domingo, 20 de agosto de 2017
Barcelona, ¿por qué?
He estado en Barcelona varias veces. Siempre me ha parecido una ciudad
maravillosa, monumental en su más amplia expresión, de esas que dejan huella y demandan
una segunda visita nada más dejarla, y eso que he estado allí, la mayoría de
las ocasiones, por cuestiones de trabajo, con lo que resulta complicado
disfrutar de la ciudad en su versión más ociosa y cultural; aun así, puedo asegurar
que siempre me ha complacido. Es una ciudad que cuida a sus visitantes, que los
mima y los tiene siempre presente, tanto con sus espacios como con sus gentes.
Uno se siente bien, por simple que pueda parecer la expresión, en Barcelona.
Barcelona tiene una luz sencillamente asombrosa. Eso, lo de la luz, es
algo que siempre me llama la atención de las ciudades. Todas emanan su propia
luz, singular y característica, señera. No sé a qué se debe: si se trata de una
cuestión geográfica, espacial o sentimental, pero el caso es que la luz de
Barcelona me fascina. Es especial, única. El pasado jueves, 17 de agosto de
2017, esa luz se atenuó por un instante. Muy breve, casi imperceptible en la historia
de la ciudad. La causa fue el terror. El terror que provocaron en forma de
masacre unos desalmados con el atropello masivo, indiscriminado y de forma
cobarde de las gentes que disfrutaban pacíficamente de la ciudad, y que
intentaron perpetuar un día después con otro atentado, parcialmente fallido, y
que habrían deseado convertir en una tragedia de mayor escala horas antes con
la utilización de explosivos, si no hubiera sido por un error, bendito él, en
la manipulación de las bombas que estaban preparando y que provocó una
deflagración que acabó con la vida, según parece, de quienes querían causar ese
terror.
Pero esos desalmados, que dicen matar en nombre de un dios,
contradiciendo el concepto esencial de Dios, que dicen pertenecer a un grupo
denominado ISIS, esto es, Estado Islámico, un estado apócrifo para el mundo, que
han inventado para justificar su violencia, que se alimenta de asesinos y que se
enaltece con el odio y el dolor. Esos desalmados, como digo, no consiguieron
apagar la luz ni siquiera un instante porque Barcelona luce y lucirá con gran
fuerza y nada ni nadie conseguirá apagar nunca su esplendor, su brillo, por más
que intenten utilizar la táctica más deplorable, más reprobable y más abominable:
el miedo.
El terrorismo que practican estos seres, engendros de la naturaleza,
que no ofrecen ni un mínimo vestigio de humanidad, quiere justificarse por una
lucha contra el cristianismo y el judaísmo; una suerte de revancha contra
occidente por las Cruzadas, todas las que se han producido a lo largo de la
Historia, no solo las que históricamente recibieron ese nombre a instancias
papales, desde las postrimerías del siglo XI hasta finales del XIII. El terreno
religioso siempre ha sido inestable y cualquiera que quiera o necesite creer
encuentra en la religión la excusa perfecta para su salvación, inmediata a
través de su propia muerte, según modas nada recientes. La radicalización encuentra
su germen en el odio instigado meticulosamente mediante falacias, o no porque
occidente también ha hecho y hace de las suyas, acerca del sufrimiento del
pueblo árabe a manos de los infieles. Lástima que quienes se sacrifican no se
den cuenta de que no son más que meros peones manipulados en manos de intereses
espurios que solo buscan con su inmolación el enriquecimiento personal, ni
siquiera para la causa, aunque ofrezcan bagatelas a la misma, tal vez para
aplacar su conciencia. No tengo noticias de ningún visionario predicador que haya
entregado su vida a esa maldita causa, extraño, ¿no? Sobre todo, si es cierto
que su fe en alcanzar el maravilloso paraíso que les espera tras la muerte al
servicio de la Yihad —en su concepción como Guerra Santa— es tan grande como se
jactan de proclamar.
En definitiva, es intolerable, inaceptable e insoportable cualquier
forma de violencia contra las personas, y ninguna es disculpable, ya sea en
forma de terrorismo o de guerra, por sucia que nos pueda parecer una u otra. Nada
justifica el dolor provocado a las personas intencionadamente, nada,
absolutamente nada.
