La Bastille


Sin Paz no es posible el Comercio”, así rezaba el lema con el que se ganó el concurso del Palacio de la Bolsa de Madrid, templo de la economía como su planta basilical nos recuerda y una clara y evidente oda al mercado que nos somete y al que sin embargo debemos rendir pleitesía sirviendo de símbolo defensivo y opresivo -paradojas de la vida- de nuestra sociedad actual como en su momento lo fue La Bastille, fortaleza estratégica en la ciudad de París que, pese a su transformación en cárcel, no abandonó su simbología representativa del régimen monárquico establecido y del absolutismo reinante que sometía a la sociedad del momento impidiendo su desarrollo en libertad, generando enormes diferencias de clases, provocando un hambre atroz y dominando, con el terror y el miedo incrustado en la mente de los ciudadanos, desde fastuosos e indecentes palacios construidos con el sufrimiento de los más pobres.

Apenas sutiles diferencias conceptuales nos separan hoy de lo que entonces ocurría como el sabio acontecer de la historia se ha venido preocupando en demostrar. El sometimiento de unas gentes que veían mermados su derechos y morían de hambre en pro de una clase dirigente, auspiciada por la azarosa herencia monárquica, poderosa y acaparadora que prefería financiar guerras antes que alimentar y proteger a su pueblo e incapaz de reconocer su ofensa, frente a una sociedad resignada y humillada que, extenuada y oprimida hasta casi su muerte, reacciona sin embargo, enfrentándose contra el poder imperante, pertrechados con las mismas armas robadas a los opresores y provocando la capitulación de uno de sus símbolos que se concatenaría con logros sucesivos hasta la supresión, con la decapitación del rey, del sistema establecido, sin que por ello se justifique ni el derramamiento de sangre, ni la violencia como regla de cambio, aunque no hubiese alternativa real como el propio sistema demostraba constantemente.

Es innecesario argumentar los avances y mejoras sociales logrados. Resultan evidentes, pero también el poder se sirve ahora de nuevos útiles para procurarse cubiertas sus egoístas y malsanas necesidades. Este nuevo poder no se sustenta en coronas, sino en mercados y alude al comercio como sistema pacificador, aunque sin embargo es la malversación del mismo la que, estimulada por los innobles usureros, provoca las mayores diferencias sociales, no dentro ya de un estado, sino a lo largo y ancho de la Tierra. La solidaridad propugnada con el mensaje revolucionario “liberté, égalité, fraternité ou la mort” ha sido nuevamente suprimido y se ha sustituido por el egoísmo social imperante que nos ciega sistemáticamente sirviendo de constante excusa para el mayor empobrecimiento social y, simultáneamente, al mismo nivel, el enriquecimiento de unos pocos privilegiados que se sirven de instrumentos creados por ellos mismos mediante marionetas políticas que legislan en nombre de todos para esos malignos inviolables.

Pues bien, esos mismos instrumentos de los que en su momento se apoderó la sociedad civil para derribar los símbolos de los poderosos están a nuestro alcance y deberíamos, con ellos, poder acabar con los nuevos emblemas que solo nos empobrecen y no nos permiten alcanzar la plenitud como sociedad. Resulta sencillo comprobar que el armamento castrense no responde hoy en día a esa disyuntiva y que es otro instrumento, la educación, como bien saben los poderosos, la que coadyuvaría a cambiar el estado de las cosas. La luz que con la ilustración se encendió pretende ser apagada para que nuestra ceguera nos impida ver la realidad.



Mérida a 15 de diciembre de 2012.
Rubén Cabecera Soriano.

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