Hacía un día
espléndido, a pesar de ser otoño, bien avanzado, en sus postrimerías. La gente
había decidido salir a pasear y disfrutar del calor que ofrecían los intensos
rayos de sol. Algún atrevido iba en manga corta, pero eran los menos. El paseo
era agradable, ya fuera por el parque, por el río o por el centro de la ciudad.
Cualquiera hubiese pensado que todos se habían puesto de acuerdo para salir y
dejar las casas vacías. Sin embargo, las caras de los transeúntes estaban apesadumbradas,
todas, salvando algún que otro niño que chillaba mientras su hermano mayor le
perseguía. Caras entristecidas, sabedoras de las dificultadas que estaban
teniendo tras haber perdido sus trabajos, tras haber visto reducidos sus
sueldos, tras haberse encontrado con dificultades económicas para adquirir los
medicamentos que curasen sus enfermedades, tras haber tenido que sacrificar las
vacaciones para poder pagar las clases de sus niños, tras haber remendado los
últimos pantalones que le quedaban y cambiado las suelas a los zapatos ya destrozados. Esas
caras también habían escuchado el otro “relato
de la realidad”, el que algunos incautos y desvergonzados habían
pronunciado no hacía mucho y que pretendía llenar de esperanzas los ánimos de
los que solo sufrían y sufrían, a cambio de obtener un vete a saber qué nuevo
cargo en futuros gobiernos. La indecencia había llenado con ignominiosas palabras sus bocas e insolentemente se
atrevían a sonreír señalando la “manifiesta
mejoría” de la economía que terminaría por sacarnos de la funesta situación
en la que “los otros” nos habían
metido. Esas palabras, las palabras que hablaban de la salida de la crisis, que
unos pronunciaban y otros afirmaron, estaban dirigidas a gente aterida de frío
que buscaba refugio cada noche en portales de bancos que se convertían en
inesperados anfitriones tras haberles desahuciado de sus casas; nadie podría
nunca igualar en modo alguno semejante desprecio por ellos.
“
Nuestra balanza por cuenta corriente es nuevamente
positiva y no hay mejor signo con que corroborar la próxima salida de la crisis”,
los periódicos despertaban con esa noticia, y los editoriales, animados,
reflexionaban acerca de un hecho tan cierto como ése. Algunos agoreros
presentaban otros datos acerca del número de parados, de la mala situación del
consumo, de la reducción de servicios y el encarecimiento de otros, incluidos
los constitucionalmente universales, pero siempre buscando el contrapunto,
nunca la verdadera solidaridad y comprensión. Es sencillo que nuestra balanza
mejore, preguntemos a cualquier trabajador -que la fortuna le guarde el empleo
durante mucho tiempo- cómo ha conseguido hacer que su balanza comercial
doméstica se equilibre, solo ha tenido que sacrificar vacaciones, dejar de
salir, no comprar ropa nueva, racionar comidas y suprimir necesidades no
vitales hasta conseguir ingresar más, tan solo un céntimo, que lo que gasta,
siempre y cuando pueda disfrutar aún de ingresos por encima de los gastos, en
caso contrario la indigencia es su solución y no hay problema porque el gobierno
siempre podrá decir que ha elaborado los “presupuestos
más sociales de la historia reciente de la democracia”. Cuánta verdad hay
escondida en esas palabras, qué fiel reflejo de la realidad y cuánta
desvergüenza para quien osa defenderlas con la barbilla alta, aplaudido con
desmán por compañeros igualmente necios desde mullidos asientos y floreando el
camino para que las hemerotecas le hagan un hueco en sus vetustos archivos;
cuando debíase pronunciar esa frase con lágrimas en los ojos y sintiendo de
corazón las penurias de aquellos que tendrán que percibir esas ayudas sociales ante
su desesperanza a la hora de buscar con qué subsistir y revelando lo único que
este estado aún podría mostrar, algo de solidaridad social, pues ya la
seguridad se perdió.
La realidad no es
otra sino la que muestra que los primeros en sufrir la crisis fuimos los
ciudadanos y los últimos que saldremos de ella, y habrá que ver en qué
condiciones, también seremos nosotros, habiendo dejado atrás a lo largo de
muchos años de angustia, innumerables logros que posiblemente no vuelvan a
recuperarse nunca, al menos que nosotros conozcamos y disfrutemos, por cuanto
supone el esfuerzo de rehacer, mucho mayor que el de crear. La pobreza se ha
instalado en nuestra sociedad, aprenderemos a vivir con ella, el ser humano es
superviviente por definición, incapaz de ser otra cosa en un medio que nosotros
mismos convertimos en hostil y que otros propiciaron para su egoísta mejoría,
auspiciada en el miedo a la pobreza que instalamos en nuestras mentes.
Mérida a 3 de noviembre de 2012.
Rubén Cabecera Soriano.
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