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Unos consejos (in)útiles para los independentistas de cualquier territorio.

Reconozco que la tentación de escribir algo, unas líneas, una simple referencia acerca del fenómeno mediático y mediatizado que se está desarrollando en Cataluña: España, …, Europa y Mundo, y que no culminará hoy, más bien al contrario, se resetea para volver a iniciarse, es muy grande. Tanto como para que me resulte ineludible y no pueda dejarlo pasar sin reflejar mi humilde opinión acerca del patético despropósito político que, por ineptitud (e intereses espurios que son fácilmente imaginables, pero difícilmente comprensibles), está provocando un enfrentamiento social de escala casi apocalíptica.

Ya hablaremos otro día del uso torticero y manipulador que hacen de la bandera y demás símbolos nacionales (atención que no especifico ninguna nación) aquellos que dicen ser de la de la derecha, y también los que dicen ser de la izquierda. Que solo hay que tirar de Historia para comprobar que, aunque el concepto de nacionalismo (estado-nación) fue resultado de un proceso creativo inventado e interesado de la Revolución Burguesa durante la Revolución Liberal e Industrial, repuntando durante la etapa de la descolonización, todos los movimientos políticos han intentado alguna forma de populismo con la cuota necesaria de identificación con la patria, la tierra, las costumbres, etc. (cuestiones estas que siempre han estado vigentes por lógica) para acceder al poder y mantenerlo, o buscar la confrontación. Sin embargo, en cualquier lugar existen catalanes, vascos, bretones, corsos, anglosajones, provenzales, castellanos, extremeños y andaluces, pero esta plurinacionalidad territorial se diluye cuando llega la hora institucional de la política. La ciudadanía siempre se comparte, nunca se parte, nunca se fragmenta. Es irracional. La bandera de mi patria no son unos colores que alguien cambiará cuando así interese, la bandera de mi patria es mi gente, aquella con la que se comparten inquietudes, problemas, amistad, …, y este vínculo debería ser cada vez más amplio, cada vez mayor, más ambicioso, utilizando la solidaridad como el principal catalizador (disculpen la utopía).

Por higiene mental seré breve:

Opinar, sí, indiscutiblemente (si alguien ofende o injuria que se recurra a los tribunales).

Manifestarse, también, hasta donde tus derechos no se opongan a los míos y no dejes de cumplir tus obligaciones (vivimos en sociedad y, en cualquier caso, te recuerdo que la justicia vela por el cumplimiento de la ley).

Decidir, claro, en democracia ya se hace para el que quiera mediante las urnas, pero, cuidado, con ciertas garantías (no vaya a ser que, juguemos a la demagogia, yo quiera montar un referéndum sobre la independencia en Villarriba de Enmedio preguntando solo a los enmediatos —gentilicio de dicha localidad— con los medios de comunicación locales en mis manos y pidiendo autovías, tren, aeropuerto y hospital, además de una piscina por parroquiano, que seguro que sale “sí”) y siguiendo unas reglas del juego comunes (y si no te gustan las reglas, lucha por cambiarlas, es tan flexible nuestro régimen político que incluso eso puede hacerse, pero nunca por la puerta de atrás y, lo reconozco, armado de paciencia por lo exasperante y tedioso que puede llegar a ser el proceso), hacerlo por otras vías no es democracia.



Imagen: Alberto Di Lolli.



En Mérida (España, cerquita de Cataluña, muy lejos de Tuvalu o de Nauru) a 30 de septiembre de 2017.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera

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