Fin de la crisis.


Para todos aquellos que no lo sepan, la crisis ha terminado. En realidad finalizó hace algún tiempo, justo cuando a alguien le dio por hablar de brotes verdes o luces al final del camino, aunque puede que también encontrase su fin en el momento en que comenzó. La realidad es que la crisis, como tal, como nos la han mostrado, no ha existido, ni existe. Sin embargo, se ha venido produciendo, eso sí, un cambio paulatino y progresivo a nivel mundial, cuyo origen se remonta muy lejos en el tiempo, aunque nuestros ojos quieran centrarse, por natural egoísmo, en nuestro entorno inmediato. Ese cambio, que ¿por qué no? también podríamos denominar crisis, se ha producido en los sistemas sociales, medioambientales, políticos, militares y por supuesto, económicos. Este último ha sido el principal motor de cambio, esta ha sido y es la auténtica crisis de la humanidad, la que estamos sufriendo y seguiremos sufriendo mientras que sigan existiendo diferencias abismales entre ricos y pobres, mientras la avaricia gobierne con el fin de satisfacer la opulencia desmedida de algunos frente al sufrimiento pavoroso de otros. El dinero, poco a poco, consigue imponerse, como arma mortífera que es, capaz de destruir todo lo que le rodea, capaz de desembarazarse de los principios éticos y morales que los seres humanos desarrollamos como especie, capaz de envenenar la sangre de los hombres hasta hacerles borrar de su mente conceptos como la solidaridad, el amor, la amistad. El dinero, el poder económico, la avaricia, hacen que aquellos con capacidad para mandar, dirigir, gobernar, regir los destinos de los ciudadanos se entreguen con aberrante avidez a ese objeto creado por nosotros mismos, que nos hace enloquecer tanto cuando es poseído como cuando es deseado. Así pues, ¿de qué crisis hablamos?, de la que se ha montado para enriquecer a uno pocos  favorecidos o de la que subyace bajo los sistemas conformados con el único fin de privilegiar a esos mismos elegidos, ¿existe diferencia? Obviamente estos picos críticos se producen cíclicamente bajo la excusa de algún suceso más o menos creíble, ya sea la crisis financiera, la crisis energética, la crisis alimentaria, etc. Todos los desastres son resolubles por el hombre con solo recurrir a unos valores morales básicos, pero realmente la motivación final siempre es la misma: más dinero, que es más poder, que es más dinero.

Desgraciadamente por las emponzoñadas cloacas de la sociedad fluye el dinero que exprimen de la sangre de los hombres los más poderosos y ricos con el fin de desequilibrar, más aún si cabe, la humanidad para, aunque no lo imaginen en vida, terminar muriendo envueltos en el hedor del peculio del que no podrán desprenderse por los siglos de los siglos. ¿Con qué irracional afán nos envilece la mente el dinero que no nos permite siquiera abrir un tanto los ojos para observar la realidad?, ¿cómo sería la vida de los seres humanos si no existiese el dinero?, ¿sobreviviríamos? A la vista de lo que nos encontramos en el día a día la respuesta sería no, pero me cuesta creerlo.


Foto: www.listas.eleconomista.es

Rubén Cabecera Soriano
Mérida a 28 de diciembre de 2013.

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