Energonomía. Parte I.

- Deme una barra de pan, por favor. – Un señor con sombrero acababa de entrar en la panadería y tras echarle un vistazo rápido al género expuesto en la vitrina, se asomó por encima de ella para pedirle al dependiente pan.

—Aquí tiene señor. —El pan estaba envuelto en papel sintético reciclado, hecho de piedra recuperada de alguna construcción antigua demolida.

—Gracias, ¿cuánto es?

—Son 43 kilojulios.

—¿Tanto?, —el energonómetro marcaba claramente esa cantidad, aún así lo preguntó.

—Bueno, este pan es artesanal —respondió el dependiente.

‑Aquí tiene, —le ofreció con su energonómetro, también llamado energo, 50 kilojulios—, quédese con el cambio.

El dependiente le miró extrañado, las propinas energéticas, lejos de estar prohibidas por la regulación energonómica, resultaban un tanto arcaicas y sin sentido, pero el cliente era un señor mayor, tal vez educado siguiendo patrones de la era antigua y no le pareció apropiado rechazarla, aunque sabía que le supondría algún que otro problema, a pesar de que la cifra era realmente baja.

Gracias, buenos días.

Buenos días.

El hombre, ciertamente de edad avanzada, se volvió a poner el sombrero que se había quitado nada más entrar y salió de la tienda. Se encaminó hacia la biblioteca donde pararía a tomar prestado un libro que había pedido hacía algunas semanas y que provenía directamente de la capital. Se trataba de un libro de historia, de los pocos que no estaban digitalizados, aunque sabía que tras su consulta pasaría, como otros muchos, a formar parte de los ceros y unos del sistema y la copia original sería custodiada por el Museo de Historia Antigua desde donde había sido enviado. No era demasiado común que el citado museo facilitase envíos de su material a distancia, pero se trataba de un afamado historiador energético que estaba preparando su último libro en el que se interesaba por el período de transición de la economía monetaria tradicional a la economía energética o energonomía. El ejemplar, fechado a mediados del siglo veintiuno, era, hasta donde él sabía, único, y a pesar de que lo había consultado en numerosas ocasiones, solicitó que le fuese enviado para, como él mismo comentaba, “poder acariciarlo en mi despacho y disfrutarlo”, casi morbosamente, entre sus papeles.


Recogió el libro perfecta y sólidamente embalado presentando su identificación y se lo llevó al despacho que tenía en la universidad caminando tranquilamente por la ribera. La paciencia era, desde luego, una de sus virtudes, así que no abrió el paquete, siquiera para comprobar el contenido, hasta llegar al vestíbulo de la universidad donde se sentó a descansar un rato contemplando con orgullo y felicidad los numerosos estudiantes que pasaban acelerados frente a él, de muchos de los cuales recibía un tímido y respetuoso saludo. Era una eminencia. Abrió el libro e inició una ojeada a la introducción de este a la espera de recuperarse del paseo y llegar a su despacho donde comenzaría una nueva lectura con profusión y avidez, tal y como intuía.


Introducción.-

Tras la larga y dolorosa crisis de principios de siglo (se refería al siglo XXI), donde desaparecieron gran parte de las estructuras sociales de los países del primer mundo y que tuvo como consecuencia la muerte de millones de personas en los países subdesarrollados al desaparecer las ayudas a los mismos, se produjeron sangrientos enfrentamientos entre las fuerzas del estado y las clases más pobres a los que se habían incorporados los llamados “nuevos indigentes”. El desenlace terminó con el derrocamiento y en algunos casos la muerte de algunos de los dirigentes políticos más denostados que habían tomado decisiones sumamente duras contra la ciudadanía, a pesar de las protestas y huelgas que se vinieron produciendo y que eran cada vez más numerosas y beligerantes, con el ánimo de conservar su poder y preservar sus riquezas. La falta de atención de la clase política y la dureza de sus acciones terminó por exasperar a la población que se levantó en armas contra sus dirigentes acusándoles de dar respuestas a los poderosos y no a ellos mismos que eran quienes los habían elegido, aunque en muchos casos esta elección no había llegado a producirse.

Se produjo un extraño período de mutación que se denominó “la primera transición” en el que se modificaron, a lo largo de más de una década, las estructuras políticas y su regulación que constituían la base del sistema de gobierno en casi todo el mundo. Esto ocasionó una serie de cambios que transformaron radicalmente la sociedad, pero al poco tiempo se pudo comprobar como el hecho de haber conservado la estructura económica basada en la moneda como concepto fiduciario era potencialmente susceptible de devolver a la sociedad a una situación por la que ya se había pasado en numerosas ocasiones como consecuencia de la avaricia y egoísmo social. La especulación, que en realidad nunca había llegado a desaparecer, volvería en breve a tomar las riendas de la economía provocando, en el momento en el que los procesos regulatorios volviesen a relajarse tal y como ocurrió en el New Deal o en la crisis de los Ochenta y Noventa fundamentalmente por la presión del dinero, de los dueños del dinero a los políticos que engrosarían posteriormente cargos en sus empresas, una situación de desigualdades y desequilibrios que provocaría nuevamente una crisis de consecuencias catastróficas como la que se acababa de sufrir.

Esta tesitura provocó la reflexión de los nuevos cargos políticos elegidos libremente por el pueblo y que tenían, por primera vez en la historia reciente, un nivel de tecnificación y conocimiento muy elevado de la historia, de la economía y de las ciencias sociales y naturales, y fruto de esa sesuda meditación surgió la idea de cambiar el sistema económico financiero sustentado en las monedas de los distintos países y utilizar una única moneda de cambio. Muchos economistas a lo largo de la historia de la humanidad habían estudiado, analizado y sacado las más variopintas conclusiones acerca de esta posibilidad, que siempre quedó descartada por razones obvias agnadas a las clases más favorecidas y que, en realidad, no aseguraba en absoluto la continuidad del progreso económico que a todas luces resultaba más o menos compatible con el progreso científico y tecnológico. Pero en esta ocasión el cambio a una moneda única se orientó desde otro punto de vista. Se planteó la posibilidad de eliminar el concepto fiduciario tal y como ocurrió en los orígenes del comercio en los que la moneda se sustentaba y respaldaba en metales preciosos, esto podría provocar un retraso y retroceso en el desarrollo que ni tan siquiera los más radicales contra el progreso querían. Así pues, se decidió que el valor de las cosas se ajustaría a lo que costaba, energéticamente hablando, producirlas.



Fotografía: www.noticias.lainformacion.com


Segunda parte...

Rubén Cabecera Soriano.

Mérida a 20 de julio de 2012.

5 comentarios:

  1. Esto es el prólogo de un buen libro, si te animas. Ciencia ficción de la wena. De la que crea un futuro ficticio basado en la situación real actual. Con ideas totalmente innovadoras, difíciles a priori, pero con base suficiente para hacerlas totalmente creíbles. Te vas superando y espero que este capítulo cree en los demás la expectación que ha creado en mi. Espero ansioso nuevos capítulos.

    ResponderEliminar
  2. Si que está muy requetebien! Me quedo con ganas de más! :-) Na8

    ResponderEliminar
  3. mientras leia, me acordaba de "Fundación"....

    ResponderEliminar
  4. Muy bueno, sabe a clásico de ciencia ficción.
    Pero sólo 43 KJ por una barra de pan!!!!!!! Estamos que lo tiramos!!!

    ResponderEliminar
  5. A mi me ha encantado el comienzo. Sí sabe a ciencia ficción cuando la lean en el año 2043 pero espero q seas un visionario q tiene la relidad bajo sus pies. No pares de escribir por favor. k

    ResponderEliminar