Qué pocos son cien años de soledad...



Era muy joven cuando visité por primera vez Macondo. Desde entonces, cada verano, los Buendía me acogieron en su familia. Recuerdo sonidos, colores y olores, todos difusos ahora en la distancia. De sus calles me llamó la atención el barro, siempre había algún charco, ya fuera porque hubiese llovido, ya fuera porque alguien acababa de echar agua a la calle al grito de “Agua va…”. Pero lo que recuerdo con más cariño es el circo con su gran carpa en la que, año tras año, veía el mismo espectáculo que mi memoria se empeñaba en olvidar cada vez para poder disfrutarlo de nuevo al año siguiente.

Era solo un niño y seguí siéndolo mientras la carpa estuvo presente en el pueblo con sus extraños personajes. Luego, inesperadamente, desapareció para mí y yo me convertí en un adolescente que no entendía por qué los bananos eran tan importantes como para devastar la tierra que había visto nacer a tantas generaciones. La guerra y la revolución se apoderaron de la vida cotidiana y el dolor y el sufrimiento sembraron los campos hasta dejarlos yermos. Las familias se mataban, pero, sin embargo, nunca dejaron de buscar su sino. El amor de los unos y el rencor de los otros, los celos, las intrigas, las empresas imposibles. El tiempo que va pasando entre pergaminos inextricables abandonados. La casa que crece tanto como la estirpe.

Transcurrían los años y unos marchaban, mientras otros venían. A algunos se los recibía con los brazos abiertos, a otros con armas en las manos. Un día, ya con barba hirsuta, me senté en un mecedor, ahora vacío, en el que algunos durmieron eternamente durante las calurosas tardes estivales. En ese instante lo comprendí todo, cien años de soledad fueron pocos, cien años de soledad para encontrar el amor verdadero.

Recuerdo a Gabriel García Márquez. Fallecido el 17 de abril de 2014.

Fotografía: Retrato de Gabriel García Márquez (fuente desconocida)

Mérida a 18 de abril de 2014.

Rubén Cabecera Soriano.

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