Gotitas.




Las gotitas de agua viven en las nubes, algunos seres humanos también. Las gotitas de agua hablan, como algunos seres humanos. Se cuentan las cosas que les pasan cada día. Unas lo hacen de forma pausada, humilde y contenida, y otras, acelerada, vanidosa y exagerada, como los seres humanos. A las gotitas les gusta pasearse por las calles y plazas que hay en las nubes. También por los parques nubosos. Lo hacen para disfrutar de lo que tienen a su alrededor. Es portentosa esta nube, piensan algunas; Cuánto me gusta este nimbo, comentan otras; y Qué maravilla de cirro tenemos, dicen a veces. 

Aunque, a decir verdad, no todas pasean felices y no todas cuentan las hermosuras de sus nubes. Otras gotitas solo cuentan sus problemas, es natural, y solo quieren que otras gotitas las ayuden, las consuelen. Pero las gotitas, no como los seres humanos, no se pueden consolar. Las gotitas, si se juntan para darse abrazos o acariciarse, dejan de ser gotitas, se unen en gotitas más grandes, entonces podemos llamarlas gotas, y pesan más, mucho más que las gotitas, así que tienen que abandonar las nubes y se dirigen a toda velocidad por un abismo a un destino desconocido para ellas que se encuentra por debajo de sus casas en las nubes. Entonces, cuando las gotas se dan cuenta de que comienzan a caer, se asustan y comienzan a gritar de la manera en que suena la lluvia, sin embargo, toman consciencia de que, al haber abandonado las nubes, ya no pueden hablar, ya no pueden contarse las historias que han vivido de forma pausada, humilde y contenida o acelerada, vanidosa y exagerada. Pero las gotas no dejan de sentir ni pierden su memoria. Van contemplando lo que les ocurre según caen y miran a su alrededor intentando reconocer a otras gotas que antes eran gotitas y con las que habían charlado animosamente, a las que habían contado sus penas o alegrías, a las que habían querido o con las que se habían enfadado. Las gotas no lloran, las gotitas sí. Así que, por mucho que puedan sufrir las gotas, no derraman ni una sola lágrima. El único consuelo que les queda, antes de llegar a su fin que ellas no conocen, es saber que son gotitas unidas a otras gotitas de la misma nube en la que vivían por más que, a veces, las gotas se formen junto a otras gotitas que no se querían cuando estaban en las nubes.

Cuando las gotas llegan al final de su camino, todas, absolutamente todas, tocan una hermosa música acompasada, es un tamborileo rítmico que endulza los oídos y relaja el alma: plop, plop, plop, y que pasa de un tenue murmullo si son pocas las gotitas que se unieron allá arriba en las nubes y cayeron acá abajo en el suelo, a un estruendoso estrépito si son muchas las que se desparraman. Así, cuando las gotas golpean el suelo, las hojas de los árboles, las tejas de las casas, el agua de los ríos o de los mares, los pétalos de las flores, las cabezas de los pájaros, los techos de los coches o el pelo de las cabezas de las personas, las gotas nuevamente se separan y vuelven a ser las gotitas que eran, desmemoriadas ahora, y, además, las pobres ya no están en sus nubes: entristecen sin saber muy bien por qué y comienzan a resbalar, lentas o rápidas, por el suelo, por las hojas de los árboles, por las tejas de las casas, por el agua de los ríos o de los mares, por los pétales de las flores, por las cabezas de los pájaros, por los techos de los coches o por el pelo de las cabezas de las personas, iniciando un camino cuyo destino desconocen. No lo saben, pero todas, absolutamente todas, regresarán un día a sus nubes, tardarán más o menos, pero llegarán y, de nuevo, se contarán las historias que han vivido de forma pausada, humilde y contenida o acelerada, vanidosa y exagerada, como lo hacen los seres humanos.

Fotografía de Cristina Valdera.


En Mérida a 22 de diciembre de 2019.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera