El muro. (Parte i).



Decidieron construir el muro. En realidad, lo decidió él. Era más fácil así, si solo uno tomaba las decisiones. Es cierto que cada una de sus ideas costaba esfuerzo y dinero, mucho, a las arcas de la nación, pero era la forma más sencilla de eludir responsabilidades, de agradar al vulgo, de conservar mullidos y reconfortantes asientos y, sobre todo, de permitir que las tintas, cargadas al principio de sutiles críticas y con el tiempo de atroces e hirientes injurias, finalmente silenciadas, cayesen solo sobre él. Pero eso no le importaba porque, al final, a la vista de las represalias, nadie se atrevió a criticarle. Él quería, junto a algunos de los suyos, su muro como el niño desea su helado o su juguete sin considerar, para eso están los padres (y no los tenía), las posibles implicaciones médicas o pedagógicas, en este caso humanas.
En realidad, nadie le dijo que no, aunque fueron muchos entre sus asesores quienes pensaron que la mejor opción era no construirlo. Sus pensamientos: «No es el mejor momento», «No hay dinero suficiente», «La gente no lo perdonará», «Habría que preguntar a los ciudadanos» se transformaban de forma súbita en rotundas afirmaciones sobre la idea de construir el muro, a cuál más contundente, en cuanto aparecía el presidente. Ni tan siquiera entre ellos se atrevían a confesar sus dudas por miedos a posibles procesos inquisitorios que, sabían bien, se producían con frecuencia entre la gente confiada de confianza del mandatario.
Alguno de ellos en la intimidad de su cama, aunque solo quienes no la compartían, y ya con los ojos cerrados se atrevían a monologar disertaciones en las que exponían argumentos sobradamente defendibles contra la construcción del muro, pero solo quedaban en eso y si, por mor de las circunstancias, de la fortuna o incluso a veces del dinero compartían lecho, guardaban un absoluto silencio, incluso de pensamiento, no fuera a ser que su compañero o compañera tuviese como encomienda gubernamental la de delatar, para obtener mejor posición en el partido, posibles conspiraciones.
Al final, con el consenso de todos, tras una arenga del presidente que terminó en un tronador aplauso unísono, se inició la construcción del muro. Se encargaron numerosos estudios para determinar las características del mismo. No podía ser franqueable bajo ninguna circunstancia. Se encargaron numerosos trabajos de investigación a avezados científicos para determinar los materiales que debían componerlo. Muchos historiadores indagaron para comprobar cuáles habían sido los errores que se cometieron en los otros muros que a lo largo de la historia se habían construido y no repetirlos. Se llegó a un consenso más o menos equilibrado y se redactaron los primeros proyectos del muro que salieron con carácter de urgencia a concurso público. Fueron muchas las contratas que participaron en el proceso y numerosas las adjudicaciones sobre las que obtuvieron pingües beneficios con cada metro levantado. Grandes fueron también las dificultades que hubo que solventar y que no solo requirieron un golpe de talón, sino el concurso de los más cualificados y renombrados técnicos especialistas en construcciones ciclópeas, entre los que se encontraban ingenieros que calcularon, arquitectos que diseñaron y aparejadores que aparejaron ladrillos, hormigones, piedras y cualquier otro material susceptible de apilarse en vertical para evitar la entrada, que luego sería salida, aunque para eso todavía quedan algunos párrafos, de aquellos indeseables que no quisieron (porque uno nace, como es sabido por todos, donde quiere y no donde el azar o el dios de turno determina) nacer en aquel dichoso país para vivir dentro de un muro. Si bien, justo es reconocerlo, no fue fácil convencer a algunos de esos técnicos para que prestaran su conocimiento al servicio de tamaña creación por más que se promoviesen concursos premiados con elevados emolumentos sin que la oferta económica para los mismos supusiese una merma en la puntuación, ya que se consideró que no se debía escatimar en esfuerzos para promover «La mayor obra de la historia de la nación», en palabras de su presidente.
