sábado, 15 de diciembre de 2012
La Bastille
“Sin Paz no es posible el Comercio”, así
rezaba el lema con el que se ganó el concurso del Palacio de la Bolsa de
Madrid, templo de la economía como su planta basilical nos recuerda y una clara y evidente oda al mercado que nos
somete y al que sin embargo debemos rendir pleitesía sirviendo de símbolo
defensivo y opresivo -paradojas de la vida- de nuestra sociedad actual como en
su momento lo fue La Bastille,
fortaleza estratégica en la ciudad de París que, pese a su transformación en
cárcel, no abandonó su simbología representativa del régimen monárquico
establecido y del absolutismo reinante que sometía a la sociedad del momento
impidiendo su desarrollo en libertad, generando enormes diferencias de clases,
provocando un hambre atroz y dominando, con el terror y el miedo incrustado en
la mente de los ciudadanos, desde fastuosos e indecentes palacios construidos
con el sufrimiento de los más pobres.
Apenas sutiles
diferencias conceptuales nos separan hoy de lo que entonces ocurría como el sabio
acontecer de la historia se ha venido preocupando en demostrar. El sometimiento
de unas gentes que veían mermados su derechos y morían de hambre en pro de una
clase dirigente, auspiciada por la azarosa herencia monárquica, poderosa y
acaparadora que prefería financiar guerras antes que alimentar y proteger a su
pueblo e incapaz de reconocer su ofensa, frente a una sociedad resignada y humillada
que, extenuada y oprimida hasta casi su muerte, reacciona sin embargo, enfrentándose contra el poder imperante, pertrechados con las mismas armas
robadas a los opresores y provocando la capitulación de uno de sus símbolos que
se concatenaría con logros sucesivos hasta la supresión, con la decapitación
del rey, del sistema establecido, sin que por ello se justifique ni el derramamiento
de sangre, ni la violencia como regla de cambio, aunque no hubiese alternativa
real como el propio sistema demostraba constantemente.
Es innecesario argumentar
los avances y mejoras sociales logrados. Resultan evidentes, pero también el
poder se sirve ahora de nuevos útiles para procurarse cubiertas sus egoístas y
malsanas necesidades. Este nuevo poder no se sustenta en coronas, sino en
mercados y alude al comercio como sistema pacificador, aunque sin embargo es la
malversación del mismo la que, estimulada por los innobles usureros, provoca
las mayores diferencias sociales, no dentro ya de un estado, sino a lo largo y
ancho de la Tierra. La solidaridad propugnada con el mensaje revolucionario “liberté, égalité, fraternité ou la mort”
ha sido nuevamente suprimido y se ha sustituido por el egoísmo social imperante
que nos ciega sistemáticamente sirviendo de constante excusa para el mayor
empobrecimiento social y, simultáneamente, al mismo nivel, el enriquecimiento
de unos pocos privilegiados que se sirven de instrumentos creados por ellos
mismos mediante marionetas políticas que legislan en nombre de todos para esos malignos inviolables.
Pues bien, esos
mismos instrumentos de los que en su momento se apoderó la sociedad civil para
derribar los símbolos de los poderosos están a nuestro alcance y deberíamos,
con ellos, poder acabar con los nuevos emblemas que solo nos empobrecen y no nos
permiten alcanzar la plenitud como sociedad. Resulta sencillo comprobar que el
armamento castrense no responde hoy en día a esa disyuntiva y que es otro
instrumento, la educación, como bien saben los poderosos, la que coadyuvaría a cambiar
el estado de las cosas. La luz que con la ilustración se encendió pretende ser
apagada para que nuestra ceguera nos impida ver la realidad.
Mérida a 15 de diciembre de 2012.
Rubén Cabecera Soriano.
Etiquetas:
La Bastille,
Política y sociedad.