¿Quién determina el umbral de pobreza de los miembros de una sociedad?
Desde luego no debería ser el político de turno, cuyos intereses no van más
allá de salvaguardar su escaño y superar la legislatura con la esperanza de
renovar o pasar a formar parte del consejo de administración de alguna empresa
multinacional recibiendo por ello unos emolumentos indecentes, por hacer no se
sabe muy bien qué. Tal vez, alguien pueda pensar que aquellas organizaciones no
gubernamentales que mantengan algún vínculo con instituciones de carácter nacional
o internacional tampoco son totalmente transparentes a la hora de definir el
límite de la pobreza social. Sin embargo, todo parece indicar que son mucho más
fiables los datos que establecen que el número de personas que requiere
atención y ayuda alimenticia para superar el día a día va creciendo, que esos
datos macroeconómicos (ininteligibles por la mayoría) que presente cualquier
político en los que se demuestre que las grandes empresas ganan cada día más
dinero. Faltaba más, si cada vez que una empresa de estas cae en peligro de
bancarrota el gobierno salta como un resorte para rescatarla, utilizando para
ello la riqueza de los ciudadanos. Se trata del más simple de todos los
principios, una sencilla balanza en la que lo que quito de un platillo lo pongo
en el otro. Por tanto, los desequilibrios son cada vez más acuciantes. El matiz
es que estas diferencias se van produciendo pasito a pasito, salvo contadas
excepciones en las que el salto de una situación más o menos cómoda a la
pobreza se produce de forma repentina. Y es precisamente este paulatino
empobrecimiento el que nos ofusca y resigna. Parece que no es real, parece que
no llegamos a la pobreza como tal, parece que ciertamente aparecen brotes
verdes o flores en el campo o el eufemismo que quieran inventar y que vamos a
remontar. Totalmente falso, seguimos engañados, tristemente engañados y
conservamos una vaga esperanza de que papá estado nos arregle un problema que
papá estado ha creado en connivencia con tito banco y abuelo multinacional,
para que ellos se enriquezcan a nuestra costa. Seguimos absolutamente
equivocados, mantienen nuestra confusión en la esperanza de que nos dejemos
convencer, emborregados como nos tienen, de que todo mejorará.
No hace demasiado tiempo un señor mayor, podría perfectamente haber
sido mi abuelo, me contaba lo difícil que fue vivir en tiempos pasados, pero
acto seguido me aclaró lo difícil que será vivir tiempos futuros. Nuestro
porvenir no es claro, cada día seremos un poco más esclavos de una sociedad
egoísta donde prime el beneficio individual a costa del perjuicio del vecino,
de nuestro vecino, aquel al que días antes habremos bajado a pedir azúcar y al
que no nos importará ver sumido en la pobreza si a nosotros aún nos llega para
el pan. Este no es el camino, no deberíamos dejarnos engañar, estoy convencido
de que existen otras alternativas que no tienen por qué ser utópicas. El problema
radica en cómo alcanzarlas a pesar de algunos. Por ahora nos hemos limitado a
presentar nuestra particular candidatura a la pobreza en las futuras elecciones
europeas. Seguramente ganemos.
Fotografía: EFE.
Mérida a 6 de abril de 2014.
Rubén Cabecera Soriano.