Los terroristas, con esta forma de violencia que practican, lo tienen
muy sencillo. Es sumamente fácil atentar contra la vida de inocentes cristianos
o judíos, cuidado porque la aleatoriedad de estos atentados puede llevarles a
asesinar a correligionarios suyos —que pueden o no ser también radicales—, ateos
o agnósticos, tanto les da, ya que los medios que se necesitan son sumamente escasos.
Un carné de conducir y algo de dinero para alquilar un vehículo, cuanto más
grande mejor, para atropellar indiscriminadamente a la gente. Tampoco es mucho
más complejo elaborar un explosivo, como este que denominan la “madre de Satán”,
nombre acertado donde los haya, aunque perfectamente aplicable a cualquier tipo
de bomba. Sus componentes: acetona, agua oxigenada y ácido sulfúrico son
sencillos de adquirir en cualquier droguería y después solo hace falta
visualizar algún vídeo en internet —menudo entretenimiento tienen algunos—
donde se explica con todo lujo de detalles cómo preparar el triperóxido de
triacetona, letal en su forma inestable.
Se trata de una violencia de bajo coste, casi gratuita —en su versión
económica, porque en la moral lo es totalmente—, que requiere una escasa infraestructura
y que permite una total desconexión entre el núcleo duro de la ideología y las
ramificaciones celulares que atentan, puesto que es suficiente con la inocencia
manipulable de jóvenes frustrados por la sociedad capitalista, que de estos hay
muchos, fácilmente convencibles y convertibles con promesas de riqueza —más
capitalismo, ahora en su versión “divina”— tras la muerte en la Guerra Santa. Y
este es precisamente el problema de esta forma de terror, que es difícil, casi
imposible me atrevería a decir con las prácticas políticas actuales, terminar
con ella. En España, disculpen la comparación anacrónica, hemos practicado
históricamente de una forma de guerra muy particular: la guerra de guerrillas.
Este sistema bélico fue capaz de plantarle cara a los ejércitos más poderosos
de distintas épocas que tuvieron que utilizar tácticas diferentes a las
habituales para terminar con ellos. No entro a valorar la justificación o no de
esos métodos, ni los unos ni los otros, lo que sí que tengo claro es que
difícilmente podremos acabar con esta forma de violencia con los medios
actuales. Si mis cuentas no fallan vamos ya casi por una década de terror de
este tipo y no parece que tengan intención de parar. No soy estadista, así que
no me toca a mí averiguar cuál es el método, pero alguien debería plantearse
muy seriamente cambiar la táctica si queremos que esta violencia finalice.
Por tanto, este terrorismo de germen religioso ha conseguido su
objetivo, que no es tanto sembrar el terror como provocar el miedo y, asociado
a él, extender el odio y el rencor por todo el occidente “civilizado”. Pues
bien, como era de esperar y para mi desgracia, al igual que para la de muchos,
y no me queda más remedio que subrayarlo por la vergüenza que me provoca, esta
forma de terror en Barcelona ha provocado no solo miedo, odio y rencor, sino
también la confrontación entre los organismos públicos —y no creo que haya sido
un propósito directo de los terroristas, sino más bien un hallazgo fortuito que
debe haberles provocado gran hilaridad—. Esto es inadmisible e intolerable.
Cuando entre la ciudadanía ha surgido espontáneamente, para contrarrestar el
miedo, el odio y el rencor, la unidad, la solidaridad y el apoyo desinteresado,
resulta que la puñetera España y la jodida Cataluña, con sus representantes
institucionales —en esto son exclusivamente las personas las responsables— han
conseguido encontrar flecos para incrementar la falta de confianza entre ambos
y avivar un odio y un rencor extemporáneo que nos acerca más a épocas
retrógradas y a comportamientos incívicos propios de sociedades poco maduras y
evolucionadas mostrando procederes pueriles que solo ayudan a vivificar una
falta de unión que quieren hacer extensible a todos unos pocos estúpidos. ¿Conseguirá
esta gentuza apagar la luz de Barcelona? Debería darles vergüenza.
Imagen: EFE/Alejandro García
En Plasencia a 18 de agosto de 2017.
Rubén Cabecera
Soriano.
@EnCabecera
Etiquetas:
Barcelona ¿por qué?,
Política y sociedad.