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Mariano Rajoy, presidente de España, con Sara Eisen, presentadora de Bloomberg. Fuente: Diego Crespo (EFE). |
Leo y escucho que nuestro querido presidente del gobierno, el de España,
ha tenido a bien conceder –léase con fina ironía esta afirmación- una
entrevista a un medio de comunicación norteamericano de prestigio internacional
que incluso aquellos pobrecitos españoles, sufridores empedernidos y castigados
por la crisis, conocemos. La entrevista en cuestión, de algo más de veinte
minutos, no tiene mayor interés que una poco preparada campaña publicitaria en
pro del gobierno, del presidente y de sus amantísimas políticas de recuperación
que en palabras de nuestro máximo dignatario –de entre los elegidos en las
urnas- nos permiten estar saliendo ya de la terrible situación que vive la
España que heredó –palabra que todo político debe tener siempre preparada en la
punta de su lengua si quiere hacer frente a preguntas incómodas-.
Sin embargo, quiero extraer de la entrevista dos, paradójicamente nada
desdeñables, reflexiones que entiendo sumamente sugestivas y que a más de uno
podrá ayudar en su vida diaria tanto personal como profesional y no digamos si
esta última está dedicada a la política: Una es de carácter antropológico y la
otra de carácter filosófico.
Vayamos con la primera. El gobierno indica en voz de su vicepresidenta
que la entrevista realizada al Jefe del Ejecutivo por la cadena Bloomberg le
presenta como “el hombre que ha salvado
España”. Yo, que he escuchado íntegramente dicha entrevista, podría discrepar
acerca de esta opinión y, en todo caso, afirmaría que es el presidente el que
se presenta a sí mismo como semejante héroe, pero salvando pequeños matices
exegéticos que seguramente mi oscuro cerebro haya ayudado a malinterpretar, lo
que nadie podrá negar es la fabulosa virtud, desde el punto de vista
antropológico, del presidente para encajar golpes directos o cruzados, ganchos
y derechazos. Desconozco si son horas de entrenamiento o las tablas obtenidas
en situaciones de suma presión, pero queda claro que este señor recibe el
castigo al que le somete la entrevistadora sin ni tan siquiera pestañear, sin
cambiar el rictus o hacer el más leve gesto de desaprobación ante preguntas
comprometedoras acerca de su ex-tesorero, de la financiación ilegal o de la
corrupción, de las que se desembaraza sin contemplaciones con mayor o menor
gracia –a gusto del consumidor-. Expresada mi admiración por esta capacidad
portentosa, de inestimable virtuosismo y de incalculable valor, no entiendo qué
miedo irracional puede tenerle a los periodistas españoles, poseyendo semejante
cintura que le permitiría salir airoso de una rueda de prensa sin necesidad de
comprometerse a nada ni de responder con concreción, y tener que presentarse ante
ellos en una televisión de plasma como si de la imagen de una deidad a venerar
se tratase. Solo hubiese faltado entregar a los periodistas rosario y
escapulario, en lugar de lápiz y papel, antes de acceder a la sala de prensa. Pudiera
ser que sencillamente exista en su interior alguna suerte de fobia o
desasosiego indescriptible e irreparable, procedente de algún complejo no
superado, para con los reporteros de habla hispana; más allá de esto no
encuentro ninguna explicación plausible.
La segunda reflexión trasciende los ordinarios parámetros seculares y se
acerca con peligrosidad a los límites de la filosofía y de la ciencia.
Desconocía que nuestro presidente tuviese inquietudes sobre estas cuestiones,
pero me agrada saber que su ámbito intelectual no se limita al aprendizaje a
marchas forzadas de los idiomas de moda o de la interpretación e implantación
de las directrices europeo-económicas. Entiendo que el presidente no tuvo
opción a profundizar en los razonamientos acerca de la demostrabilidad o indemostrabilidad
de las cosas cuando aseveró, ante la pregunta que la entrevistadora le realizó
sobre si dimitiría si se demostrase que alguna de sus tres campañas se financió
de forma ilegal, que “Hay cosas que no se
pueden demostrar; no tiene sentido decir qué haría si no se puede demostrar. No
hubo financiación ilegal.” Solo me gustaría introducir un pequeño doble
corolario a semejante aforismo, cuyo origen que ha ocupado siglos del
pensamiento filosófico de los seres humanos: Si no se puede demostrar que hubo
financiación ilegal no quiere decir que no la hubo, solo que no se puede
demostrar. Esta primera conclusión, por evidente, no deja de ser importante y
cabría introducir un argumento a discutir adicionalmente y es el de por qué no
se puede demostrar, aunque esto extralimita nuestro pueril intelecto. El
segundo corolario, también trascendental, aunque seguramente pueda tildarse de
demagógico, es que si ciertas cuestiones no se pueden demostrar, cabría también
la posibilidad, por remota que esta sea, de que tampoco pueda demostrarse que
este señor haya salvado a España, ¿no les parece?.
Rubén Cabecera Soriano
Mérida a 28 de septiembre de 2013.