El
despacho del Ministro del Interior del
Gobierno de España recibió hace pocos días la esperada visita del recién
designado candidato a las elecciones europeas. Le esperaban el propio Ministro
del Interior y el Ministro de Justicia. Todos hombres, a la puerta se quedaron
sus respectivas secretarias hablando animadamente, todas mujeres. Tenían la
absoluta certeza de hablar en privado, fuera del alcance de entrometidos
periodistas y lejos de micrófonos abiertos. Conversaban en libertad, pero sin
embargo iban a tratar cuestiones que afectaban precisamente al control de esa
misma libertad. El Ministro del Interior, anfitrión en la reunión, tomó la
palabra, “En las actuales redes de
comunicación, aquellas que no dominamos, solo encontramos indeseables, hay que acabar con ellos; Ministro”, dijo, con una
mueca algo sádica, dirigiéndose al propietario de la cartera de Justicia, “esto hay que controlarlo inmediatamente.”
Los dos interlocutores asintieron reiteradamente. El Ministro de Justicia
apuntó que no sería difícil establecer un mecanismo que permitiese perseguir y
castigar a aquellos que volcasen mensajes que se interpretasen como “… apología de lo que fuera”, tan solo
sería necesario reglamentar -tras la aprobación de una escuetísima ley que
podría tramitarse de urgencia sin mayor problema- qué considerar apología e
incluir todos los supuestos que se les pudiese ocurrir. “Para
eso te hemos llamado”, le indicó el Ministro del Interior al candidato a
las europeas, “sabemos de tu
inteligencia, de tu manifiesta superioridad y de tu saber estar, especialmente
ante las mujeres a las que tratas con delicadeza y sin menosprecio”. El
candidato asintió confortado y sonriente ante el piropeo que recibía, sabedor
de esa circunstancia comentó “Sí, ya
conocéis mi dilatada experiencia en el debate; Por desgracia en ocasiones es
mejor dejarse avasallar por la mujer para no ser tildado de machista, aunque en
el fondo sepa que tirar de mi grandilocuente dialéctica podría hundirla; Resulta muy complicado debatir con mujeres.”
La mueca irónica que mostró su cara al terminar la frase fue reproducida
miméticamente por los dos Ministros, “Además,
como sabéis, estas circunstancias terminan produciendo un sinnúmero de noticias
que comienzan a circular por esas dichosas redes que, entiendo, también serían
susceptibles de ser consideradas como apología de… ya veremos qué, por parte de
la ley que articularemos.” El Ministro del Interior tomó la palabra “Efectivamente, así es, y por eso también
estás aquí; Bueno comencemos, ¿os parece que hagamos un listado de esas
potenciales actuaciones que pueden ser consideradas como apológicas?, entiendo
que es lo mejor; Posteriormente podrás desarrollar”, comentó dirigiéndose nuevamente
al Ministro de Justicia, “la Ley y su
reglamente con mayor profusión incluyendo el resto de supuestos que se os
ocurra desde tu gabinete jurídico de expertos; No se nos escapará ninguno.”
Los tres políticos enseñaron sus dentaduras, está vez con unas sonoras
carcajadas que llegaron a los oídos del personal que esperaba fuera del
despacho.
El
informe justificativo, que se presentó desde el Ministerio de Justicia acerca
del impacto que provocaría la Ley denominada “Ley de supervisión y control de la libertad de expresión”, mostraba
unos índices de control que alcanzaban al 95% de las noticias y mensajes
vertidos a las redes. El proyecto de Ley establecía una dotación presupuestaria
descomunal que requería del concurso prácticamente total de un nuevo Ministerio
que se constituiría a tal fin, el Ministerio
de Información. Dispondría de su propia policía y estaría dotado de todos
los medios tecnológicos necesarios para desarrollar su actividad, además,
formaría parte de dicho Ministerio la Agencia
de Supervisión de la Información que se constituiría como organismo
plenipotenciario que solo debía rendir cuentas directamente al Ministro de
Información. De otra parte, se proponía la creación de una Fiscalía
especializada en este nuevo género de delitos que provocó reformas sustanciales
en el código civil que atentaban, según las indicaciones de muchos periodistas
y ciudadanos a las bases de la democracia en lo que a la libertad de expresión
se refería. El Ministro de Justicia sonreía pensando que, en breve, esas manifestaciones
serían consideradas apología de información y consiguientemente constitutivas de
delito. El nombre “apología de
información” se le ocurrió a él y se sentía muy orgulloso de lo acertado
del mismo, de hecho esa fue la designación con la que los nuevos delitos se
incorporaron al Código Civil.
El
borrador de dicha Ley pasaría a discutirse en las Cortes de forma inmediata. Fue
presentado conjuntamente por el Ministro de Justicia y el del Interior –el
resultado favorable de las elecciones Europeas impidió que el candidato a las
mismas pudiese aparecer también en las fotos a causa de sus nuevos compromisos
políticos-. En dicha presentación pública no se permitió que ningún periodista
formulase pregunta alguna, al más puro estilo del Presidente del Gobierno,
aunque en los pasillos aledaños a la sala de prensa algunos periodistas
avezados consiguieron acercarse a tomarle el pulso a los Ministros tras la
presentación. Una chica joven realizó lo que, a todas luces, resultaba una
pregunta impertinente a los ministros quienes se volvieron al unísono para
comprobar el rostro osado de la periodista. La miraron despectivamente y
prosiguieron su camino, pero repentinamente el Ministro del Interior se dio la
vuelta y le espetó “No lo entenderías, no
voy a molestarme en contestarte”, tras lo cual le mostró una sonrisa
sardónica y pidió susurrando a su secretaria que averiguase el nombre de esa
mujer, no le había gustado, era una indeseable con la que nunca querría debatir.
Fotografía: www.cadenaser.com
Mérida a 18 de mayo de 2014.
Rubén Cabecera Soriano.