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Imagen cedida por @juanan3m |
Sin embargo, y a pesar de que el centro era el mismo, los alumnos cuyos
nombres aparecían en las listas marrones, quedaban sometidos al mayor de los
desaires por parte del profesorado que se limitaba a entregarles un temario al
inicio del curso y a examinarles al final del mismo, llegándose al extremo de
diferenciar los exámenes que hacían estos alumnos, de los que debían superar
los alumnos que aparecían en las listas blancas. Las diferencias fundamentales
se encontraban en la dificultad de las pruebas. Huelga decir cuáles eran más
complejos. La ayuda que recibían los estudiantes de las listas marrones, y que
era determinada en cuantía por el Ministerio, estaba sometida lógicamente a la
nota media obtenida por cada alumno y ésta se había fijado en un 5 sobre 10,
para poder de este modo establecer un criterio igualitario entre unos alumnos y
otros. Pero los centros, aplicando el Reglamento de la citada ULE, asignaban
como mínimo, a cada alumno de las listas blancas, un tutor de entre los alumnos
de las listas marrones –había centros en los que cada alumno de listas blancas
podía llegar a tener dos o tres tutores y no era infrecuente encontrar centros
en los que cada alumno de listas marrones tutorizaba
a más de un alumno de listas blancas-. Estas asignaciones de tutores no solo
responsabilizaban a los alumnos de las listas marrones de los resultados de los
alumnos de las listas blancas, sino que además debían asegurarse de que estos
últimos obtuviesen en sus notas medias al menos un notable, puesto que si no lo
alcanzaban por sus propios medios se procedía a sustraer de las notas de sus
tutores los puntos necesarios para conseguirla. Estadísticamente quedaba
demostrado año tras año que el número de puntos cedidos por los alumnos de las
listas marrones a los de las listas blancas era como mínimo de tres. Además, el
centro se reservaba la posibilidad de realizar un cambio de asignación de tutor
de última hora para asegurar que ningún alumno de lista blanca suspendiese, no
por el hecho de que no pudiese volver a pagar su matrícula o que esto supusiese
la salida del centro por no obtener beca de su tutor-alumno de lista marrón,
sino porque normalmente las donaciones se veían mermadas si el número de
suspensos entre los alumnos de las listas blancas eran elevados. Así pues, un
alumno de lista marrón debía sacar como mínimo un notable alto para, tras
detraerle los tres puntos que cedía al alumno de lista blanca de turno, conseguir
el aprobado que le permitía seguir optando a la beca y proseguir con sus
estudios.
De otra parte, los alumnos de la lista marrón contraían una deuda con el
Estado al recibir la beca que debían devolver en cuanto finalizasen su carrera,
puesto que esta beca tomaba forma de préstamo personal. Normalmente la presión
hipotecaria que suponía la cuota era más bien alta, con lo que los estudiantes
becados que lograban terminar sus estudios y encontraban trabajo, pasaban un
período de tiempo prolongado durante el que debían afrontar dichas cuotas, so
pena de perder el título recibido por impago de las mismas.
Las estadísticas presentadas por el Ministerio de Educación en el
anuario de la ULE mostraban un reducido número de estudiantes universitarios
sobre la población total; un porcentaje bastante bajo de ellos estaba formado
por los becados, entre los que, sin embargo, el Estado se vanagloriaba de tener
a las mentes más privilegiadas, aunque no citaba que, en cuanto terminaban de
pagar la deuda contraída, emigraban a otros países donde encontraban su liberación
y desarrollaban todo su potencial. Los estudiantes de las listas blancas, que a
los efectos estadísticos estatales no estaban diferenciados, solían terminar
como miembros en los consejos de dirección de grandes compañías o pasaban a
engrosar las listas de políticos adscritos a un partido determinado.
Tras las habituales discusiones claustrales las listas definitivas con
las notas finales de los alumnos fueron entregadas a la dirección. En la lista
blanca, la nota más baja había sido un 7,3. En la lista marrón la nota más alta
había sido un 5,6, muchos habían suspendido y ya no estarían en el curso
siguiente.
Rubén Cabecera Soriano
Mérida a 28 de junio de 2013.