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domingo, 24 de septiembre de 2017
El muro. (Parte i).
Decidieron construir el muro. En realidad, lo decidió él. Era más fácil así, si solo uno tomaba las decisiones. Es cierto que cada
una de sus ideas costaba esfuerzo y dinero, mucho, a las arcas de la nación,
pero era la forma más sencilla de eludir responsabilidades, de agradar al
vulgo, de conservar mullidos y reconfortantes asientos y, sobre todo, de
permitir que las tintas, cargadas al principio de sutiles críticas y con el
tiempo de atroces e hirientes injurias, finalmente silenciadas, cayesen solo
sobre él. Pero eso no le importaba porque, al final, a la vista de las
represalias, nadie se atrevió a criticarle. Él quería, junto a algunos de los
suyos, su muro como el niño desea su helado o su juguete sin considerar, para
eso están los padres (y no los tenía), las posibles implicaciones médicas o pedagógicas,
en este caso humanas.
En realidad, nadie le dijo que no, aunque fueron
muchos entre sus asesores quienes pensaron que la mejor opción era no
construirlo. Sus pensamientos: «No es el mejor momento», «No hay dinero
suficiente», «La gente no lo perdonará», «Habría que preguntar a los
ciudadanos» se transformaban de forma súbita en rotundas afirmaciones sobre la
idea de construir el muro, a cuál más contundente, en cuanto aparecía el presidente.
Ni tan siquiera entre ellos se atrevían a confesar sus dudas por miedos a posibles
procesos inquisitorios que, sabían bien, se producían con frecuencia entre la
gente confiada de confianza del mandatario.
Alguno de ellos en la intimidad de su cama, aunque
solo quienes no la compartían, y ya con los ojos cerrados se atrevían a
monologar disertaciones en las que exponían argumentos sobradamente defendibles
contra la construcción del muro, pero solo quedaban en eso y si, por mor de las
circunstancias, de la fortuna o incluso a veces del dinero compartían lecho,
guardaban un absoluto silencio, incluso de pensamiento, no fuera a ser que su
compañero o compañera tuviese como encomienda gubernamental la de delatar, para
obtener mejor posición en el partido, posibles conspiraciones.
Al final, con el consenso de todos, tras una arenga del
presidente que terminó en un tronador aplauso unísono, se inició la
construcción del muro. Se encargaron numerosos estudios para determinar las
características del mismo. No podía ser franqueable bajo ninguna circunstancia.
Se encargaron numerosos trabajos de investigación a avezados científicos para
determinar los materiales que debían componerlo. Muchos historiadores indagaron
para comprobar cuáles habían sido los errores que se cometieron en los otros
muros que a lo largo de la historia se habían construido y no repetirlos. Se
llegó a un consenso más o menos equilibrado y se redactaron los primeros
proyectos del muro que salieron con carácter de urgencia a concurso público. Fueron
muchas las contratas que participaron en el proceso y numerosas las
adjudicaciones sobre las que obtuvieron pingües beneficios con cada metro
levantado. Grandes fueron también las dificultades que hubo que solventar y que
no solo requirieron un golpe de talón, sino el concurso de los más cualificados
y renombrados técnicos especialistas en construcciones ciclópeas, entre los que
se encontraban ingenieros que calcularon, arquitectos que diseñaron y
aparejadores que aparejaron ladrillos, hormigones, piedras y cualquier otro
material susceptible de apilarse en vertical para evitar la entrada, que luego
sería salida, aunque para eso todavía quedan algunos párrafos, de aquellos
indeseables que no quisieron (porque uno nace, como es sabido por todos, donde
quiere y no donde el azar o el dios de turno determina) nacer en aquel dichoso
país para vivir dentro de un muro. Si bien, justo es reconocerlo, no fue fácil
convencer a algunos de esos técnicos para que prestaran su conocimiento al
servicio de tamaña creación por más que se promoviesen concursos premiados con
elevados emolumentos sin que la oferta económica para los mismos supusiese una
merma en la puntuación, ya que se consideró que no se debía escatimar en esfuerzos
para promover «La mayor obra de la historia de la nación», en palabras de su
presidente.
