Luna emérita.



Me falla la vista. Sin embargo todavía conservo parte de la agudeza visual de la que hacía alarde en mi juventud. Los años no han pasado en balde, ni para ti ni para mí, pero aún puedo verte entre los contornos bien definidos de tus arcos, esos que hace tantos años aplacaban la sed de tus habitantes acercándoles el preciado bien y que ahora albergan cigüeñas con su hermoso crotoreo.

Conservo en mi mente gratos recuerdos de entonces que hoy, entre tus ruinas, y aprovechando mi eventual cercanía en este caluroso verano, conmemoro iluminándote y maravillándome nuevamente ante semejante belleza. Nos han vencido las piedras, algo inimaginable entonces cuando te mostrabas orgullosa y altiva con tus calles llenas de gente y el ruido incesante de sus sandalias de cuero golpeando el suelo pétreo de tus plazas, esas que ahora cuesta ver, pero que están ahí, enterradas durante siglos.

Te he acompañado durante tanto tiempo que apenas si recuerdo cómo te conocí, pero sé que en algún momento te vislumbre con mis rayos plateados, imponiéndome al sol cobrizo, casi oculto, tras aquellos montes no muy lejanos desde donde una y otra vez eras sitiada, envidiada por tu riqueza. A duras penas retengo en mi mente tus defensas a ultranza, bañadas de sangre en la historia que, para tu desgracia, se repitió tantas veces hasta hacerte caer en el olvido. Pero yo siempre estuve ahí, no falté nunca a nuestra cita, a nuestro encuentro.

Sufro cuando evoco tantos expolios que soportaste porque el egoísmo de los hombres venció al recuerdo de la tradición y nadie supo valorarte justamente. Disfruté tanto cuando comenzaron a descubrirte que agradezco eternamente a quienes te estudiaron haber sabido mostrarte como eras, como eres, como serás.

Soy mucho más vieja que tú, lo sabes. He vivido desde mucho antes de que llegaras, cuando aquí no había nada parecido a lo que durante estos dos milenios me has mostrado. He disfrutado tanto junto a ti que me cuesta pensar no verte nuevamente. Sé que seguirás ahí durante mucho tiempo y yo estaré para disfrutarte acompañada de tu río, implacable en ocasiones y dominado con sufrimiento, pero que te llena de alegría y te hace tan especial.

No espero que sepas valorar el esfuerzo que me supone alumbrarte con la intensidad que mereces, solo quiero que sepas que cada vez me cuesta más, pues me hago mayor, pero no cesaré en mi empeño y procuraré estar aquí nuevamente el próximo año para contemplarte cuan bella eres.

A Mérida, de la luna.

Fotografía: Antonio Campos González (@acg024).

Mérida a 17 de agosto de 2014.

Rubén Cabecera Soriano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario