Qué equivocados estamos. O mejor aún, ¡qué equivocados están!, pensarán
aquellos que vean cómo la humanidad se sorprende con el rayo lanzado por el
poderoso Cristo Redentor de Río de Janeiro para asombro, que no admiración, de los
desprovistos de fe; y todo ello a pesar de que muchos afirmarán que hay una
explicación científica para tal hecho, pretenderán aclarar que se trata de un
fenómeno atmosférico sin más, que no es más que una extraordinaria (léase sin
sentido alegórico) descarga electrostática que se produce como consecuencia de
una elevada diferencia de potencial de origen natural por acumulación de cargas
de distintos signo entre la tierra y el cielo (¡oh!, el Cielo, allá donde
habita el Señor), en el que interviene la ionización de las moléculas de aire,
motivo por el cual se produce el temido y prodigioso relámpago luminoso que
calienta sobremanera dichas partículas produciendo el estruendoso trueno. No,
no es así, se trata de una manifestación divina en la que el Todopoderoso, en
manos de su Hijo (literalmente), quiere mostrarnos cuán equivocado es el camino
que llevamos y cuán catastrófico el fin al que nos estamos dirigiendo. Se
trata, pues, de una evidente llamada de atención, válida incluso para los más
ciegos y sordos (de ahí la utilización por la Mano Divina de recursos visuales
y auditivos) para los seres humanos. La omnisciencia del poder divino es
infinita y sabe cómo conseguir que los hombres y mujeres recuperen la fe (y
líbreseme de considerar esta afirmación como una interpretación de la obra del Único
Dios): manifestándose ante nosotros cuán poderoso es, y qué mejor forma de
hacerlo que con un maravilloso espectáculo de luces y sonido en el que el Único
protagonista es su Hijo, es decir, Él mismo, y en el que los espectadores serán,
seremos, todos, sin excepción. Bueno, tal vez exista gente que no lo haya
visto, tal vez algunos cientos de millones que mueren de hambre y sed y que no
tienen recursos, porque nosotros, sí, eso sí, nosotros se los quitamos y es a
nosotros a quien va dirigido el mensaje, por eso a Dios no le importa que
algunos no hayan podido verlo. Mis elucubraciones se esclarecen (gracias al socorro
divino) y finalmente se comprende que Dios quiso que lo vieran y oyesen
aquellos que tenían que hacerlo, eso es, exactamente eso. Así pues no debemos
sino elevar nuestras plegarias y oraciones a lo más alto y reverenciar la
paciencia e infinita benevolencia de Dios, rogándole que resuelva el lío en que
la humanidad se ha metido. Será él el que elija la forma de hacerlo: así, sin
más, con un simple chasquido (que mayor esfuerzo no le costaría) o bien
orientándonos, como buen pastor a sus ovejas, y llenando nuestras cabecitas de
sentido común, y borrando de nuestras mentes el atroz egoísmo que nos dirige
sin posible retorno a un trágico fin del que nadie (excepto Él mismo, claro
está) pueda ya salvarnos. Tal vez esta segunda opción sea la elegida por Dios
(y oro todos los días para que al menos tengamos esta oportunidad), porque sea
necesario para nuestra redención que lleguemos al sufrimiento límite y agotemos
los recursos que Él mismo tan amablemente puso a nuestra disposición y no
supimos o no quisimos repartir como Él nos enseñó. Es claro y evidente que este
desacierto en el reparto equitativo de los bienes que tenemos a nuestro alcance
no es justo y produce atroces diferencias de clases entre los seres humanos
haciendo que unos mueran de hambre, mientras que otros viven en la extrema
opulencia, aunque es necesario recalcar que por el camino también hay mucha
gente que sufre. Dios nos invita a reflexionar acerca de este hecho
manifestándose ante nosotros con toda su magnificencia en un gesto simbólico en
el que nos muestra con su alumbramiento el camino a seguir para conseguir que
esta sociedad, que este mundo, cambie. Así lo hagamos, así lo haga.
P.D.: Tal vez así…
Foto: Agencia EFE
Mérida a 19 de enero de 2014.
Rubén Cabecera Soriano.