Los niños se agolpaban ateridos de frío al atardecer frente a las
puertas del Congreso de los Diputados para contemplar boquiabiertos el
encendido nocturno. El Congreso era el único edificio de la ciudad que
conservaba cierto nivel de iluminación cuando caía la noche, salvando, claro
está, la sede de la única compañía eléctrica que surgió de la fusión de las
tres suministradoras existentes tras el último decreto gubernamental, redactado
por ellas mismas y que contó con todos los beneplácitos y la connivencia del
gobierno, con el que la electricidad se transformó en bien de primera
necesidad, aunque a la postre en realidad supuso convertir el oligopolio de la
luz en un atroz e inhumano monopolio que permitía incrementar el precio de la energía
a su antojo ante la pasividad de los gobernantes, que solo parecían pensar en su
futuro retiro pensionado en la compañía, frente al sufrimiento de cuantiosas
familias, incapaces de afrontar el alto precio de la electricidad a pesar de los
grandes sacrificios que continuamente hacían. Terriblemente duras eran las
subidas de precio invernales que, imposibles de asumir por la mayor parte de la
población, terminaban provocando innumerables muertes por congelación ante las
dificultades de muchos ciudadanos a la hora de calentar sus hogares, fundamentalmente
a raíz del colapso definitivo de los combustibles fósiles, cuyo agotamiento se
precipitó en la primera mitad del siglo. El argumento esgrimido por el
presidente de turno de la compañía eléctrica siempre era el mismo y se repetía
sistemáticamente como un mantra aprendido y perfectamente memorizado: “Se ha producido un gran aumento, inasumible
por nosotros, de la demanda eléctrica ante la dureza del invierno y, como
saben, existen cada vez mayores dificultades a la hora de producir electricidad
ante la falta de alternativas, especialmente a partir de la reciente desaparición
de los combustibles tradicionales”. Esta situación conllevó una
reconversión de todo el sistema industrial y de comunicaciones a nivel mundial,
generando una auténtica revolución tecnológica que, lejos de aprovecharse para
sacar partido de las fuentes renovables y menos contaminantes, fue utilizada
por las grandes compañías para crear burbujas económicas focalizadas en todos y
cada uno de los sectores imaginables, ante la evidente dependencia energética
de los mismos, que enriquecieron sobremanera a unos pocos frente a la ruina y
empobrecimiento generalizado de la población. De hecho, desaparecieron las
monedas nacionales y se sustituyeron por el kilovatio-hora que se convirtió en
la base del sistema económico-monetario internacional. Todas las transferencias
comerciales se hacían en energía. La situación para la población empeoró tanto
que los cada vez más numerosos indigentes se amontonaban en las calles donde se
encontraban las tiendas más lujosas, es decir, las mejor iluminadas, pidiendo
energía: “Un kilovatio-hora, por favor”;
“Deme usted algo de energía, buen hombre”;
“Necesito calentar mi casa para mis hijos”.
La pobreza energética cercenaba el normal desarrollo de millones de familias
que eran incapaces de soportar el coste de un sistema eléctrico básico de
carácter doméstico, con lo que se veían avocados a convertirse en vagabundos
que pasaban a vivir de la caridad de los ricos durmiendo en las calles,
mientras que unos pocos derrochaban energía en urbanizaciones aisladas y
separadas de las ciudades, empobrecidas hasta el punto de no ser capaces de
atender las más básicas demandas sociales.
Los niños se acercaban atraídos por la luz, que descubría sus raídas
chaquetas y desgastados zapatos, buscando un calor que no recibirían, hasta que
los miembros de las fuerzas de seguridad que rodeaban el Congreso les indicaban
que se retirasen y no siguiesen avanzando hacia el edificio -obedeciendo las
indicaciones de los altos cargos que lo ocupaban- o tendrían que intervenir
utilizando la fuerza para disolver esa “reunión
ilegal”. Atemorizados, se retiraban a lo que consideraban una distancia
prudente con la esperanza de ver salir algún vehículo eléctrico que
transportase a algún dignatario a su casa para poder tocar el asfalto levemente
caliente tras el roce del neumático con el suelo y calentarse así sus heladas
manos.
Foto: www.indracompany.com
Rubén Cabecera Soriano
Mérida a 21 de diciembre de 2013.