Agua.


Casi habían olvidado cómo sonaba el goteo del agua de lluvia cuando caía del cielo. El repiqueteo de las gotas en el asfalto, en la tierra, en los árboles, en los edificios; el olor a tierra mojada; los charcos y el arco iris. Durante un tiempo, mientras aún quedaba energía, solían reproducir en los patios de los colegios antiguas grabaciones de ese maravilloso sonido para jolgorio de los niños, que saltaban, gritaban, bailaban y jugaban al son del tamborileo del agua, mientras que algunos de los profesores, especialmente los más antiguos, solían retirarse y lloraban desconsolados, escondidos para evitar ser vistos por otros compañeros y por los alumnos. Después, los procesos de sintentización del agua, que durante las últimas décadas habían consumido la mayor parte de la energía eléctrica que el hombre tenía capacidad para producir, resultaron inviables. No era posible seguir sintetizando agua para el consumo humano y para la producción de alimentos. No había más energía disponible, eliminadas ya cuestiones que se convirtieron en secundarias como el transporte de usuarios o la calefacción y la luz. Esas facilidades resultaron prescindibles desde hacía mucho tiempo y todos los esfuerzos se centraron en la obtención del agua.

Tal vez habían pasado más de cincuenta años sin que una gota de lluvia cayera, cincuenta años de sequía global, de sequía total. Los ciclos del agua se habían transformado tras el deshielo, que había producido terribles consecuencias en las zonas costeras provocando la inundación de millones de kilómetros cuadrados de tierra y la densificación de población en los terrenos no inundados. Los polos ya no existían como masas heladas y la temperatura de la superficie terrestre, lejos de subir los pocos grados que los más agoreros científicos predijeron durante finales del siglo veinte y principios del veintiuno, llegó a alcanzar una subida media de 15 grados centígrados en poco más de veinticinco años lo que provocó la extinción de miles de especies que fueron incapaces de adaptarse en tan breve período de tiempo a las nuevas condiciones de vida. El hombre sí lo consiguió.

La humedad media de la tierra se elevó formidablemente, de forma proporcional a la temperatura. La atmósfera modificó considerablemente su composición e inicialmente, durante aproximadamente una treintena de años, situándonos ya en las postrimerías del siglo veintiuno, las lluvias torrenciales hicieron estragos por todo el globo. Pero de forma extraña, sin previo aviso, el agua comenzó a escasear. Los fenómenos meteorológicos se volvieron impredecibles y lo que a todas luces debería generar lluvias se convirtió en mayores incrementos de humedad que en algunas latitudes rondaba el 95%. Costaba respirar.

Los países más desarrollados ingeniaron mecanismos con elevadísimos consumos energéticos para transformar a gran escala el vapor de agua en lluvia, llegándose a controlar con gran precisión la ubicación e intensidad deseada de las precipitaciones, pero el egoísmo terminó provocando una terrible guerra mundial en la que las pérdidas humanas se contaron por cientos de millones. Fue difícil para la humanidad recuperarse de dicha catástrofe, pero, además, durante el transcurso de la terrible contienda, la utilización masiva de armas nucleares generó unos niveles de contaminación radiactiva tales en la atmósfera que impidieron la utilización de dicho sistema para producir agua. La ciencia tuvo que emplearse a fondo para desarrollar procesos capaces de sintetizar agua. Y se consiguió, pero el consumo energético se disparó. No existía dinero en el mundo capaz de pagar el alto precio que la producción de agua suponía y eso terminó provocando la desaparición de cualquier sistema económico basado en otra moneda que no fuese el propio agua.

Los sistemas políticos fueron degradándose poco a poco, incapaces de proveer a sus ciudadanos de las cantidades mínimas de agua necesarias para sobrevivir. El racionamiento de los recursos hídricos centró toda la actividad mundial, mientras se pudo. Se redujo la cantidad de agua por persona para consumo diario a un litro y poco tiempo después, antes de que la situación se convirtiese en insostenible a un cuarto de litro. El punto de inflexión lo provocó una serie de imágenes tomadas al presidente del Banco Mundial del Agua (BMA) en las que se le veía bañándose en compañía de algunas señoritas en una piscina (hacía muchos años que la higiene personal se realizaba en seco). La indignación y el clamor popular se transformó en una desobediencia civil total a nivel internacional. La sed revolucionó el mundo que terminó convirtiéndose en un campo de batalla por la supervivencia en la búsqueda constante de agua. Se mataba por agua, y por alimento, de hecho el presidente de BMA fue vejado y asesinado en plena calle cuando intentaba huir de su residencia sitiada por enfervorizados ciudadanos.

La situación fue deteriorándose cada vez más y el expolio que los depósitos de las sucursales del BMA sufrieron daba buena cuenta de ello, pero esos depósitos también acabaron por vaciarse y la gente terminó muriendo en plena calle, deshidratada, pocos podían morir de hambre.

Ciertos reductos de ciudadanos, pequeños grupúsculos se hicieron fuertes en el entorno de los grandes tanques que las reservas de agua del BMA tenía repartidas por la tierra. Estos grupos ejercían un férreo control en sus fronteras y las luchas por su control se sucedían continuamente. Nadie podía traspasar sus murallas y nadie podía salir. Los niveles de agua existentes en los depósitos aseguraban el suministro para el consumo y la producción de alimentos básicos durante al menos diez o doce años para una población no muy numerosa, inferior en la mayoría de los casos a los mil habitantes. Mucho tiempo para los nuevos ciclos de vida. La conservación de esas posiciones lo era todo para la supervivencia y no reparaban en utilizar cualquier método para evitar invasiones indeseadas. Los sacrificios y las matanzas se sucedían. La gente moría a las puertas de dichos recintos implorando agua mientras los vigilantes comprobaban impasibles cómo se acartonaban sus pieles hasta convertirse en esqueletos en sus últimos estertores.

Estas ciudades-agua, así se denominaron cuando todo vestigio del BMA fue borrado de los depósitos, se organizaron de forma autárquica como no podía ser de otra forma, pero alguna de ellas se atrevió a comerciar con otras aunque a un nivel tremendamente básico y casi inexistente, puesto que en ocasiones llegaron a no permitir el acceso a su vuelta a quienes se habían marchado a comerciar. Perder un miembro para estas ciudades suponía ganar unas raciones de agua más a repartir entre los demás, aunque pronto la naturaleza imbuyó a los habitantes el sentido de la perpetuidad de la especie por encima incluso del de supervivencia y, en algunas ciudades, se produjeron nacimientos y se crearon guarderías y colegios donde se enseñaban a los niños los conceptos básicos y se les permitía, recuperando una antigua costumbre, escuchar de vez en cuando el ruido que producía el agua al caer a la tierra.





Rubén Cabecera Soriano.

Talavera de la Reina a 19 de octubre de 2012.

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