La tasa de retorno de las principales fuentes de producción energética
llevaba siendo deficitaria desde hacía mucho tiempo para los combustibles
fósiles, lejos quedaban los valores centenarios de la primera mitad del siglo XX.
Sin embargo estos datos fueron convenientemente ocultados tanto por las
empresas productoras como por los países exportadores con el ánimo de exprimir
–literalmente- en sus estertores el
subsuelo donde existían potenciales fuentes de extracción y, por supuesto, a
los usuarios que todavía seguían utilizando energías de procedencia fósil ya
que que no se había producido la necesaria renovación tecnológica como
consecuencia de los espurios intereses de los lobbies de multinacionales
agrupados en torno a la extracción del petróleo, carbón, gas y pizarras bituminosas.
Un borrador del discurso del presidente fue hallado de forma casual
entre papeles arrugados en la papelera del despacho del jefe de gabinete del
Ministerio de Presidencia durante un expolio masivo, en el que miembros de las
disgregadas fuerzas de seguridad tomaron parte activa. Quien lo encontró
buscaba algo de valor, buscaba comida, quién sabe bien qué quería, tal vez tan
solo era la represalia con la que, en nombre de la población, quería desahogarse
por la situación de agonía que estaba viviendo. Resultaba inútil, incluso para
vengarse, pero el ser humano necesita liberar sus rencores. Poco se podía hacer
sobre lo que apenas existía ya, sobre una institución que a duras penas tenía
capacidad para emitir comunicados que llegasen más allá del propio edificio y
de los que prácticamente solo se enteraban los funcionarios que aún iban a
cumplir su horario laboral. El texto, a los ojos del intruso, tan solo eran
párrafos subrayados, coloreados y remarcados en los que resaltaban algunas
palabras a las que apenas prestó atención -los ciudadanos todavía no habían
empezado a almacenar papel para masticarlo y obtener de él algo de alimento y
agua, con el envenenamiento progresivo que terminaría suponiendo la ingesta de
cloro con que el papel se emblanquecía-. Sin embargo, antes de deshacerse del
discurso en la hoguera que se había encendido en el patio interior, le llamó la
atención el título, Un Cambio Definitivo,
puesto que le sonaba de haberlo leído, hacía no demasiado tiempo, en algún
rotativo cuando todavía funcionaba el metro e iba en él con traje de chaqueta
al trabajo en la zona centro de la capital. Intuyó de qué se trataba y se
permitió ojearlo durante unos instantes. Aunque ya era demasiado tarde, fue
consciente por momentos de lo que podrían haber supuesto esas declaraciones, de
haberse hecho públicas, y que ponían fin a la era energética tal y como se
había desarrollado hasta ese instante, que marcaban el inicio de una nueva
etapa en la que solo las energías limpias serían utilizadas, incluso asumiendo
un decrecimiento inicial y que condenaba el uso de energías contaminantes
mediante sucesivas leyes que se promulgarían hasta llegar a la total
desaparición de dichas fuentes. En suma, un cambio definitivo, tal y como
rezaba el título. Esa fue la razón del asesinato del presidente comprendió e
instantes después arrugó el papel y lo tiró por la ventana del despacho al
fuego del patio.
Las hogueras en las ciudades se hicieron cada vez más frecuentes,
servían para calentarse en la noche, para cocinar la escasa comida que se
hallaba y para que los grupos se reuniesen manteniendo cierta vinculación entre
ellos al tiempo que servían como medida disuasoria ante posibles confrontaciones.
Muchas fogatas también tuvieron un carácter simbólico, quemándose en ellas todos
los billetes que se encontraban ante la consciencia de la inutilidad del dinero
fiduciario que, a pesar de la avaricia de algunos empeñados sin razón en
conservar esa falsa riqueza con la que ya no se podía adquirir absolutamente
nada, había perdido totalmente su valor.
El caos se había apoderado de los núcleos urbanos, especialmente de
aquellos de mayor tamaño donde la producción alimentaria era inexistente,
dependiendo en su totalidad del exterior, y solo se prestaban servicios ahora
absolutamente inútiles. La búsqueda de bebida y alimento se había convertido en
la única prioridad y para su obtención todo era válido. Los vertederos se
llenaron de desesperados que arremetían los unos contra los otros para obtener
cualquier resto que llevarse a la boca -independientemente de su estado de
conservación- cuando los almacenes de las tiendas de alimentación se vaciaron.
El agua comenzó a escasear. Las plantas potabilizadoras habían dejado de
funcionar ante la ausencia de electricidad y a pesar de que durante algún
tiempo siguió habiendo agua corriente esta ya no era potable. La sangre se
convirtió en moneda de cambio para obtener unas pocas gotas de agua que
calmaran la sed. Los cadáveres, consecuencia por igual de asesinatos y de
inanición, comenzaron a poblar las calles. Al principio algunas cuadrillas
espontáneas los retiraban, pero al cabo de poco tiempo se abandonaron a su
suerte y finalmente, en el culmen de la desesperación, se utilizaron como
fuente de alimento junto con cualquier otro tipo de animal, antes de que se
iniciara su proceso de descomposición. El olor era insoportable y las
enfermedades comenzaron a propagarse por doquier. La lluvia no hacía acto de
presencia para calmar la sed y limpiar las calles de inmundicia. La energía,
signo del desarrollo de la sociedad, se había esfumado, la peste había hecho su
aparición en el siglo XXI.
Rubén Cabecera Soriano
Mérida a 8 de agosto de 2013.