Globos azules en el cielo.



La tierra empequeñece a mis pies. A cada instante los rostros son más irreconocibles, se alejan. Apenas distingo ya a quien me soltó. No diferencio las caras de los hombres, de las mujeres, de los niños. Sus cuerpos se van convirtiendo en minúsculas motitas de polvo que pasan a formar parte indisoluble del paisaje. Todo lo que hicieron se confunde en la naturaleza, sabia, inmensa, infinita. Aprendí tanto de ellos que ahora me apena no poder reconocerles para agradecerles lo que me enseñaron.

No me atrevo a mirar arriba, no quiero estar tan cerca del cielo, prefiero el contacto con la tierra, con los míos, con quienes me entiendo a pesar de las discusiones, de las peleas, de los sollozos; a quienes puedo abrazar, besar y acariciar; quienes me consuelan, me cuidan, me quieren; y sin embargo sé que tengo que subir, ascenderé mientras me queden fuerzas para hacerlo y por ahora las tengo casi intactas.

A mi alrededor veo muchos otros como yo, al menos eso creo. Son azules, somos azules, así es más difícil descubrirnos con el cielo de fondo. Tengo la sensación de que nos persiguen, de que quieren acabar con nosotros, aunque no sé bien el motivo. Tal vez es algo que hice, algo que hicimos, tal vez sea porque nuestro mensaje es único, puro, sincero y eso hay gente que no lo entiende.

Sigo ascendiendo, no puedo parar, quiero aferrarme a la tierra, pero me resulta imposible. He mirado de reojo hacia arriba, lo que veo es hermoso, es más puro que yo mismo, tal vez sencillamente seamos yo y los que vienen conmigo, pero sigo prefiriendo la tierra, prefiero a los hombres y a las mujeres, los prefiero a ellos. Son quienes me hicieron, son ellos quienes escribieron el mensaje que llevo, el mensaje que llevamos, ese que es lo que soy, ese que quiero para todos. Yo soy uno de ellos, yo era uno de ellos.

Ahora un viento frío me aleja de mis compañeros, me separa sin piedad dejándome solo cuando la oscura noche comienza a cernirse sobre el azul del cielo. Entonces me doy cuenta de que brillo, soy como una pequeña estrella errante que busca su sitio en el firmamento. Aunque quizá no soy yo el que irradia resplandor, quizá es el mensaje que porto, para que se pueda ver bien, para que todos lo lean, allá donde se encuentren. Yo no soy lo importante, lo importante es lo que alguien escribió en mi piel: amor.



Fotografía: Un amigo.

Mérida a 9 de marzo de 2014.

Rubén Cabecera Soriano.

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