Europa o el gigante con los pies de barro.



- Buenos días, ¿sería tan amable de ponerme una Coca-cola?-. Mi acento dejaba mucho que desear, pero el inglés me aburría y al menos así podía practicar lo que aprendí durante la carrera.

- Eh, tendrá que perdonarme, pero no tenemos.

Me resultó extraña la respuesta, al fin y al cabo estaba en un hotel de playa, a pesar de que me pareció haberle entendido perfectamente y lo achaqué a mi oxidado oído, así que se lo repetí,- digo si podría tomar una Coca-cola.

- Ya le oí, pero le digo que no tenemos.

- Bueno, podría entonces por favor ponerme algún refresco, algo que me pueda ofrecer para este calor insoportable-. La verdad es que la temperatura debía rondar los cuarenta grados; no me agradan los bañadores, las chanclas ni las camisetas de tirantes, pero en esas circunstancias, prefería parecer el esperpento que seguro era antes que asfixiarme entre la multitud del bar.

- Puedo ofrecerle una Greek-cola.

- ¿Cómo dice?, una...

- Sí, una Greek-cola, hace tiempo que no tenemos otro tipo de refresco, este está realmente bueno, a los griegos es el que más nos gusta.

- Sí, claro, claro;- me pareció sumamente insólito el nombre, pero al fin y al cabo sería un líquido burbujeante con hielo y azúcar, imaginaba…, - pues póngame una por favor-. El camarero resultaba un poco extravagante, pero al mismo tiempo emanaba cierto halo interesante y como tampoco tenía otra cosa que hacer procuré practicar un poco con él mi griego. Se trataba de un hombre de unos cincuenta años, muy delegado y algo desgarbado, hecho que sólo arreglaba parcialmente el traje que llevaba, obligado, sin duda alguna, por la política de la empresa. - Entonces, ¿hace mucho que se dedica usted a esto?-. Pensé que la mejor manera de romper el hielo era entablar una tópica conversación intranscendente, la verdad es que no tenía mucha esperanza, pero al menos me ayudaría a refrescar algo de vocabulario.

- Pues, aunque le parezca extraño soy ingeniero… y filósofo, titulado, créame, pero después de la crisis de principios de siglo, no me quedaron muchas opciones; al menos aquí me pagan-, dijo con resignación. - El hotel pertenece a unos alemanes, aunque justo después de nuestra salida de la Unión Europea, el gobierno decidió nacionalizarlo. Duró poco y como otras muchas empresas, finalmente la privatizaron de nuevo, pero con la condición de que fuese capital extranjero, para asegurar que se pagaba la adquisición y que invertirían una buena suma.

- Ya-. Asentí, viendo cómo su cara iba poco a poco convirtiéndose en todo un poema.

- ¿Sabe?, yo voté sí en el referéndum, estaba claro era imposible salir de la situación en que estábamos sin la ayuda de Europa, bueno de Alemania- . En ese momento recordé todo el revuelo que se montó en torno a la votación; que se haría, que no se haría, la clase política amenazó con llevarla a cabo, pero renunció finalmente en un primer instante, aunque con el tiempo y la presión de la ciudadanía no tuvieron más remedio que volverlo a hacer, pues los recortes inicialmente propuestos tuvieron que aumentarse según iban comprobando que los rescates que recibía el país no eran suficientes para cubrir la profunda quiebra en que se encontraba, todo ello a pesar de las fuertes presiones que recibieron de otros países de la Unión para evitar la consulta, el problema fue que una vez que el pueblo sintió que podía decidir quiso hacerlo y con razón. El camarero, ingeniero y filósofo prosiguió, - la verdad es que nuestros políticos se comportaron de forma miserable, mintieron, malgastaron, malversaron y finalmente fuimos los ciudadanos, como siempre, quienes, por su maldito egoísmo y ansia de poder y riqueza, terminamos pagando las consecuencias. Es triste, pero los griegos hicimos un gran esfuerzo, sabíamos que estábamos sacrificando generaciones y generaciones futuras que seguirían trabajando para pagar las deudas de los miserables que arruinaron nuestro país. Hubo muchas y violentas manifestaciones porque, a pesar de que queríamos la ayuda, pedíamos que se replanteasen los sacrificios que nos querían imponer. Sencillamente no era posible asumirlos en modo alguno. Al menos conseguimos que finalmente el referéndum no se plantease en términos de euro sí o euro no, que era básicamente la última estratagema que buscaba la clase política para justificarse ante los griegos e incluso ante Europa. Ya sabe usted lo que pasó después. El sí arrasó, era lo previsible, lo natural. Todos nos abrazábamos en las calles, los políticos se dieron su baño de multitud, henchidos de orgullo frente a la gente que en realidad no quería ni verlos y que los abucheaba, y ,a pesar de todo, hacían oídos sordos frente a nosotros para poder aparecer en la foto. Eso sí, por una vez consiguieron estar de acuerdo derecha e izquierda, increíble, ¿no le parece?

