Juan Olvidado es un lector empedernido,
meticuloso y en ocasiones compulsivo. Su trabajo de funcionario le obliga a
leer y releer hasta el hartazgo un sinnúmero de documentos que no dejan de
sorprenderle día a día a pesar de los muchos años de profesión. No son sus
lecturas favoritas, pero es responsable y cumplidor en lo suyo y eso le obliga
a sufrir; digámoslo nuevamente por si alguien no lo entendió bien, a sufrir las
consecuencias de una administración politizada en exceso y con excesos. El desconcierto
no es continuo ni uniforme, abarca todo tipo de ámbitos, los legislativos, los
presupuestarios, las medidas urgentes, pero, sin el más mínimo atisbo de duda,
las publicaciones que se llevan la palma a ojos de Juan, aunque seguramente
otros las vean normales, por cuanto son increíbles y surrealistas son las que
afecta a los nombramientos. Normalmente los que responden a títulos obtenidos
por méritos propios consecuencia de carreras profesionales sólo ofrecen de
manera esporádica algunos errores gramaticales o tal vez leves faltas de
ortografía, más consecuencia de fallos tipográficos que de carencias educativas
de los redactores, al menos eso quiere creer Juan.
Aparecen sin embargo esas bulas y burlas
oficiales sistemáticamente poco después de que se haya resuelto alguna
elección, fundamentalmente de cierto calado y que haya generado cambios de
gobierno. La ristra de ceses y nombramientos iniciales suele ser, en términos
generales, razonable, Quítame a este de
aquí, Ponme al otro allá, Desmonta esta jefatura, Creemos la nueva dirección.
Hasta ahí, Juan, como cualquier otro hijo de vecino, sufre y sufrirá las
consecuencias de una administración apocada y acostumbrada, en la desidia
política, a montar y desmontar al antojo y capricho de quienes reciben en
préstamo democrático la orden de gestionar el bien común. Pero transcurrido un
cierto tiempo, suficiente para que las jerarquías institucionales bajen un
número de peldaños asaz, se encuentra Juan, y no siempre trasciende, pues su
repercusión es menor, con burlescos nombramientos, tomaduras de pelo,
insidiosos y claramente vergonzosos para los nombrantes y para los nombrados, que, aludidos o no, parecen
cegados por el título provisional y de interinidad, sin recabar coherencia
alguna en el hecho mismo y procurando aferrarse a él como si la vida le fuese
en ello, que les va.
Tiene Juan por costumbre cuando su margen de
tolerancia, al que a fuerza de constancia ha conseguido elevar casi hasta los
cielos, toca techo, mandar una nota a algún periódico para darle mayor difusión
que la que la publicación oficial le confiere a alguna de estas noticias, sin
mayor trascendencia en general de no ser porque suelen ser un lastre económico
para la administración, que termina consolidándose como costra en una herida
mal curada. No tiene Juan, todo hay que aclararlo, animadversión alguna contra
los nombrantes, ni tan siquiera
contra los nombrados, que pasan por el mero hecho de serlo a formar parte del
primer grupo, pero su indignación no ve otro desahogo que conseguir que la
gente, cuanta más mejor, sea conocedora
de una repugnante realidad que al ritmo de la pena y de la gloria contraría
cada día un poco más tanto a sus conciudadanos como a él mismo con la
displicencia de todos, pero con la connivencia de los contrarios que aceptan el
juego a sabiendas que su turno no tardará en llegar.
Ha visto Juan de todo, absolutamente de todo,
nombramientos de Directores de Gabinete de Directores de Gabinete, Asesores de
Asesores de Directores Generales, Asesores de Consejeros de Ministros,
Conductores de Asesores de Directores, … No se trata aquí de enumerar cada una
de las desfachateces que en la alternancia unos consienten a los otros tanto
como los otros consienten a los unos. Siempre, claro es, al margen de la
opinión pública a la que sutilmente obvian en estas decisiones que amparan en
una leyes por ellos mismos creadas y que, en absoluto, eso lo sabe muy bien
Juan, tienen la más mínima intención de cambiar, pues supondría el fin de una
clase que no tiene otra cosa mejor que hacer que vivir por cuatrienios o
múltiplos, de suerte que algún evento grave en exceso no acorte el período, a
costa del dinero de todos. A pesar de ello, la capacidad de sorpresa de Juan no
tiene límites y siempre está dispuesto, diligentemente como buen trabajador
público, a que cualquier cargo electo o nombrado por comprometida designación,
le ofrezca algo que alimente su maltrecha imaginación. La ocurrencia del ser
humano cuando busca una excusa apropiada para incrustar cual larva parásita o
apéndice malformado a uno de los suyos es inescrutable, tal y como los caminos
del señor lo son para quienes los siguen y persiguen.
Pues bien, en estas estaba precisamente Juan
cuando uno de esos memorables documentos oficiales cayó en sus manos.
-Sencillamente
no puede ser, esto es un error -, se dirigió a su superior, también nombrado
en su momento colorísticamente y no
precisamente por sus aptitudes coloras, que fue el que le pasó el documento
para que analizase su validez. - Mire
usted, aquí se ha cometido un gracioso error, - tiene Juan por costumbre no
exasperar a sus superiores, prefiere la amabilidad de un sutil encontronazo que
la beligerante guerra abierta; sabe que con el segundo método no puede ganar,
pero numerosas fueron ya sus victorias gracias a la amabilidad de sus
planteamientos.
– No
Juan, creo que no, no hay ningún error, está todo bien, esto es lo que queremos
hacer -, el plural mayestático por paradójico no quitaba un ápice a la
barbaridad que Juan tenía ante sí. – Tienes
que buscar el modo de presentarlo de forma coherente si no te parece apropiada
la propuesta que tienes delante.
- Pues
la verdad es que no, no parece demasiado apropiada, aunque a priori entiendo
que sí que es necesario un documento oficial para resolver esta, digamos,
cuestión. – La visión holística de Juan se contrapone diametralmente con la
directa realidad en que viven esos que se hacen llamar a sí mismos dirigentes.
– Mire, desconozco si hay precedentes,
intuyo que no, resulta demasiado extraño; no quiero resultar impertinente, pero,
para aclararme, el concepto es desnombrarle sin quitarle el cargo para, con el
nuevo nombre, darle otro cargo diferente, ¿no es así?
- Exactamente,
ves como no es tan difícil. Se trata de una persona necesitada, ha hecho mucho
por el partido y le queda poco tiempo, así que hay que recompensarle su esfuerzo,
pero como tiene incompatibilidad con el cargo que ahora mismo sustenta y queremos
darle otro cargo, necesitamos que cambie su nombre para ya con el nuevo poder
asignarle otra plaza.
- Ya.
- Con
un poco de suerte, nadie recordará, cuando se publique el nuevo nombramiento,
quién es este señor y lo es que seguro es que no se incurrirá en ilegalidad.
Sus palabras, totalmente convencidas, dejaron
abrumado y desconcertado al incrédulo Juan que apenas si reparó en la propuesta
de nombramiento futuro, surrealista como otras muchas, al menos le alcanzó el
suficiente nivel de cordura para negarse a colaborar en la farsa.
- No,
dijo y no sería la última vez.
Rubén Cabecera Soriano.
Mérida a 24 de febrero de 2012.
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