Sensaciones.




El agua estaba fría. Hacía demasiado calor, aunque eso no es algo que normalmente me vaya mal. En la orilla del río había muchas piedras. La alfombra azul que te llevaba adentro flotaba en el agua y apenas si era posible mantenerse en pie sobre ella. Equipación equivocada, chip de control olvidado y recuperado a la carrera en el último instante, supongo que es normal en los noveles y sin embargo me sentía concentrado. Los músculos tensos y, extrañamente, al mismo tiempo, relajados. A la espera del pitido de salida, silencio entre los participantes. Gorro y gafas colocados, las manos metidas en el agua.

Fue mi primer triatlón el de ayer. Había preparado mi caja con esmero, la 150, número que me pintaron por todo el cuerpo. Es curioso, nunca había llevado un tatuaje y tenía la sensación de que no me sentaban del todo mal. Colgué la bici, dejé el casco y el dorsal sobre el manillar, junto a la camiseta que tendría que ponerme en cuanto saliese del agua, ¡menudo fallo! Las gafas para la carrera (gafas de sol para la playa de una marca conocida, pero nada deportiva) las había dejado con las patillas incrustadas en los huecos del casco. Las zapatillas de ciclismo con las calas y mis queridas zapatillas de carrera, bien anudadas (otro error), juntas en el suelo, pegaditas. En realidad todo esto no fue más que una copia literal de lo que mi vecino de competición había hecho previamente. Incluso tuve la precaución de dejar un bidón con agua por si me entraba sed del que, por supuesto, me olvidé.

Alguien tocó el silbato y todos nos lanzamos al agua, nos esperaban 750m de río. Por descontado, se me pasó encender el crono. Me llevé varias patadas en la cara, una de las cuales me quitó las gafas y durante unas cuantas brazadas fui a ciegas hasta que, más o menos, encontré un hueco entre la gente para volver a colocármelas. Era perfectamente consciente de mis limitaciones en ese medio, hacía más de un año que no nadaba, si descontamos los chapoteos en la playa, y, la verdad, a la vista de las pintas de mis compañeros, se puede decir yo que no tenía demasiado aspecto de nadador. De hecho, debí llegar el último (al menos mi bici era la única que quedaba) como a diez minutos del primero o tal vez más. Sin embargo nadé muy cómodamente, a mi ritmo claro está. En esta parte hice caso a mi querido Alberto: Sin agobios en la natación, con cabeza en la bici y con cojones en la carrera. Ya lo siento porque en la bici no seguí tu consejo.

La primera transición fue una locura, la camiseta de manga corta no me entraba de ningún modo. Estaba totalmente empapado y la dichosa no quería bajar, como si llevase un top, encima, del revés. El casco sí que me lo puse rápido, pero las zapatillas con calas, algo pequeñas (préstamo, al igual que la bici y vaya mi más sincero y eterno agradecimiento al prestamista) tampoco querían entrar. Casi tengo que sentarme a ponérmelas, ridículo. Pero yo, erre que erre, ahí estaba. Al menos me libré de los empujones de esa zona porque estaba totalmente solo. Me lié la manta a la cabeza (en este caso asimilaré manta con dorsal, que casi olvido, por cierto, porque se había caído al suelo) y salí como pude, corriendo a pie, hacia la salida de bicicletas, resbalón incluido. Supongo que esta transición me llevaría como cinco minutitos de nada.

¿Cadencia? ¿Qué es eso de la cadencia? Como me sentía “herido” en el orgullo y, aunque la bici era la segunda vez que la cogía, pensé, Por piernas no será, y puse, en cuanto salí a la rotonda, el plato grande y el piñón pequeño y creo recordar que no los cambié más que un par de veces. Comenzaba mi “remontada”, un tanto cerril, la verdad, pero es lo que tiene ser un pez-piedra como diría algún buen amigo mío. El caso es que, a base de pundonor y de cortar el viento con el pecho, que soplaba bastante en algunos tramos, comencé a adelantar a gente. No tanta como hubiera querido porque había muy buen nivel, pero yo ahí seguía con mis poquitas pedaladas. Al principio se me pegaron varios de los que pasé, que no estaban muy dispuestos a colaborar y eso que les insté a que me diesen algún relevo, pero nada, detrás que seguían. Así que dije, Para chulo yo (ya lo siento Alberto, nada de cabeza) y apreté hasta que me los quité de encima, a todos excepto a uno que llegó conmigo a la segunda transición. Ahora había pocas bicis, buena señal. Por descontado que no me descalcé sobre la bici, a pesar de que había visto algún video de cómo hacerlo, pero además, cuando llegué a mi zona, no era capaz de sacarme las zapatillas, es que, ciertamente, me estaban pequeñas. Casi al suelo otra vez, menudo patoso. Aquí escuchaba a la gente dar ánimos; en la primera transición, créanme, no oía nada. Emociona que la gente te anime y si lo hacen por tu nombre más aún. Conseguí ponerme las zapatillas de carrera tras deshacer el nudo, como era previsible, y volver a anudarlas. En fin, supongo que esta transición fue algo más rápida que la anterior, aunque ni mucho menos para tirar cohetes.

Zapatillas en los pies y dorsal cambiado a la parte delantera (gracias al aviso de una jueza) me puse a correr. Cinco kilómetros de nada. En condiciones normales eso para mí debería ser un 3’35’’ el km sin mucho sufrimiento. No me encontraba nada cansado, aunque los cuádriceps los tenía duros como piedras y, de hecho, mi cerebro mandaba la orden de correr a las piernas y estas contestaban burlonamente, Que te crees tú eso. Alucinante, tardé unos metros en conseguir que respondiesen más amablemente y, al final, tuve que conformarme con ir a 3’50’’ cada kilómetro, a pesar del exceso de comodidad que llevaba. Aún así, aquí sí que adelantaba y adelantaba. Dejé atrás a mucha gente y según me acercaba al final e iba encontrándome mejor y podía apretar más, pensaba, Denme más kilómetros por favor. Crucé la meta el 27 (corrieron más de ochenta, aunque poco importa esto) a catorce minutos del primero. Muy contento. No demasiado cansado, pero sediento. Es verdad que hay que beber. Muy agradecido a quienes me convencieron de que me apuntase. Una experiencia maravillosa que quiero compartir con todos. No sé si tendré la oportunidad de hacer otro, no sé si podré dar el salto al olímpico o al ironman. La verdad es que no me da miedo, sí respeto que conste, pero creo que podría, eso sí, con algo más de entreno que una semana. En cualquier caso feliz de haberlo terminado y, en cierto modo, orgulloso porque es un desafío cumplido. Ahora toca centrarse en otros retos por venir, más maravillosos aún.



Fotografía: Alfredo García de Vinuesa.

Mérida a 6 de julio de 2014.

Rubén Cabecera Soriano.

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