Colapso. (Dos)

La tasa de retorno de las principales fuentes de producción energética llevaba siendo deficitaria desde hacía mucho tiempo para los combustibles fósiles, lejos quedaban los valores centenarios de la primera mitad del siglo XX. Sin embargo estos datos fueron convenientemente ocultados tanto por las empresas productoras como por los países exportadores con el ánimo de exprimir –literalmente-  en sus estertores el subsuelo donde existían potenciales fuentes de extracción y, por supuesto, a los usuarios que todavía seguían utilizando energías de procedencia fósil ya que que no se había producido la necesaria renovación tecnológica como consecuencia de los espurios intereses de los lobbies de multinacionales agrupados en torno a la extracción del petróleo, carbón, gas y pizarras bituminosas.

Un borrador del discurso del presidente fue hallado de forma casual entre papeles arrugados en la papelera del despacho del jefe de gabinete del Ministerio de Presidencia durante un expolio masivo, en el que miembros de las disgregadas fuerzas de seguridad tomaron parte activa. Quien lo encontró buscaba algo de valor, buscaba comida, quién sabe bien qué quería, tal vez tan solo era la represalia con la que, en nombre de la población, quería desahogarse por la situación de agonía que estaba viviendo. Resultaba inútil, incluso para vengarse, pero el ser humano necesita liberar sus rencores. Poco se podía hacer sobre lo que apenas existía ya, sobre una institución que a duras penas tenía capacidad para emitir comunicados que llegasen más allá del propio edificio y de los que prácticamente solo se enteraban los funcionarios que aún iban a cumplir su horario laboral. El texto, a los ojos del intruso, tan solo eran párrafos subrayados, coloreados y remarcados en los que resaltaban algunas palabras a las que apenas prestó atención -los ciudadanos todavía no habían empezado a almacenar papel para masticarlo y obtener de él algo de alimento y agua, con el envenenamiento progresivo que terminaría suponiendo la ingesta de cloro con que el papel se emblanquecía-. Sin embargo, antes de deshacerse del discurso en la hoguera que se había encendido en el patio interior, le llamó la atención el título, Un Cambio Definitivo, puesto que le sonaba de haberlo leído, hacía no demasiado tiempo, en algún rotativo cuando todavía funcionaba el metro e iba en él con traje de chaqueta al trabajo en la zona centro de la capital. Intuyó de qué se trataba y se permitió ojearlo durante unos instantes. Aunque ya era demasiado tarde, fue consciente por momentos de lo que podrían haber supuesto esas declaraciones, de haberse hecho públicas, y que ponían fin a la era energética tal y como se había desarrollado hasta ese instante, que marcaban el inicio de una nueva etapa en la que solo las energías limpias serían utilizadas, incluso asumiendo un decrecimiento inicial y que condenaba el uso de energías contaminantes mediante sucesivas leyes que se promulgarían hasta llegar a la total desaparición de dichas fuentes. En suma, un cambio definitivo, tal y como rezaba el título. Esa fue la razón del asesinato del presidente comprendió e instantes después arrugó el papel y lo tiró por la ventana del despacho al fuego del patio.

Las hogueras en las ciudades se hicieron cada vez más frecuentes, servían para calentarse en la noche, para cocinar la escasa comida que se hallaba y para que los grupos se reuniesen manteniendo cierta vinculación entre ellos al tiempo que servían como medida disuasoria ante posibles confrontaciones. Muchas fogatas también tuvieron un carácter simbólico, quemándose en ellas todos los billetes que se encontraban ante la consciencia de la inutilidad del dinero fiduciario que, a pesar de la avaricia de algunos empeñados sin razón en conservar esa falsa riqueza con la que ya no se podía adquirir absolutamente nada, había perdido totalmente su valor.

El caos se había apoderado de los núcleos urbanos, especialmente de aquellos de mayor tamaño donde la producción alimentaria era inexistente, dependiendo en su totalidad del exterior, y solo se prestaban servicios ahora absolutamente inútiles. La búsqueda de bebida y alimento se había convertido en la única prioridad y para su obtención todo era válido. Los vertederos se llenaron de desesperados que arremetían los unos contra los otros para obtener cualquier resto que llevarse a la boca -independientemente de su estado de conservación- cuando los almacenes de las tiendas de alimentación se vaciaron. El agua comenzó a escasear. Las plantas potabilizadoras habían dejado de funcionar ante la ausencia de electricidad y a pesar de que durante algún tiempo siguió habiendo agua corriente esta ya no era potable. La sangre se convirtió en moneda de cambio para obtener unas pocas gotas de agua que calmaran la sed. Los cadáveres, consecuencia por igual de asesinatos y de inanición, comenzaron a poblar las calles. Al principio algunas cuadrillas espontáneas los retiraban, pero al cabo de poco tiempo se abandonaron a su suerte y finalmente, en el culmen de la desesperación, se utilizaron como fuente de alimento junto con cualquier otro tipo de animal, antes de que se iniciara su proceso de descomposición. El olor era insoportable y las enfermedades comenzaron a propagarse por doquier. La lluvia no hacía acto de presencia para calmar la sed y limpiar las calles de inmundicia. La energía, signo del desarrollo de la sociedad, se había esfumado, la peste había hecho su aparición en el siglo XXI.


Rubén Cabecera Soriano

Mérida a 8 de agosto de 2013.

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