Aparecieron veladas protestas cuando fue necesario adquirir grandes extensiones de terrenos para construir el muro. Muchos de los mejores abogados litigaron con excelsos y meticulosos informes de prestigiosos agentes de la propiedad y peritos de las más variadas disciplinas para oponerse a las ridículas compensaciones que recibían esos propietarios en el procedimiento expropiatorio. «Todos y cada uno de los ciudadanos deben defender sus derechos», se jactaba el presidente instando a los propietarios de los terrenos a reclamar si no se les parecía apropiada la indemnización. Sin embargo, los tribunales que determinaban el justiprecio con el que compensar a los afectados tenían explícitas instrucciones del Ministerio Fiscal para que esas valoraciones quedasen en el más reducido valor legal factible en aras de unas saneadas arcas gubernamentales. Otros propietarios, al conocer el trazado definitivo que fue expuesto durante varias semanas, y comprobar cómo sus terrenos recibían la inopinada visita de los agrimensores, se lanzaron a ofrecer gratuitamente su suelo para «Ayudar a construir una nación más fuerte», argumentaron unívocamente.
Nadie quiso (o se atrevió) pararse a pensar las consecuencias de la construcción de dicho muro, o tal vez sí, pero se contrapesaron con los supuestos beneficios y se decidió que era mejor asumir esas inconveniencias para alcanzar los grandes logros con los que numerosos librepensadores vinculados a la presidencia habían envenenado la mente del presidente sin que se dignasen a comentarle, siquiera de pasada, las posibles implicaciones. Un alcalde fue el primero en atreverse a criticar el alzamiento del muro mostrando gran hostilidad al proceso de expropiación de terrenos para poder llevar a cabo la construcción. Fue advertido, como era de esperar, desde la gobernación, pero ante su díscolo comportamiento la advertencia se convirtió en represión bajo una grave amenaza: la de excluir el municipio de la nación. Esta localidad tuvo la fortuna de tener frontera con otra nación y, en ese orden de cosas, las consecuencias de su aislamiento fueron menores porque el muro no consiguió realmente aislarla como era el deseo del presidente. Desde el Ministerio de Construcción del Muro, creado para tal fin, se buscaron todas las vías legales, y otras no tanto, para castigar ejemplarmente al alcalde. Contrataron los servicios de los más reputados abogados con la idea de encontrar algún resquicio que permitiese someter la impertinencia del gobernante municipal, pero no fue posible y esa frontera fue su salvación. A pesar de ello, muchos de los habitantes de la ciudad decidieron abandonarla y se reubicaron en casas de familiares o amigos que vivían en otras ciudades, o compraron viviendas en otras regiones porque, bien no estaban de acuerdo con la negativa del alcalde, bien, sencillamente, tenían miedo a los correctivos.

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Otros alcaldes, díscolos como el anterior, no tuvieron tanta suerte con sus municipios y fueron aislados de forma total y absoluta al verse rodeados por el imponente muro dentro de un territorio nacional inmensamente grande al que no podrían acceder y del que solo los recuerdos en forma de imágenes, vídeos o pensamientos, les servirían para compensar la profunda añoranza que les producía su patria querida. Muchos de los ciudadanos de estas y otras localidades (no podemos decir que fueran todos) mostraban, al calor de sus hogares y nunca públicamente, su apoyo a estas negativas a construir el muro. Sentían que esa hercúlea construcción no traería más que disgustos. Otros encontraban en la construcción del muro la oportunidad que llevaban esperando desde hacía mucho tiempo y así lo manifestaban siempre que les era posible. Entendían que se librarían de numerosas molestias, de aquellos que no pertenecían a su cultura, de aquellos que les quitaban el pan, de aquellos que ensuciaban sus calles, de aquellos que secuestraban a sus hijos, robaban o mataban, envenenados con las diatribas del presidente que colmataba de prejuicios su imaginación.

Imagen: Jose Luis Gonzalez / Reuters


En Valladolid a 23 de septiembre de 2017.
Rubén Cabecera Soriano.
@EnCabecera
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