para la venta de todo tipo de armas de
destrucción.
Ha terminado sus abluciones y rezos matutinos.
Contempla la estrella en silencio desde la terraza del edificio destinado al
culto de su dios en el que cada día miles de personas ansían ver la luz a
través de sus sermones y al son de las plegarias que dirige. La mañana anterior,
día santo en su religión, deseó la muerte de todos los enemigos de su pueblo,
pidió a sus fieles que perpetrasen, con los medios que dispusiesen a su
alcance, este acto de fe en nombre de su dios, en venganza por las atrocidades
que contra ellos se habían cometido y como represalia a todos actos de
violencia que habían recibido. Entre los devotos que escuchaban y que se
alzaron en vítores al oír esas palabras se encontraba el máximo representante
del gobierno acompañado por su comitiva y con los numerosos guardaespaldas que
lo escoltaban.
El sol sale finalmente. Ilumina la hermosa
tierra. Está teñida de rojo por la sangre derramada. Nada germinará en
ella excepto más y más odio.
Fotografía: toleranciareal.blogspot.com.es
Mérida a 20 de julio de 2014.
Rubén Cabecera Soriano.