- Sí, verdaderamente. Se habló mucho durante un tiempo del ejercicio de responsabilidad que habían hecho los griegos.

- Ya, pero luego llegó la cruda realidad, los alemanes consideraron el referéndum como un chantaje, como una especie de coacción, de amenaza que no supieron o quisieron aceptar y exigieron su propio referéndum, para decidir si pagaban o no el rescate de los griegos. Y concluyeron que no, que no tenían por qué soportar el mal hacer y el engaño del pueblo griego. ¿Cuánto nos hubiera gustado a muchos de nosotros poder demostrarles que habían sido nuestros representantes quienes habían engañado?, ¿que nosotros íbamos a ser responsables y trabajaríamos para devolverles hasta el último céntimo?, pero, claro, no lo conseguimos, además si eran nuestros representantes, si nosotros los habíamos elegido, ¿cómo íbamos a convencerles de que no teníamos nada que ver?, ojalá hubiera tenido éxito el intento de proceso judicial que exigió la sociedad para encarcelar a los responsables de la mayor estafa gubernamental de la historia.

- Conocida-. Maticé yo, - conocida.

- Sí, lleva usted razón, pero poco importa ahora. Cuando nos vimos sumidos en la más absoluta miseria y avocados a la pobreza de por vida, es decir, cuando vimos que nos habíamos convertido en el primer país en vías de subdesarrollo, fue cuando se iniciaron movimientos desesperados. Se habló incluso de guerra, como bien sabe usted. Queríamos declarar la guerra, pero a quién, ¿a Europa?, ¿a Alemania?, y por qué oscuro e irracional motivo, inexplicable desde cualquier punto de vista, si es que se le puede encontrar algún sentido a la guerra, ¿por haber malgastado el dinero que los propios europeos nos habían dado?, era ridículo. Las guerras con su sufrimiento siempre han sido una vía de escape para las crisis, un conflicto para cerrar otro, aunque finalmente tras la muerte y desolación, todo se reaviva, incluso para los perdedores, que hubiésemos sido nosotros sin paliativos, pero es que, en este caso, no había porqués para la ofensiva por fútiles e insignificantes que pudieran ser los que concibiésemos. Quiero decir, hubo un momento en la historia en la que los países poderosos comenzaron a tener problemas cuando las guerras se emprendieron contra guerrillas, no contra ejércitos al uso, por sofisticados que pudiesen ser; luego la cosa se complicó aún más cuando hubo que imponer el terrible peso de la "justicia" contra el terrorismo. Pero aquí el conflicto no podíamos plantearlo contra las entidades bancarias, o tal vez sí, habría sido la primera guerra económica, como todas las demás en realidad, pero sin apología como trasfondo, directa, por eso no prosperó, gracias a dios, debo decir. En fin, ese momento ya expiró y finalmente nos vimos forzados a recuperar nuestra rancia identidad, pero seguimos arruinados y estaremos endeudados por el resto de nuestras vidas. Al menos-, se rió con una sonora carcajada,- podemos devaluar nuestra moneda cuanto queramos.

- Bueno hombre, no tiene por qué ser tan pesimista-, le dije; no se me ocurrió mejor forma de intentar consolarle o al menos ofrecerle alguna esperanza, aunque la verdad es que no lo veía nada claro. - Seguro que la situación mejorará.

- Pero yo no lo conoceré-, dijo con cara sombría.

- No se ponga usted así, ya verá cómo cambia la situación. En fin, tengo que marcharme, me ha encantado charlar con usted, sinceramente le agradezco este rato, de verdad. ¿Dígame qué le debo?

- Son seiscientos cincuenta mil dracmas-. Como siempre me pasaba con esas cantidades astronómicas, no terminaba de acostumbrarme, pero, en fin, ya podría estarlo, más aun teniendo en cuenta que cuando cambié me dieron ciento cincuenta millones de dracmas y solo iba a estar una semana en las islas griegas, era el lugar más barato para veranear, incluso más que las playas de mi propia ciudad.

- Tome usted-, le di un billete de setecientos mil dracmas, - y quédese con el cambio- vaya miseria de propina le he dejado pensé cuando iba camino de la habitación, escasamente diez céntimos de euro, ¿qué habrá pensado?, espero que al menos se haya dado cuenta de que soy español.


Fotografía: www.arenapublica.com

Rubén Cabecera Soriano.
Mérida a 4 de noviembre de 2011.

2 comentarios:

  1. Siempre interesante tu manera de ver y entender la vida.

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  2. Creo que has sido demasiado optimista asegurando que un español pueda viajar en el futuro a Grecia y pueda dejar propina...

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