Desde hace algún tiempo vengo debatiéndome en encontrar el
calificativo más apropiado para nuestros dirigentes, refiriéndome tanto a los
unos como a los otros, así como a los de aquí y a los de allí. Créanme que mi
beligerancia no es contra las personas concretas, en realidad no puedo presumir
ni avergonzarme de conocerles, pero sí que va contra su actitud para con
nosotros. No me lo ponen demasiado difícil, bien cierto es, así que después de
mucho pensar he tenido que recurrir a nuestro querido diccionario de la lengua
española para ser lo más fiel al concepto que quiero transmitir y evitar, en la
medida de lo posible, desviarme de una realidad que contemplo cada día y que,
sin embargo, no deja de asombrarme… por ahora, aunque no pondría la mano en el
fuego y, llegado el caso, reconocería una resignación con la que seguro me
ruborizaría.
Todo esta frustración proviene como consecuencia del hecho de que mi
capacidad de decisión se ve estrictamente limitada a un voto cada cuatro años en
el que me ofrecen la insuficiente y poco generosa posibilidad de decidir sobre
una serie de cuestiones que se cansan de prometer, jurar, perjurar e incluso
declarar ante notario, sólo para convencer (entendido en el sentido más
estricto del término) y que, de manera inmisericorde y vergonzante, pasa al
olvido inmediatamente después de resultar victoriosos y ojo, que nadie es capaz
de denunciar (léase denunciar aquí como el acto de poner denuncia ante el poder
judicial, no sólo como mero reproche verbal contra lo afirmado durante la
campaña) y forzar su cumplimiento. Evidentemente alguien podrá decir que las
cosas no son tan fáciles como parecen y que se tienen que tomar decisiones
difíciles en función de las herencias recibidas; muy bien, pues que el heredero
denuncie y fiscalice las actuaciones irresponsables de los anteriores, pero que
no queden sus palabras como mera justificación para sus hechos.
He de reconocer también que tenemos otra posibilidad además de esa
ridícula, por escasa y en la mayor parte de los casos inútil, participación
cada cuatro años y es la de la afiliación a algún partido y conseguir de este
modo resolver desde dentro, desde la raíz, aunque partiendo siempre de la base que
deberemos ejercer como alguna suerte de becario o parecido durante algún tiempo
y tendremos que soportar el comportamiento de aquellos a los que critico; tal
vez haya gente sin escrúpulos o con los mismos que tienen los de su calaña para
sobrellevar esta situación o tan incrédulos como para creer sin cuestionar todo
lo que les arenguen, pero yo no me veo capacitado, son ya demasiadas las
decepciones acumuladas a lo largo del tiempo y no creo que pueda siquiera ponerme en esa tesitura. Y que conste
que me cuesta creer que nadie haya que actúe para favorecer a los ciudadanos.
Los hay, especialmente en la política local, no lo pongo en duda, el problema
es que casi quedan enterrados entre la maleza de los que siguen directrices de
sus superiores, que no son más que marionetas en una jerarquía del poder
inimaginable.
Bueno, ¿y si fundase un partido nuevo?, ¿y si consiguiese convencer a
un número suficiente de gente responsable y comprometida con capacidad para
gestionar y seguir el mandato del pueblo y no el de los ricos y poderosos?
(léase y entiéndase bien el tono demagógico de la aseveración), sería un gran
éxito, tendríamos asegurado el gobierno en interinidad (subrayo esta palabra
como mensaje para aquellos que consideran sus cargos como anticipo a su
jubilación) y podríamos iniciar un proceso de renovación con legislaciones que
evitasen las situaciones que el día a día nos viene ofreciendo, estaríamos en la
situación ideal, ¿utópica? Un sesudo análisis de esta alternativa me obligó a
descartarla, dos fueron los motivos. En primer lugar en España los ideales
políticos responden a los mismos parámetros que podemos usar para los
aficionados al fútbol. O se es del Madrid o se es del Barcelona (perdonen que
haya tomado estos dos equipos, pero tengo la sensación de que son los más
representativos), poco importa lo bien o mal que lo hagan, insisto, se es del
Madrid o del Barcelona; no sé si no tenemos o no hemos desarrollado la
capacidad crítica que nos permite analizar si están realizando un buen o mal
juego, sólo queremos que ganen porque además nos sirve para regodearnos de los
vencidos. Desgraciadamente no dispongo de datos estadísticos que me permitan hacer
extensible esta explicación a un porcentaje concreto de la población
(evidentemente no es todo el mundo, en caso contrario no habría alternancia,
que es lo único que habitualmente se consigue), pero no dejo de ver a lo largo
de mi vida este comportamiento de forma generalizada, con lo que no me queda
más remedio que ponerlo de manifiesto. Y en segundo lugar, aún en el hipotético
caso de que se consiguiese crear ese grupo capacitado y entregado a la función
pública, la de verdad, tengo claro que los presidentes de los clubes de fútbol,
Real Madrid y Barcelona (permítanme retomar de nuevo el símil), no admitirían
que un intruso hiciese peligrar el equilibrio alterno en que tan acomodados se
encuentran, diciendo unos lo malo que son los otros, hasta que los otros tienen
la posibilidad de decir lo malos que son los unos, y mientras tanto algunas
ovejas negras de entre ellos, vestidos con sus colores, pues el negro es un
tinte que no se ve a simple vista, se aprovechan de la situación para
beneficiarse ellos o sus cercanos, ya que también tienen su cariño como
personas que son.
Así pues, tras estas reflexiones no pude sino llegar a la conclusión
de que nuestros políticos sólo pueden ser o estúpidos o astutos. Estúpidos (del
latín stupĭdus, necio o falto de inteligencia) si no son capaces de interpretar
y reaccionar ante las señales más que evidentes que la gran parte de los
ciudadanos lanzan día a día de desencanto, de desafección, de necesidad o de
socorro. O astutos (del latín astūtus, agudo, hábil para engañar o evitar el
engaño o para lograr artificiosamente cualquier fin), si entendiendo estas
mismas señales prefieren actuar obviándolas, abandonándolas hasta conseguir que
el olvido las entierre y satisfaciendo sin embargo las peticiones de aquellos
que pueden permitirse ponerles o quitarles sin que se cumplan los ciclos
democráticos y ganarse de este modo para ellos un mejor retiro. Ojalá
tuviésemos políticos inteligentes.
Rubén
Cabecera Soriano.
Mérida a 27 de abril de 2012.
Yo creo que son lo suficientemente "astūtus" como para saber cómo perpetuarse en el poder y lo duficientemente "stupĭdus" como para no querer escuchar al pueblo. El cual, sabiendo de la necedad del gobernate de turno, lo mira como un payaso más del circo (entiéndase por el congreso). Donde hay de todo, trapecistas que saltan de sillón en sillón (ya sea público o privado), equilibristas que por mucho que zozobren nunca se caen, prestidigitadores que hacen magia con las cuentas públicas y una gran cantidad de niños que de vez en cuando participan del espectáculo con insultos y frases pueriles que se lanzan entre ellos. A saber; "ha empezado él", "y tu más". Lo malo de todo es que la entrada nos sale muy cara.
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