domingo, 1 de octubre de 2017
1:O
Unos consejos (in)útiles para los independentistas de cualquier
territorio.
Reconozco que la tentación de escribir algo, unas líneas, una simple
referencia acerca del fenómeno mediático y mediatizado que se está
desarrollando en Cataluña: España, …, Europa y Mundo, y que no culminará hoy,
más bien al contrario, se resetea para volver a iniciarse, es muy grande. Tanto
como para que me resulte ineludible y no pueda dejarlo pasar sin reflejar mi
humilde opinión acerca del patético despropósito político que, por ineptitud (e
intereses espurios que son fácilmente imaginables, pero difícilmente
comprensibles), está provocando un enfrentamiento social de escala casi apocalíptica.
Ya hablaremos otro día del uso torticero y manipulador que hacen de la
bandera y demás símbolos nacionales (atención que no especifico ninguna nación)
aquellos que dicen ser de la de la derecha, y también los que dicen ser de la
izquierda. Que solo hay que tirar de Historia para comprobar que, aunque el
concepto de nacionalismo (estado-nación) fue resultado de un proceso creativo
inventado e interesado de la Revolución Burguesa durante la Revolución Liberal
e Industrial, repuntando durante la etapa de la descolonización, todos los
movimientos políticos han intentado alguna forma de populismo con la cuota
necesaria de identificación con la patria, la tierra, las costumbres, etc. (cuestiones
estas que siempre han estado vigentes por lógica) para acceder al poder y
mantenerlo, o buscar la confrontación. Sin embargo, en cualquier lugar existen
catalanes, vascos, bretones, corsos, anglosajones, provenzales, castellanos,
extremeños y andaluces, pero esta plurinacionalidad territorial se diluye
cuando llega la hora institucional de la política. La ciudadanía siempre se
comparte, nunca se parte, nunca se fragmenta. Es irracional. La bandera de mi
patria no son unos colores que alguien cambiará cuando así interese, la bandera
de mi patria es mi gente, aquella con la que se comparten inquietudes, problemas,
amistad, …, y este vínculo debería ser cada vez más amplio, cada vez mayor, más
ambicioso, utilizando la solidaridad como el principal catalizador (disculpen
la utopía).
Por higiene mental seré breve:
Opinar, sí, indiscutiblemente (si alguien ofende o
injuria que se recurra a los tribunales).
Manifestarse, también, hasta donde tus derechos no se
opongan a los míos y no dejes de cumplir tus obligaciones (vivimos en sociedad y, en
cualquier caso, te recuerdo que la justicia vela por el cumplimiento de la ley).
Decidir, claro, en democracia ya se hace para el que
quiera mediante las urnas, pero, cuidado, con ciertas garantías (no vaya a ser
que, juguemos a la demagogia, yo quiera montar un referéndum sobre la independencia
en Villarriba de Enmedio preguntando
solo a los enmediatos —gentilicio de
dicha localidad— con los medios de comunicación locales en mis manos y pidiendo
autovías, tren, aeropuerto y hospital, además de una piscina por parroquiano, que
seguro que sale “sí”) y siguiendo unas reglas del juego comunes (y si no te
gustan las reglas, lucha por cambiarlas, es tan flexible nuestro régimen
político que incluso eso puede hacerse, pero nunca por la puerta de atrás y, lo
reconozco, armado de paciencia por lo exasperante y tedioso que puede llegar a
ser el proceso), hacerlo por otras vías no es democracia.
Imagen: Alberto Di Lolli.
En Mérida (España, cerquita de Cataluña, muy lejos de Tuvalu o de
Nauru) a 30 de septiembre de 2017.
Rubén Cabecera
Soriano.
@EnCabecera
Etiquetas:
Política y sociedad.