Foto 1. Fuente: www.enciclopedia.us.es
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Bajaba corriendo La Rambla. Cristóbal Colón dominaba el paseo marítimo señalando
hacia el mar, pero adónde, no lo recordaba, nunca recordaba hacia donde
indicaba el dedo. Sabía que los resultados de la consulta estaban a punto de
publicarse. El escrutinio debía estar prácticamente finalizado. Casi todos los
periódicos habían encargado estudios estadísticos con numerosas encuestas a pie
de calle para intentar anticiparse a los resultados que se obtendrían tras la
votación. Se eligió un domingo pensando que la asistencia a las urnas sería
mayor que en otras ocasiones, pero a pesar de ello la campaña que impulsaron las
instituciones fue de un gran calado, puesto que querían asegurar que las
decisiones que se tomasen a raíz de los resultados (aunque no estaba claro que
se llegase a tomar alguna) estuviesen respaldadas por un amplio sector de la
población de forma que una escasa participación no invalidase, desde un punto
de vista moral, el resultado. A pesar de ello la preocupación del gobierno
autonómico, regional o nacional era elevada puesto que la posibilidad de un
empate (aproximado) podría suponer que posteriores disposiciones fuesen puestas
en cuestión por razón precisamente de la división de criterios entre la
población. Evidentemente ninguno de los gobiernos mostraba su posición de forma
abierta, puesto que eso supondría poner en tela de juicio las complejas
alianzas e intereses que movían los oscuros pasillos de la política, sin
embargo, cualquier ciudadano que fuese preguntado, sabía perfectamente qué
opinión y respuesta ofrecería cada político de cada partido. Cara a las
opiniones más criticas (y realistas) el verdadero problema radicaba en la
información parcial y poco objetiva que se vino ofreciendo acerca de las
consecuencias de responder positiva o negativamente en el referéndum, y no era
porque la pregunta fuese capciosa o engañosa, antes bien, era clara y bien
definida, pero sin embargo no se ofreció una información clara al respecto. Es
decir, que no se quiso explicar qué consecuencias traería responder en un
sentido u otro, desde un punto de vista social, político, económico, etc. Las
opiniones resultaban tremendamente contradictorias, opuestas en función de la
ideología de quien intentaba explicar las bondades de su posición o las
maldades de la otra. La gente estaba confundida, confusa, solo aquellos que
acudirían a votar por inercia lo tenían claro, a los demás, mayoría
indiscutible, se les vino a decir que votaran visceralmente, que las posibles
consecuencias se afrontarían con posterioridad. No se podía rechazar la
posibilidad de celebrar una consulta como esta, como la que, tras mucho
esfuerzo, habían conseguido que se permitiese celebrar. Así pues debían
aprovecharlo, a cualquier costo.
Llegó exhausto, le esperaban frente a una pantalla gigante donde se
mostraban los resultados parciales que se iban confirmando según se producía el
recuento, se saludaron. Ambos (solo estaban ellos dos y algún turista
despistado que pasaba por allí) miraban cómo los resultados iban fluctuando
décimas arriba o abajo en torno al tan esperado empate. Entre los datos también
se mostraba la participación, rondaba un trece por ciento, bastante escasa dada
la importancia que políticamente se le había dado a la consulta. La imagen
conectaba con las sedes de los distintos partidos políticos en cuyos balcones
se asomaban enchaquetados los diferentes cargos abrazándose felices por los
resultados que seguían en un empate técnico. Se estimaba que en unos minutos
todo el escrutinio estaría finalizado y se oficializarían los resultados.
Efectivamente se había producido un empate técnico, un treinta por ciento de la
población votó sí, otro treinta por ciento votó no y el resto se abstuvo a la
pregunta “¿Desearía usted que la bandera
catalana pasase a tener siete franjas amarillas y seis rojas?” En el fondo
no era más que otra pregunta como las que tradicionalmente venían realizándose
cada año para conmemorar la victoria que supuso tener posibilidad de que los
ciudadanos mostrasen libremente su opinión.
La pregunta en referéndum “¿Quiere
usted que Cataluña sea un Estado?” y, en caso afirmativo “¿Quiere que este Estado sea independiente?”
se había resuelto algunos años antes, ya nadie se acordaba del resultado porque
realmente no se tomó ninguna decisión. Todo fue una pantomima política que desilusionó
tanto a los querían que Cataluña fuese un Estado como a los que no. Siguieron
las protestas y las luchas internas o externas, pero eso sí, con una consulta
realizada que no resolvió nada…
Rubén Cabecera Soriano
Mérida a 14 de diciembre de 2013.
Algún día, en un futuro muy lejano, alguien como tú comprenderá que debemos colaborar en la felicidad de los demás y no en su desgracia. Aún suponiendo que las cosas fueran como explicas, ¿es lícito alegrarse por el simple hecho de pensar que unas personas no conseguirán realizar el sueño que les ayudaría a ser un poco más felices? No es necesario que estés de acuerdo con la independencia de Catalunya para que puedas entender que es una aspiración legítima, como lo es que tu desees continuar siendo español. Hay que estar ciego para no darse cuenta de que los independentistas ya son mayoría en Catalunya y que si en lugar de hacer algo para que se sientan cómodos nos limitamos a ridiculizarles, España perderá un potencial económico, humano y cultural que no recuperará jamás.
ResponderEliminarJusticia, permíteme que te corrija. No me alegro en absoluto de la desgracia de los demás, tal vez no comparta que esa sea la sensación que puedan tener mis conciudadanos catalanes con relación a su situación para, con y en España, pero lo que te puedo asegurar es que no me alegra, antes bien, me entristece que haya gente que no pueda manifestar su opinión en una sociedad supuestamente democrática de forma libre e incluso me permito ir más allá expresando, al comprobar el cariz de los acontecimientos, que lo que ocurre, desde un punto de vista aséptico y externo, ya que ni sufro, ni disfruto de las consecuencias de ser catalán y español, es que os están/nos están tomando el pelo. La sensación que tengo es que, más allá de que algunos quieran la independencia de España por las razones que sean, (y podríamos discutirlas ya que yo soy extremeño y seguramente también pudiera tener razones para querer separarme si tuviésemos algo -aquí te ofrezco un poco de demagogia-), la realidad es que son los intereses de unos pocos los que priman y me refiero a los políticos que quieren idefectiblemente aferrarse a sillones que no les pertenecen caminando por vías que ellos, mejor que nadie, saben están cerradas, y buscando que quienes han depositado su confianza en ellos se choquen una y otra vez con un muro de hormigón impenetrable, consiguendo exaltar odios y enemistades que no vienen a cuento y provocando, como bien dices, tristeza. Y eso, créeme, me duele, no lo quiero para los míos y vosotros los catalanes, ciudadanos al fin y al cabo, gente como yo, también sois de los míos, al igual que yo soy de los vuestros, dentro o fuera de España... Tanto da...
EliminarPD: Al intentar responderte he accedido a tu blog (creo que es http://albamangado.blogspot.com.es/) y he leído algunas cosas que creo que son tuyas. Me han gustado mucho...
Y por descontado pido disculpas si te he ofendido o he ofendido a alguien, pues no era mi intención. Solo pretendía mostrar la hipocresía de quien quiere manipularnos.
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