De sobres y sueldos.

Sí, efectivamente, tras un sesudo análisis de la información referente a la tristemente denostada corrupción y especialmente a alguno de sus personajes, no me queda más remedio que mostrar mis más sentidas reverencias ante el nivel de inteligencia, en ocasiones más que superior a la media, que muestran algunos de sus artífices. Resulta obvio, puesto que solo hay que hacer unos sencillos números, que es mucho más rentable obtener remuneración procedente de sobres que de sueldos.

En el primero de los casos, el dinero recibido va adonde uno quiera, pudiendo realizar dicho viaje el dinero en el mismo sobre en que se recibió o en otro mejor acondicionado y más apropiado, llegado el caso, ya sea en tu propio país o en otros más lejanos donde no se tenga que rendir cuentas, más allá de lo inverosímil, acerca de la procedencia de esos fondos y exista una legislación permisiva que no impida realizar ingresos millonarios en los bancos, allí nacionales. Otra de las grandes ventajas es que no es necesario, salvo expresa voluntad del adinerado en períodos de amnistía fiscal, nunca en otras circunstancias, declarar dicho dinero al fisco con lo que podemos saltarnos nuestra labor social como contribuyentes del país donde residamos, que, si tenemos la suerte de que sea España, nos permitirá beneficiarnos de los servicios sociales que aún existan, sin que haya mediado aportación por nuestra parte al común de la sociedad. Además encontramos otra magnífica breva –disculpen la peyorativa expresión- que no nos puede pasar desapercibida y que no es sino el nivel social al que nos permitirá acceder dicho dinero con el que podremos, sin ningún género de dudas, disfrutar de los más exquisitos manjares y servicios más exclusivos, al alcance solo de unos pocos privilegiados. Sin embargo, no sería justo indicar solo las ventajas -nos parece demasiado ofensivo llamarlas virtudes- del dinero “ensobrado” y nos vemos obligados a identificar también las desventajas que, sin ser excesivas, pueden llegar a un nivel de impertinencia elevado. Así, podemos encontrarnos algunos países en los que este tipo de actividad no es legal con el consabido proceso judicial que puede sobrellevar; aunque, en este sentido podemos estar tranquilos porque esta circunstancia difícilmente se dará en condiciones normales de blanqueo monetario, sino, más bien, la posible persecución policial surgirá si se produce un desentendimiento entre las partes si alguna de ellas participó coercitivamente o bien recibió menos de lo esperado con lo que ese ingrato dará aviso al juez, pasando en primera instancia por los medios de comunicación que asegurarán su máxima difusión para el descrédito del pobre corrupto. Debemos decir, a pesar de todo, que, en este escenario, los contenidos de los sobres atesorados son un más que suficiente respaldo para solventar estas desagradables circunstancias por cuanto permiten el mejor asesoramiento judicial imaginable, así como el pago de cualquier circunstancia imprevista que pudiera presentarse y requerir un desembolso cuantioso entre las que se puede encontrar una fianza.

En el segundo de los casos, todo son inconvenientes, más allá de la cuantía en sí del sueldo percibido, pues se trata de una circunstancia cualitativa, aunque conviene, y procederemos con ello, puntualizar la razón cuantitativa. Si se gana mucho, se declara mucho, -aunque en este sentido la ingeniería financiera ha avanzado a pasos agigantados permitiendo a los extremadamente bien remunerados no tener necesidad de coadyuvar en el desarrollo social con su aportación, que pasa a ser poco menos que simbólica-, si se gana poco, poco hay para gastar, por poco que se llegue a declarar. En este sentido, al margen de este escenario descrito, podríamos, si somos avezados, conseguir tener un sueldo adicional al sobre que percibiésemos como gratificación a nuestro trabajo con lo que aparentemente pertenecíamos al común denominador social, no por mucho tiempo, dicho sea de paso, que conforman los trabajadores “nominados” –en el sentido de percepción de nóminas-. Aparece aquí también la figura del sobresueldo como hecho objetivamente en tierra de nadie, porque no parece justo llamarlo dinero “b” o “negro”, ni tampoco tiene las características del dinero limpio ganado a través de un sueldo, sin entrar a valorar la procedencia de dicho sobresueldo. En este sentido estas percepciones monetarias comienzan a erigirse entre ciertos sectores como jugosas retribuciones muy bien queridas, aunque no deban reconocerse de forma pública por el malestar que pueda provocar entre los miembros de la sociedad.

Realizada esta breve exposición, solo queda determinar lo que constituye, tal vez, la parte más compleja, si se viene llegando tarde y que, sin embargo para muchos, es poco más que un juego con el que están acostumbrados a convivir: ¿Cuál es el escenario que nos permite acceder a este mercado de sobres? Sin lugar a ningún género de dudas se trata de alcanzar las posiciones de poder, que son escalables desde muy temprana edad a través de las nuevas generaciones de los grupos políticos o gracias también a las circunstancias hereditarias de cada cual. En este sentido, si la juventud aún lo permite o una conciencia poco comprometida, lo mejor es afiliarse, a ser posible a algún partido con propensión auténticamente ganadora, para en el caso de tener vocación “sobrera”, poder ejercer el abuso de poder que conlleva esta práctica en todas sus formas de delito doloso como son la prevaricación, el cohecho, el tráfico de influencias, la malversación de fondos o de forma directa la corrupción política. Esta, y no otra, es la vía más sencilla –salvada como se ha indicado la hereditaria- para poder desarrollar una actividad económica gratificante, en el doble sentido del término, que permita acceder a niveles económicos opulentos y dejar de lado la ominosa vida que posiblemente y en condiciones normalmente civiles tendríamos que sufrir.



Rubén Cabecera Soriano

Mérida a 12 de julio de 2013.

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