Yo soy defraudador, defraudador, defraudador...


¿Y si finalmente se celebrasen con esta letra, no los títulos conseguidos por la selección española de fútbol, sino los logros de los que roban, las amnistías a los que defraudan, las disculpas a los criminales? Tenemos un país en el que sale barato delinquir, especialmente a los poderosos, que de otra parte son los que más lo hacen, en mayor cuantía y, eso sí, con mayor sutileza, fundamentalmente porque pueden costeárselo o porque se han procurado el régimen jurídico propicio para conseguirlo gracias a la efectiva manipulación que hacen de la clase política que come de su mano, literalmente. Qué ejemplaridad pretende inculcar en nosotros la clase política si sólo les falta entonar al unísono con esos ladrones el himno "yo soy defraudador, defraudador, defraudador...". La acuciante y preocupante desafección existente entre la ciudadanía y los mal llamados "nuestros políticos" es el menor de los males. Este país sufre una grave crisis de moral. Localizar el origen de esta enfermedad social posiblemente sea un trabajo que está exclusivamente al alcance de especialistas, pero me atrevo a decir que la rapidez con la que los padres de nuestra democracia gestionaron el cambio de régimen pudo constituir el germen del mal actual: confundimos libertad con libertinaje y derechos con privilegios.

La connivencia de los políticos con las clases adineradas, para las que los primeros sólo supieron ofrecer prebendas y en las que los segundos intuyeron rápidos y fáciles medios de enriquecimiento, coadyuvó a que el atónito ciudadano de a pie se acostumbrase a ver abusos que eran sencillamente obviados tras algunos días en las portadas de los periódicos del signo contrario al partido implicado y favores a diestro y siniestro de la clase política a cambio de futuros puestos de consejero en multinacionales o incluso empresas más modestas, pero con "gran proyección" de crecimiento. Así pues, Ernesto Martínez, María Hernández o Alfredo Pimentel vieron un pequeño desahogo en su rabia al abusar de la Seguridad Social, evitar la emisión de facturas para ahorrarse el IVA o declarar algunos gastos adicionales que no les correspondían, pero además, Antonio Gutiérrez, Pepa Álvarez y Eva Piriz decidieron que era justo tomarse un desayuno diario de más de una hora, no preparar las clases para sus alumnos dedicando ese tiempo a sus cosas y abandonar las guardias antes de tiempo sin importarles si había o no pacientes a la espera.

Otros muchos (no me cansaría de dar nombres) que sufrían la desidia, el abuso y la dejadez de aquellos se indignaban ante la situación y pedían mano dura y se quejaban amargamente de esa realidad incrustada y parasitando en nuestra sociedad casi asumiéndola como consustancial a nuestra idiosincrasia, a la del españolito. También servía la cerveza del bar para enverdecer al político incapaz, presumido, autoritario, pero nunca suficientemente decidido a tomar la iniciativa para lo que a todas luces era un hecho ya cotidiano. ¿Cómo es posible que no vean lo que vemos? Eso es porque sólo les interesan los votos y tomar ciertas decisiones les costaría el puesto. ¿Pero no se dan cuenta de lo que pasa?, ¿acaso viven en un país paralelo o "para lelos"? Discúlpenme el juego semántico innecesario, pero reconozcamos que estas conversaciones han llenado nuestras bocas durante mucho tiempo y lo siguen haciendo. Todo ello aderezado con corruptelas, desfalcos, mentiras y fraudes que van minando nuestra conciencia social poco a poco, pero firmemente transformándonos con igual contundencia en materialistas ególatras, haciendo del egoísmo social la forma de relación más común entre nosotros. ¿Cómo vamos a creer en un sistema que vemos pudrirse poco a poco y en cuya agonía vemos gente aprovechándose de él?, ¿ha desaparecido la solidaridad? Parece que no del todo, aunque las sensaciones no son especialmente positivas, pero una advertencia a aquellos con capacidad de decidir, cuidaros mucho de no sobrepasaros en el abuso, todo tiene un límite.


Rubén Cabecera Soriano.

Carboneras a 6 de julio de 2012.

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