¿Da igual?


Lo siento por los malos agoreros y por los hoy denostados optimistas, pero la crisis no va a terminar cuando se cumplan las premisas que unos y otros promulgan a los cuatro vientos. No terminará aunque llevemos a la infinitud la reducción de déficit, ni terminará si conseguimos generar políticas de inversión. La crisis terminará cuando termine, cuando tenga que terminar, cuando nos hagan creer que ha terminado porque realmente interese que así sea. La crisis que vivimos es una crisis sistémica, ni financiera, ni económica, ni de la una a la otra, ni de la otra a la una. Solo un cambio de sistema podrá reemplazar esta situación, pero el miedo a lo nuevo genera incertidumbre, sobre todo entre los que podrían pensar que más tienen que perder (aquellos con cuentas corrientes rebosantes de billetes y que con sus dedos enredan los hilos del poder). 

No hay motivo para pensar que la situación actual vaya a mejorar, pues las lecturas de los indicadores establecidos, véanse las famosas primas de riesgos, índices de desempleo o las dichosas balanzas comerciales, nunca dirán lo contrario y si, por alguna casualidad, estos indicadores cambiasen el sentido de los malos datos que se muestran, tan solo sería necesario modificarlos y asunto resuelto. Es lo que tiene vivir apostados en la mentira, pero, sin embargo, lo peor de todo no es que hayan conseguido engañarnos y de este modo justificar la descomunal e inhumana cantidad de recortes, desajustes, desigualdades y las inmensas cantidades de dineros entregados a los bancos, o robados sutil y cautelosamente con la connivencia de los gobiernos, como si de un expolio se tratase, para que se genere una situación de desequilibrio, mayor aún si cabe, que la ya existente, recordémoslo, entre los países ricos y pobres, porque la codicia y la avaricia de algunos seres humanos no parece tener fin. Todas estas medidas que solo producen sufrimiento quedan salvaguardadas tras la estigma de nuestro mal hacer como ciudadanos irresponsables con nuestras finanzas y escondidas tras el escudo de nuestra propia salvación, sobre la que no podemos más que estar agradecidos, pues, de no llevarse a cabo en las condiciones que los gobernantes bien orquestados realizan, provocarían un desastre terrible, ¿terrible? Lo peor de todo, decíamos, es que hayan instalado entre nosotros la desesperanza, la resignación como única reacción posible ante lo que acontece, es decir, que nos dé igual. 

Si nuestra protesta la responden con violencia o formulan leyes que nos impiden manifestar nuestro desasosiego, nuestro malestar, sencillamente habrán vencido con toda la operativa llevada a cabo para buscar obtener como respuesta final y única de la ciudadanía la apatía, el espinazo doblado con la carga cada día mayor reposando sobre nuestros sufridos hombros y buscando que nuestras cabezas estén cada vez más bajas y vacías de ideas y cultura, y nuestras bocas silenciadas. Ese es el verdadero peligro, el “da igual”, la indolencia solo traerá el empeoramiento de la situación hasta límites insospechados. A lo largo de la historia la humanidad ha demostrado su capacidad de cambio en los momentos difíciles con su reacción, hoy es uno de esos momentos difíciles. Solo reaccionando podremos cambiar el sistema y solo el cambio de sistema podrá traer la igualdad.




Rubén Cabecera Soriano
Mérida a 26 de abril de 2013.

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