Aparecieron veladas protestas cuando fue necesario
adquirir grandes extensiones de terrenos para construir el muro. Muchos de los
mejores abogados litigaron con excelsos y meticulosos informes de prestigiosos agentes
de la propiedad y peritos de las más variadas disciplinas para oponerse a las
ridículas compensaciones que recibían esos propietarios en el procedimiento
expropiatorio. «Todos y cada uno de los ciudadanos deben defender sus derechos»,
se jactaba el presidente instando a los propietarios de los terrenos a reclamar
si no se les parecía apropiada la indemnización. Sin embargo, los tribunales
que determinaban el justiprecio con el que compensar a los afectados tenían explícitas
instrucciones del Ministerio Fiscal para que esas valoraciones quedasen en el
más reducido valor legal factible en aras de unas saneadas arcas
gubernamentales. Otros propietarios, al conocer el trazado definitivo que fue
expuesto durante varias semanas, y comprobar cómo sus terrenos recibían la
inopinada visita de los agrimensores, se lanzaron a ofrecer gratuitamente su
suelo para «Ayudar a construir una nación más fuerte», argumentaron
unívocamente.
Nadie quiso (o se atrevió) pararse a pensar las
consecuencias de la construcción de dicho muro, o tal vez sí, pero se
contrapesaron con los supuestos beneficios y se decidió que era mejor asumir
esas inconveniencias para alcanzar los grandes logros con los que numerosos
librepensadores vinculados a la presidencia habían envenenado la mente del
presidente sin que se dignasen a comentarle, siquiera de pasada, las posibles
implicaciones. Un alcalde fue el primero en atreverse a criticar el alzamiento
del muro mostrando gran hostilidad al proceso de expropiación de terrenos para
poder llevar a cabo la construcción. Fue advertido, como era de esperar, desde
la gobernación, pero ante su díscolo comportamiento la advertencia se convirtió
en represión bajo una grave amenaza: la de excluir el municipio de la nación. Esta
localidad tuvo la fortuna de tener frontera con otra nación y, en ese orden de
cosas, las consecuencias de su aislamiento fueron menores porque el muro no
consiguió realmente aislarla como era el deseo del presidente. Desde el
Ministerio de Construcción del Muro, creado para tal fin, se buscaron todas las
vías legales, y otras no tanto, para castigar ejemplarmente al alcalde.
Contrataron los servicios de los más reputados abogados con la idea de
encontrar algún resquicio que permitiese someter la impertinencia del
gobernante municipal, pero no fue posible y esa frontera fue su salvación. A
pesar de ello, muchos de los habitantes de la ciudad decidieron abandonarla y
se reubicaron en casas de familiares o amigos que vivían en otras ciudades, o
compraron viviendas en otras regiones porque, bien no estaban de acuerdo con la
negativa del alcalde, bien, sencillamente, tenían miedo a los correctivos.
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Otros alcaldes, díscolos como el anterior, no
tuvieron tanta suerte con sus municipios y fueron aislados de forma total y absoluta
al verse rodeados por el imponente muro dentro de un territorio nacional
inmensamente grande al que no podrían acceder y del que solo los recuerdos en
forma de imágenes, vídeos o pensamientos, les servirían para compensar la
profunda añoranza que les producía su patria querida. Muchos de los ciudadanos
de estas y otras localidades (no podemos decir que fueran todos) mostraban, al
calor de sus hogares y nunca públicamente, su apoyo a estas negativas a
construir el muro. Sentían que esa hercúlea construcción no traería más que disgustos.
Otros encontraban en la construcción del muro la oportunidad que llevaban
esperando desde hacía mucho tiempo y así lo manifestaban siempre que les era
posible. Entendían que se librarían de numerosas molestias, de aquellos que no
pertenecían a su cultura, de aquellos que les quitaban el pan, de aquellos que
ensuciaban sus calles, de aquellos que secuestraban a sus hijos, robaban o
mataban, envenenados con las diatribas del presidente que colmataba de
prejuicios su imaginación.
Imagen: Jose Luis
Gonzalez / Reuters
En Valladolid a 23 de septiembre de 2017.
Rubén Cabecera
Soriano.
@EnCabecera
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Cuentos y relatos.,
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