Finalmente la
codicia parece haber vencido a la solidaridad. El ser humano, aquello que es lo
más importante que nos ha pasado como seres vivos, pues es lo que somos. Lo que
debería diferenciarnos, hacernos especiales, ha desaparecido y sólo quedan
individuos que han hecho del egoísmo y la avaricia la única forma de vida en
sociedad. Ansían tener más que nadie sin importarles cómo conseguir esa absurda
y mortífera riqueza material que no tiene el más mínimo remordimiento en exterminar
para crecer y crecer sin mesura, sin que nosotros, sus víctimas directas en
todos los sentidos, reparemos en preguntar siquiera qué es y dónde está la
verdadera, la auténtica riqueza. ¿Qué esperanza nos queda si todos somos presos
voluntarios y sometidos en ese campo de concentración gobernado por el dinero
en que hemos convertido el mundo? Ese donde la solidaridad se limita a un
lavado de alma temporal con el que ofrecemos a los desfavorecidos unas míseras
monedas a cambio de beneficios fiscales que nos reportan más a nosotros que a
ellos; donde escondemos la vista al pasear por las calles si nos cruzamos con
alguien que pide, pensando que darles una limosna les hará mal; donde
engullimos diariamente lo que otros apenas imaginan sin remordimiento alguno.
Miserable esa caridad
recurrente de las ideologías que apenas sirve para calmar nuestras consciencias
y limpiar de nuestras mentes la culpabilidad que golpea nuestros encallecidos
corazones, más preocupados siempre de ser cada vez más ricos que de devolver y
repartir lo que robamos para nosotros y que pertenece a todos, incluso a los
más pobres.
Desconozco si será
el dinero lo que resuelva los problemas del hambre en el mundo, lo dudo, pero me asombra
que lo primero de lo que prescindamos cuando tenemos problemas sea de la
solidaridad para con los demás. Déjame
vivir mejor, que peor ya vive él.
Mérida a 4 de mayo de 2011.
Rubén Cabecera Soriano.
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