Desahuciado.


Dice nuestro diccionario que desahuciar es quitarle a alguien toda esperanza de conseguir lo que desea y economía es la administración eficaz y razonable de los bienes, cuyo origen etimológico proviene del latín oeconomĭa, y este del griego οκονομία, que significa “administración de la casa”. Consecuentemente desahuciar no es sino condenar a alguien al peor sufrimiento posible cercenándole cualquier atisbo de ilusión al dejarle sin expectativas ante el futuro, por cuanto el hogar supone en una familia, ante la excusa de no haber sido capaz de afrontar los pagos adeudados como consecuencia de su mala gestión de bienes, es decir, por su incompetencia en la administración de la casa, su mala economía.

Si el castigo por este error es la pérdida del bien más preciado por parte de un ser humano, el que le permite albergar las esperanzas de futuro y formar una familia que cuidar y dicha falta debe ser expiada con la pérdida de ese bien y la conservación de la deuda, ¿cuál no debería ser la pena para aquellos que sobradamente se han mostrado incapaces de una administración eficaz de los bienes de un conjunto de ciudadanos en la gestión de la “casa de todos” que es el propio país?, o a una escala ligeramente menor, ¿en la gestión de los bienes de cientos de miles de confiados usuarios que depositaron su riqueza en los bancos?, ¿no debería ser proporcional la sanción con que redimirse para aquellos que han destrozado la vida de innumerables ciudadanos con nombres y apellidos, más allá de los números que engrosan las listas con las que se manejan a nivel estadísticos quienes malversaron esos bienes?, ¿para aquellos que han provocado, en el injusto escalonamiento económico, que el pecado final sea pagado por el ciudadano, ahora con nombre y apellido que en las grandes cifras no cabe, y que al individuo sirve para hundirle aún más en la desesperanza?

Tal vez la visión que tengan quienes han escamoteado esa gestión no sea la del daño real causado y, sin embargo, sufran como propio el impago de un préstamo hasta el extremo de hacer caer sobre el moroso todo el peso de la desequilibrada justicia. Esa proporcionalidad anhelada, si existiese y se cumpliese, provocaría una eterna condena para el pecador que mal administró los bienes de muchos, que no lograría en vida pagar dicha deuda y que heredarían sus sucesores por generaciones y generaciones, ¿dónde quedan, pues, las grandes responsabilidades que supuestamente asumen, más allá de las aún mayores remuneraciones que perciben? Sin embargo, lejos de esta realidad, aquellos que hicieron mal para muchos, apenas llenan unas líneas en recortes de periódicos o sencillamente consiguen afrontar la deuda provocada ordenando ayuda, semejante paradoja se da entre nosotros, a políticos que agachan la cabeza, les ofrecen sonrientes el dinero solicitado que posteriormente esos mismos mandatarios les pedirán para financiar con interés usurero los propios estados y aprietan el cuello de quienes les eligieron, para que esos defraudadores puedan seguir incrementando su riqueza, mientras que los pobres arruinados ciudadanos, si tienen algo de fortuna, solo consigan posponer el desahucio con el apoyo de otros comprometidos vecinos bajo el palo policial, hasta que la flaqueza de fuerzas o el momento de su propio desahucio les llegue.


Mérida a 17 de noviembre de 2012.
Rubén Cabecera Soriano.

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