Otra de urnas.


Mañana nada se decide en las urnas. Mañana, los catalanes, bien podrían ser los vascos, los extremeños o los andaluces,  podrán o no ejercer su derecho al voto y elegir a quienes les representarán durante los siguientes cuatro años. Si votan podrán sentirse defraudados, si no votan serán defraudados, aunque siempre merecerán exculparse argumentando que no participaron de una farsa sumariamente orquestada. La dureza de esta aseveración encuentra respuesta precisamente en la estadística repetición de lo acontecido en las sucesivas elecciones representadas, pues son eso, representaciones, a lo largo de la historia reciente de España. La manipulación, la falsedad, las mentiras y, paralelamente, la necedad de los políticos y su incompetencia, hacen de los ciudadanos, escépticos o crédulos en función de la agudeza visual o ceguera que padezcan, meras marionetas en manos de otras marionetas movidas a su vez por intereses superiores.

En cualquier caso, intencionadamente o no -quiero pensar que no todos los políticos ejercen o tienen capacidad para ejercer, pues hay mucha mediocridad entre esta clase, esa maquiavélica capacidad de manipulación-, el nivel de aceptación de los políticos y la exigencia que éstos les deben a los ciudadanos es proporcional a la capacidad intelectual de los votantes. Por tanto, cuanto más manipulables seamos como consecuencia de nuestra incultura, más fácilmente conseguirán sus objetivos, sean cualesquiera que sean, al margen, sin duda alguna, de las necesidades reales de gobierno, al tiempo que encuentran en el día de la solemnidad democrática  -recuérdese que se produce cada cuatro años y hasta donde sé al menos nuestro santoral repite festividades anualmente- la justificación necesaria para obrar como les venga en gana, sin obligación de responder ante las promesas realizadas durante la campaña y, por supuesto, librándose de las exigencias de quienes confiaron en ellos.

No puede nadie convencernos de que ese supuesto control se realiza en las cámaras gubernamentales donde los diputados no pertenecientes al gobierno, opositan sus argumentos a las decisiones que se toman desde el partido ganador –como si de una competición se tratase-, porque en las mayorías esta situación es una pantomima y en las minorías son los intereses partidistas los que mueven finalmente las políticas.

Es innegable que las políticas locales tienen mayor proximidad con la ciudadanía, más efectividad tangible y que, al margen de las grandes infraestructuras y servicios de carácter universal como deberían ser la educación y la sanidad, el centralismo es una opción nefasta como la historia reciente ha venido demostrando desde finales del siglo XIX pasando por períodos republicanos, regeneracionismos, restauraciones y dictaduras, pero no menos malos son los reinos de taifas, como también la historia se ha encargado de demostrar. Duele pensar que los más nimios avances sociales se deban conseguir mediante revoluciones, cuando los ciudadanos ya no encuentran más salida a su asfixia que la lucha directa por sucesivas represiones que suframos, pero parece que estamos avocados sistemáticamente a ello.

Tiene que ser posible compatibilizar identidades con gestión y estos aspectos deben constituirse como puntos de partida para el análisis de las realidades sociales y territoriales de un lugar tan precioso como la ciudad en que residimos, la provincia que nos sirve, la comunidad que nos administra, la España en que vivimos, la Europa en que nos sumergimos o la Tierra que nos alberga. Si alguien no lo ve, algo debe fallarle; estos son principios universales, no son caracterizaciones de tipo nacionalista, regionalista, republicano o monárquico, debemos anteponer las necesidades al egoísmo. Los ideales deben ser eso, ideales, cuya finalidad debe ser alcanzable por vía política en el difícil equilibrio de la búsqueda de la equidad, pero siempre que quienes pretendan ejercer ese honor de representar a los ciudadanos, realmente lo hagan y no se limiten a mentir un mes antes de ser elegidos para obtener carta blanca durante los cuatro años siguientes.


Mérida a 24 de noviembre de 2012.
Rubén Cabecera Soriano.

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