No puede decirse que Juan Olvidado sea un creyente
entusiasta, probablemente ni siquiera pueda considerársele un practicante
moderado y, con un poco de atrevimiento, deberíamos situarle en la delgada
línea que separa, para algunos, el agnosticismo de ateísmo, pero hay que
reconocer que sus años de formación católica calaron profundo en él. Eso es
innegable y las lecturas de las noticias de las últimas semanas le han
recordado unas palabras que aprendió de memoria cuando apenas si tenía diez
años y que, a fuerza de repetir una y otra vez, no había (o no quería, eso es
algo que posiblemente ni el propio Juan sepa a ciencia cierta) olvidado.
Las palabras pertenecen al libro del Génesis y
forman parte del momento de la creación en el que dijo dios, después de crear
los cielos y la tierra:
-Haya luz,-
y hubo luz.
Vio dios que la luz estaba bien, y apartó dios la
luz de la oscuridad; y llamó dios a la luz “día”,
y a la oscuridad la llamó “noche”. Y
atardeció y amaneció […].
El pasaje, como bien es sabido, continúa hasta el
día séptimo en que, bien merecido por el esfuerzo realizado, dios descansó. Lo
curioso del caso para Juan es la omnipotencia de dios y la obediencia ciega de
todo lo que existía, o no, incluidos el
hombre y la “díscola” mujer, fuente de todos los males (pero esta es otra
historia que hace a Juan enardecer y que no procede contar ahora), hasta el
punto de ser capaz de crearlos, ordenarlos y someterlos a su voluntad. Pero
también sorprendía a Juan, sobre todas las cosas, la firmeza de los actos de
dios, su contundencia y la seguridad con que establecía, mandaba y decidía, y
es precisamente aquí donde Juan se escandaliza al ver cómo los hombres juegan a
ser dioses, pero no alcanzan, ni de lejos, a aproximarse a lo que, de la mano
de dios, parecía natural más que divino, y en manos de los hombres resulta un
cúmulo de contradicciones, desmentidos, rectificaciones, paradojas y, en
definitiva, una vívida imagen de lo que somos, imperfectos, incluso a los ojos
de dios, nuestro creador.
Ha recopilado Juan las últimas declaraciones de esos
que se hacen llamar “representantes nuestros” y que ostentan, por encima de
todo, cargos bien remunerados ahora y después tras su periplo político. Le ha
dedicado a esta antología un tiempo, breve, todo sea dicho, porque en realidad no
le ha hecho falta más, y ha procurado analizar lo que, en discursos más o menos
fugaces de actos más o menos ostentosos, han apostolado los dueños, o mejor,
los que se han adueñado, de nuestra sociedad, fundamentalmente en el sentido
mercantilista del término, que aún no han llegado a controlar otros aspectos
más llanos y populares, aunque todo se andará.
Ha comprobado Juan la reacción de esos, “sus y
nuestros, por obligación, mercados”, tras las palabras de esos “nuestros
políticos” y la hilaridad le hace saltar las lágrimas. Nadie en su sano juicio
puede hablar ya de la economía como ciencia exacta; todos concuerdan en la
componente social y psicológica de la misma; incluso algunos se atreven a
vincularla con las teorías del caos iniciadas por Lorenz, pero en opinión de
Juan, la economía en nuestros días no es sino un sucia guerra de guerrillas
amparada en los discursos de políticos para que, los que hacen del ruin
mercadeo su forma de vida, auspiciados por banqueros sin escrúpulos que no
tienen miedo a arruinar a infelices y confiados, incapaces de aprovecharse del
sistema como lo hacen esos predadores circunspectos que tienen en el enfermizo
egoísmo su razón de ser, puedan enriquecerse vilmente, a sabiendas de que
seremos los ciudadanos de a pie quienes asumamos sus desmanes con nuestro
sacrificio, inculpados por esos mismos políticos que nos hicieron perder la
razón y caer en las redes del mercado.
Son esos discursos y las reacciones de los mercados
ante los mismos los que han hecho que Juan reflexione y compare los pasajes de
la creación con los pasajes actuales de la economía, salvando, como no podía
ser de otro modo, las distancias “evidentes” y en breve aclaradas y, ante el “y dijo dios…”, pone Juan el “y dijo tal o cual político, o tal o cual
banquero…”. Y frente al “… y se hizo
la luz y vio dios que la luz estaba bien…”, tenemos el “… y subió la prima, y bajó la bolsa, y creció la deuda y se arruinaron
familias, y se despidieron trabajadores, y se eliminaron servicios sociales, y
desaparecieron servicios públicos, y encarecieron los bienes de primera
necesidad y vieron los políticos y los banqueros que todo eso estaba bien…”.
Sobran palabras para explicar el contenido
actualizado de los pasajes, pero esas diferencias evidentes, antes insinuadas,
que ve Juan son dos y son por desgracia extremadamente claras:
En primer lugar, no concibe Juan un dios, a
diferencia de lo que ocurre con nuestros mandatarios oradores, que, tras crear
la luz, piense, “… no lo veo claro, no me
convence, mejor deshago esto y creo otra cosa, total, soy el que manda y nadie
me va a rechistar…” y al momento diga “…
hágase, ahora pues, la oscuridad…” y vea que sí, ahora sí le gusta y
prosiga con su creación, tranquilo porque en su rectificación encuentra la
seguridad (si es que en algún momento le hizo falta) que necesitaba para
seguir.
Pero sobre todo, no ve Juan el momento en que nuestros
“representantes” lleguen al séptimo día y, a imagen de dios, decidan descansar.
Sólo en ese momento terminará esta horrible pesadilla en que han hecho caer
nuestros sueños.
Rubén
Cabecera Soriano.
Mérida
a 26 de agosto de 2012.
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