- Acérquense, tenemos otro caso; hacía mucho tiempo que no se nos presentaba –indicó uno de los político-científicos del comité-; ahora deberemos iniciar el procedimiento de seguridad. – Todos los miembros del grupo de investigación de guardia se acercaron a contemplar el hecho inaudito que tanto tiempo hacía que no se veía. Algunos, los más jóvenes, no había visto un caso de esas características anteriormente, aunque sí que habían tenido la oportunidad de tratar a los afectados en las cabinas de reclusión mental que se habilitaron, hacía ya mucho tiempo, en alguna de las prisiones de máxima seguridad del estado.
sábado, 29 de diciembre de 2012
Ceguera.
- Acérquense, tenemos otro caso; hacía mucho tiempo que no se nos presentaba –indicó uno de los político-científicos del comité-; ahora deberemos iniciar el procedimiento de seguridad. – Todos los miembros del grupo de investigación de guardia se acercaron a contemplar el hecho inaudito que tanto tiempo hacía que no se veía. Algunos, los más jóvenes, no había visto un caso de esas características anteriormente, aunque sí que habían tenido la oportunidad de tratar a los afectados en las cabinas de reclusión mental que se habilitaron, hacía ya mucho tiempo, en alguna de las prisiones de máxima seguridad del estado.
Los años de
universidad habían formado a un nutrido grupo de especialistas que idearon un
procedimiento prácticamente infalible que permitía “convertir” la mente de
cualquier persona y transformarla en una totalmente dócil. Este grupo creado
por uno de los últimos gobiernos mal denominados democráticos, que decretaba
más que gobernaba, gracias a su mayoría absoluta, consiguió unos ratios de
conversión muy elevados y los años siguientes de control y seguimiento de los
individuos convertidos resultaron tremendamente satisfactorios para la cúpula
de poder, que consintió seguir financiando con excelsas partidas estos trabajos
con el ánimo de perfeccionar el procedimiento de conversión. Dicho
procedimiento se basaba en la repetición y el cansancio. El individuo, controlado
mediante indicadores vitales que medían pulsaciones, actividad cerebral y
analizado mediante complejos sistemas químicos monitorizados, era sometido a
una serie de ejercicios que se repetían continuamente, sufriendo el paciente un
estricto régimen alimenticio y de descanso que impedía que tomase agua o
alimento o que durmiese mientras no superase cada fase de la instrucción. Por
supuesto el paciente podía intentar engañar en el proceso, pero su actividad
cerebral le delataba requiriéndosele nuevamente en el procedimiento de
conversión para aquel estadio en que se había producido la “supuesta”
conversión.
Uno de los
ejercicios más simples, pero no por ello menos difícil de superar (de hecho
correspondía al estadio de conversión número cinco y cinco eran precisamente
las fases del proceso) requería posicionar al individuo frente a una pared
blanca, sentado en una silla con las manos y los pies inmovilizados, mientras
un altavoz ubicado tras él repetía sistemáticamente la pregunta “¿de qué color es la pared?”. Unos
sensores colocados en la garganta del paciente interpretaban inmediatamente la
respuesta. Si esta era “blanco”, la
pregunta se repetía automáticamente. Si el paciente no contestaba, la pregunta
se repetía automáticamente. Si el paciente respondía alguna frase incoherente
con respecto a la cuestión planteada, la pregunta se repetía automáticamente.
En realidad el paciente no sabía cuál era la respuesta válida, aunque intuía, por
el proceso sufrido previamente, que debía ser la contraria al color que su
retina percibía, pero si la decía sin convicción real, es decir si respondía “negro” sin creer con absoluta certeza
que era negro, la pregunta se repetía automáticamente. Normalmente el punto de
inflexión lo determinaba el cansancio antes que el hambre o la sed. El paciente
llegaba a un estado en que su cerebro literalmente cedía a los estímulos y
realmente creía estar viendo una pared negra cuando objetivamente estaba
pintada de blanco. Esta fase se denominaba “de entrega” y el paciente pasaba a
una última etapa donde se le presentaban imágenes, textos o cualquier
información que el procedimiento computarizado considerase apropiado para el
individuo sometiéndole a una serie de estímulos adicionales para que dicha
información fuese interpretada en el sentido que el sistema, administrado por
los intereses de los gobernantes, requiriese.
