domingo, 29 de junio de 2014
Extinción.
La población mundial alcanzó su máximo histórico a finales del siglo
XXI coincidiendo con la etapa de mayor crecimiento económico y desarrollo
comercial jamás conocida por el ser humano. La superación de la Tercera Guerra Mundial,
que para muchos supuso el gran punto de inflexión en la historia de la
humanidad, provocó el auge de las economías más subdesarrolladas hasta un
irreconocible equilibrio en el que todos y cada uno de los países alcanzaron
unos patrones sociales que permitieron vivir dignamente a la práctica totalidad
de sus ciudadanos. La pobreza se había erradicado de facto. Se consideró que un
umbral de pobreza mundial inferior al 5% era despreciable, aún así, se
continuaban desarrollando acciones contra ella, cada vez menos sacrificadas por
cierto, para hacerla desaparecer. El objetivo se consiguió tras el gran
esfuerzo que todas las naciones habían hecho para transformar un desarrollo
industrial insostenible, en un progreso responsable y respetuoso con la
naturaleza. Los preámbulos de estas nuevas políticas de crecimiento fueron
abanderados por los países vencedores de la que se denominó “Guerra Universal”
o “Guerra de las Energías” que provocó la desaparición de cientos de millones
de soldados y que supuso el exterminio de otros tantos cientos de millones de
civiles. Esta guerra contuvo el crecimiento de la población mundial durante
casi tres generaciones. Finalmente, a los ojos del mundo, el esfuerzo valió la
pena. La población se recuperó, así como la naturaleza. La clave estuvo en la
utilización de energías de producción no invasiva para el medio ambiente, que
contuvieron una inhumana escalada de precios en los combustibles que había
provocado la ruptura de la sociedad con la apertura de un abismo entre clases,
a priori infranqueable, en el que los ricos eran desmesuradamente ricos y los
pobres eran extremadamente pobres. La revolución popular, que se sumó a otro de
los motivos que subyació tras el inicio de la Tercera Guerra Mundial, terminó
con las oligarquías; la industria se reguló de forma estricta con una
reglamentación que todos los países se cuidaban muy mucho de cumplir y hacer
cumplir. El compromiso era total y absoluto. Los científicos apenas si podía
creerlo, los más críticos no daban crédito, pero finalmente tuvieron que
reconocer el gran trabajo que se había hecho. La población mundial alcanzó la
astronómica cifra de diez mil millones de habitantes. Todos los países
gestionaban sus recursos con sensatez y el comercio se convirtió en una
actividad gestionada racionalmente. Apenas si quedaban vestigios de las
operaciones especulativas de siglos anteriores.
Sin embargo, con el paso de los años, los científicos comenzaron a
preocuparse profundamente. Los últimos estudios estadísticos habían demostrado
una inversión de la pirámide de población mundial. Curiosamente, esta
circunstancia se daba por primera vez en la historia en todos y cada uno de los
países. Principalmente porque todos y cada uno de los países habían alcanzado
un grado extremadamente avanzado de desarrollo. La edad media de los pobladores
de la Tierra se había elevado gracias a la buena alimentación y a los avances
médicos e igualado para cada una de las regiones, pero los nacimientos habían
desaparecido prácticamente. Las escasas parejas con cierta estabilidad no
tenían interés alguno en la procreación, ya que una desmesurada actividad
profesional les impedía destinar recursos a la familia. Los procesos
migratorios que tradicionalmente se había producido desde las zonas
desfavorecidas a las más ricas se habían desvanecido al desaparecer las
diferencias de riqueza entre países. La desesperación de la clase científica,
preocupada por una inminente extinción de la especie humana, les había llevado
a procurar avances tecnológicos que permitieron incluso sintetizar embriones,
pero las madres potenciales, que inicialmente había accedido a gestar dichos
embriones a precios de oro, encontraban el proceso excesivamente sacrificado
comparado con las posibilidades que les ofrecía un mundo sumamente tecnologizado. En algún momento los
científicos, abatidos, recurrieron a las denostadas religiones y extrajeron de
antiguas bibliotecas documentos de carácter teológico donde pretendían
encontrar posibles soluciones que enmendaran el trágico cariz de
acontecimientos que preveían. Nada. El equilibrio social que se había alcanzado
en la tierra, sustentado en un desarrollo responsable, estaba provocando el fin
de la especie. Ningún ser humano tenía ya interés en tener descendencia, ni en
luchar por un mundo mejor para sus congéneres. El mundo ya no era mejorable, la
especie ya no era mejorable, no había evolución posible. La apatía genética se
había instaurado en los seres humanos. Era el fin del hombre.
En términos globales se consideró que el final acontecería
aproximadamente en unos ciento cincuenta años. Desde las instituciones se
procuró dar a conocer la noticia cargándola de dramatismo, pero la reacción de
la población, esperada de otra parte, fue anodina y lo que supuestamente se
convertiría en un proceso de inversión de la situación, pasó a ser una
anecdótica nota de prensa que se recordaba periódicamente. Los gobiernos
procuraron incentivos muy suculentos a las familias que decidían tener hijos, se
promulgaron todo tipo de leyes orientadas a facilitar la procreación –las familias
numerosas pasaron a tener dicha consideración con un solo hijo-, incluso a las
parejas que mostraban un certificado en que se comprometían a tener
descendencia en un plazo inferior a diez años se les daba todo tipo de
gratificaciones, pero los resultados no fueron nada esperanzadores.
Un laboratorio presentó un trabajo de investigación ante el Comité
Mundial de Repoblación en el que demostraba la posibilidad de gestar embriones
artificialmente. Ni tan siquiera era necesario disponer de una madre. Era suficiente
con tener el ADN de una célula humana. El Comité analizó el estudio y, aunque
éticamente no estaban convencidos de dar el paso, no tuvieron más remedio que
acceder, ya que los últimos informes presentaron una población mundial que
había descendido por debajo de los mil millones de habitantes y los datos
resultaban aterradores: la edad media del comité era de 107 años, que coincidía
con la de la población mundial; la esperanza de vida del ser humano estaba en
los 113; el científico que comandaba el equipo de investigación tenía 82 –un
jovenzuelo para todos los presentes-. Era necesario llevar a cabo la
experimentación necesaria. Se estimaba que el primer embrión que podría
gestarse artificialmente y tener consideración de viable se lograría en una década.
La mayor parte de los miembros del Comité, al igual que el resto de la
población mundial, estarían muertos. Habría nacido artificialmente un bebé,
pero no tendría padres.
Fotografía: www.laprensa.ca
Mérida a 29 de junio de 2014.
Rubén Cabecera Soriano.
Etiquetas:
Cuentos y relatos.,
Extinción.