Educando elefantes gais en Argentina.


Sin comentarios sería un comienzo y final perfectamente válido para el título de la entrada que ofrece En Cabecera esta semana, crispada como ninguna o tal vez igual que las demás, pero no puedo resistir el placer que me produce incidir en él con mayor profundidad. Así pues, procedo.



Para quien desconozca la historia no cabe otra cosa que la incongruencia de los hechos deslavazados que se nos presentan invadiendo nuestro corriente entender para dirigirnos, que es ambages de adiestrarnos y manipularnos, hacia el lugar al que aquellos que la escriben quieren. En ocasiones, estos hechos, reales en su mayor parte, se escapan de las manos de quienes los producen y el tamiz de la historia los tergiversa en manos de algún escribano aventajado y bien adoctrinado. Sirvan como ejemplo estos hechos que ocurrieron no hace mucho, se hace el esfuerzo de narrarlos en tiempo presente para que resulte más difícil cuestionar su veracidad, por otra parte contrastable a través de los medios escritos usuales.


Uno.
¿Puede a alguien pasársele por la cabeza siquiera el hecho de que se puedan educar elefantes?, no creo que estos paquidermos tengan inteligencia suficiente como para responder a los incentivos docentes mínimos que desde los sistemas educativos públicos se ponen en manos de los profesores para la formación de aquellos, menos aún si cada pedagogo tiene que controlar a más de cuarenta de estos “animalitos” por clase. Resulta mucho más eficaz establecer un sistema por el cual todos estos mamíferos, gracias a la ayuda de internet, puedan seguir clases magistrales de un único catedrático que podría estar, pongamos por caso, en Argentina. Esto supondría, como resulta obvio, un ahorro considerable para las arcas del estado con el consiguiente fomento relacional que se produciría entre estos grandes alumnos por el uso de las redes sociales y, consecuentemente, una mejora de los resultados académicos que, no debemos dejar de recordar, fuesen cuales fuesen, serían magníficos y siempre podríamos presumir de ellos ya que hablamos de elefantes.


Dos.
Supongamos que los elefantes son gais. Cuesta, lo sé, pero este planteamiento hipotético puede resultar útil en ciertas circunstancias, sobre todo a la hora de analizar el comportamiento de estos mamíferos sometidos a las constantes influencias de un mundo lleno de rutas pecaminosas que tuercen y retuercen las sendas que estos “animalitos” recorren desviándolos del buen camino que les llevará al verdadero alimento que salvará sus almas. Hagamos sin embargo ese esfuerzo ya que hay noticias que parecen indicar que existen; ¿no queda claro que de ser veraz este hecho todos ellos estarían condenados a pudrirse en el más horrible de los infiernos? No creo que nadie imagine un final alternativo posible, ya que esa deplorable condición sexual es antinatural, ¿qué harán con esas trompas?, duele sólo imaginarlo. En fin, como todo en esta vida, siempre se encuentran soluciones, exceptuando, ya lo sabemos, la muerte, aunque algunos piensen que resolvería el problema de otros.  Y la alternativa, a pesar de los sacrificios que pueden conllevar para la sociedad y aunque sea en favor de aquellos desgraciados que caigan en ese pecado, existe, es la educación… o la castidad. Sabemos que la primera de las soluciones puede resultar un método inasumible para el estado por ser económicamente inviable; requeriría una fuerte inversión que contrariamente a lo expuesto en el apartado uno, supondría una atención personalizada para cada elefante, sometiéndole a tratamientos de choque que reformasen su mente y le devolviesen a los senderos de la heterosexualidad. La segunda solución, más extendida en estos tiempos de crisis, tan sólo requeriría de una legislación contundente que permitiese el control de esos perdidos paquidermos, quienes en caso de reiteración, dios no lo quiera, deberían ser encarcelados. Es obvio que habría necesidad de tener una policía que los controlase y no podemos imaginar mejores agentes que experimentados cazadores, arma en mano, firmes caderas y regia actitud, enfrentados a esos infelices elefantes antes de ser abatidos por su condición. Mejor una rápida muerte, antes de consumar, que el infierno eterno.


Tres.
Existe el dicho de que no hay mejor país para conseguir que los elefantes gais sean educados que Argentina. Tal vez no sea más que una leyenda, pero si no lo fuese, creo muy posible que allí se conseguirían los objetivos que aquí no alcanzamos, y no por falta de recursos, créanme que ambos los tenemos y muy escasos, sino más bien porque en ese nuestro país hermanado no hay elefantes gais que deban ser educados, hace ya algún tiempo que fueron nacionalizados y encerrados en zoos donde pueden ser observados. Hagamos la necesaria apreciación de que estas jaulas para elefantes gais son individuales, no queremos que nadie pueda escandalizarse, aunque también es cierto que se probó como terapia para estos “animalitos” encerrarlos con elefantes del otro sexo, a ver si así se arreglan, dejando a la naturaleza su sabio hacer.


En resumen, tiempos convulsos nos obligan a tomar soluciones drásticas, dramáticas en algunos casos, pero indiscutiblemente necesarias si queremos que nuestra sociedad prospera, crezca, se desarrolle, ¿no es verdad?



Rubén Cabecera Soriano.

Mérida a 20 de abril de 2012.

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