No todos los
ciudadanos debían someterse al procedimiento de “conversión” o, como los grupos
subversivos denominaban, de “ceguera”. Algunos realmente creían ciegamente
aquello que el gobierno les presentaba coadyuvados por los medios de
comunicación o de “manipulación” como dichos grupos sediciosos designaban.
Otros ciudadanos, “no creyentes” o supuestamente no creyentes, que eran
detectados y no superaban los numerosos controles mentales que el gobierno, a
modo de fronteras de pensamiento, establecía por todo el territorio (además de
los controles móviles y sorpresivos que, desde una sistema judicial laxo y al
servicio de los poderosos, permitía a la policía del pensamiento parar a
cualquier ciudadano y someterle, sin ningún tipo de autorización previa, a un
“test mental de filiación”) eran llevados a los “centros de conversión” donde
se les sometía al procedimiento normalizado para obtener los resultado deseados
y devolver al ciudadano a la sociedad “convertido” o… ciego.
Existían algunos
individuos inconvertibles. Estos eran pocos, muy pocos, la verdad, puesto que
el sistema que, inicialmente tenía una carga productiva muy elevada, fue
consiguiendo, mediante procesos educativos llevados a cabo desde edades
tempranas, que los individuos “no creyentes” fuesen cada vez menos. Estos inconvertibles
requerían un tratamiento especial, pues su poder de convicción era tal que,
incluso llevados a situaciones de hambre, sed y extremo cansancio, resultaban
imposibles de convertir hasta el punto que el comité científico encargado de su
proceso debían pararlo para evitar su muerte. En este caso el individuo era
sometido a un juicio sumarísimo en el que se le condenaba a sufrir el mayor
castigo que el código penal establecía para los inconvertibles que,
evidentemente, eran considerados delincuentes peligrosos. Este castigo era la
ceguera, una ceguera auténtica, física, real, que impedía que el inconvertible
pudiese ver. Inicialmente, tras someter al individuo a la operación que le
dejaba ciego, era puesto en libertad, devuelto a la sociedad como ejemplo de
condena pública (de ahí el sobrenombre de “ciegos” que se les daba a los
convertidos), pero finalmente se convencieron de que la condición de
inconvertible no podía ser suprimida mediante ejemplarizantes condenas y
resultaba inherente en el individuo que la “sufría”, así que debían sacarlos de
la sociedad y eran encerrados en centros especiales de reclusión mental, donde,
ciegos, seguían un lento proceso de “apagado mental” hasta alcanzar a su
muerte.
Ciertamente hacía
ya muchos años que no aparecía un “inconvertible” y el científico que estaba
protocolizando el proceso de conversión del “no creyente”, detenido en un
control mental rutinario, dio la alarma cuando en la fase de “la pared blanca”
sus parámetros vitales estaban a punto de colapsar y provocar la muerte del
individuo. El comité se reunió en la sala de control y decidieron que
repetirían la prueba tras permitirle al paciente un breve proceso de
recuperación para recobrar algunas fuerzas. La repetición del ejercicio produjo
el mismo resultado con lo que, ineludiblemente, se encontraban frente a un
“inconvertible”. Debía iniciarse con urgencia el proceso preparatorio para el
juicio.
- Avisad al presidente –indicó el jefe del
comité político-científico-, es un hecho
reseñable que no puede pasar desadvertido para él; todavía existen
inconvertibles.
Foto: leyendas-de-oriente.blogspot.com.es
Mérida a 29 de diciembre de 2012.
Rubén Cabecera Soriano.
Etiquetas:
Ceguera.,
Cuentos y relatos.