Ahora entiendo por qué
hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, ahora sí. Juan Olvidado llevaba un buen rato intentándole hacer ver qué sentido tenían
la tan manida frase en los tiempos actuales. El café de la tarde prometía, lo sabía
y quería estar preparado. Los datos estaban encima de la mesa, junto a las dos
tazas, un sinnúmero de papeles garabateados, subrayados. Juan se había pasado
la mañana del domingo buscando estadísticas de los países más desarrollados del
mundo para compararlas con el nuestro. Pocos se escapaban al fervor competitivo
de nuestro país y pocos eran los apartados en que nos veíamos superados:
España es el país del mundo con más autovías gratuitas en proporción a
su territorio y al número de habitantes.
España es el país del mundo con mayor número de palacios de congresos
y exposiciones en proporción al número de habitantes por localidad.
España es el país del mundo con mayor número de hospitales por
habitante.
España es el país del mundo con mayor número de kilómetros de vías de
trenes de alta velocidad por habitante, mientras que a muchas localidades no
llega ningún otro por lento que sea.
España es el país del mundo con mayor número de aeropuertos por
habitante.
España es el país del mundo con mayor número de campeonatos del mundo
de fórmula uno y de motocicletas (alguno que otro lo iguala).
España es el país del mundo con mayor número de viviendas por
habitante, no en propiedad, sino vacías y como corolario de este, el de mayor
número de empresas constructoras e inmobiliarias.
Pero en una cosa claramente
no ganamos, insistía Juan, no somos el país que genera más riqueza del mundo y estamos lejos de
serlo. Juan le miró seriamente, a los ojos, buscaba su complicidad, su
entendimiento, lo encontró. Y si no somos
el país más rico del mundo y otros países tienen más riqueza que nosotros, pero
menos infraestructuras y servicios, ¿cómo podemos mantenerlo? Era la
pregunta obvia que Juan esperaba, es
ahora y a nosotros, cuando han decidido dejar de prestarnos dinero porque no
confían en nuestra capacidad de devolverlo como país y es ahora cuando nos toca
recortar, échale un vistazo a los presupuestos. No podemos sostener, ni
mantener todo aquello que en un enfermizo fervor irracional quisimos tener.
Juan supuso que con esta frase todo quedaba aclarado. En España, la falta de previsión y planificación junto con el “y yo más”
contrapuesto al “y tú más” para según qué circunstancias ha sido siempre nuestra
lacra, agravada por el hecho de que nosotros, los ciudadanos de a pie, no
queremos recortar, como es lógico, e imagino que ni siquiera nuestros
dirigentes lo quieren, pero nos lo imponen como condición para poder seguir en
el carro de los de arriba, para que no prosigamos con nuestra incipiente caída
hacia el subdesarrollo, que por otra parte, creo ya es casi inevitable, pero
sobre todo porque aquellos que nos prestaron su dinero han comenzado a imaginar
qué les ocurriría si no consiguiésemos pagarles. En principio, si tuviese la
oportunidad de hablar con ellos, les diría que no se preocupasen, que lo tienen
muy fácil, tan sólo tendrían que convencer a los que nos gobiernan para decretar
una ley con la que, por los medios más sutiles que sus perversas mentes
elucubrasen, recuperar su dinero, aun a costa de nuestro empobrecimiento.
Juan levantó nuevamente la cabeza esperando el asentimiento, llegó en forma de
aseveración, y esto es en realidad lo que
están haciendo.
Así es, afirmó Juan, pero fíjate que
en condiciones normales la repercusión de un impago fundamentado en un
crecimiento real, es evidente que las carreteras están ahí, pero que no genera
riqueza de forma proporcional a la inversión requerida y que se ha concebido
mediante la creación de deuda desde las entidades financieras y no desde alguna
otra riqueza, no sería, a priori, demasiado grave. Tal vez algunos se quedasen
sin sus yates o coches de lujo, pero en fin, podrían sobrevivir intuyo, aun así
en previsión de esta circunstancia y como consecuencia del egoísmo social que
les imbuye, los ingenieros financieros decidieron repartir el riesgo
incrustándolo en cada ciudadano que se acercase a un banco para adquirir
cualquier producto, ya fuese asegurado o no, porque entenderás que, aun en el
caso de estar asegurado, si el banco no tiene dinero para devolver no lo va a
hacer. Es decir, buscaban que todos perdiesen, menos ellos. Sin embargo, ahora
cuando tenemos la obligación de reducir la deuda y no me cabe duda de que este
hecho se va a producir, toda la presión recae sobre nosotros, no es
proporcional a la riqueza individual, si se ha vivido globalmente por encima de
las posibilidades reales, parece justo pensar que se reparta el “castigo del
recorte” de forma equitativa. Curiosamente esto no sólo no se hace, sino que no
se puede hacer, por una cuestión meramente estadística. Los pobres somos más,
en consecuencia quitarles poco ,o mucho según se mire, a muchos, eso sí, es más
fácil que quitarles mucho a unos pocos, aunque en época de crisis sean curiosamente
más. El café estaba helado, ni un
sorbo cuando todavía humeaba, al menos la pausa le sirvió a Juan para
contemplar la puesta de sol.
Este es el motivo por el
que fui a la huelga, nuevamente le miraba a los
ojos, sabía que esta parte le haría rabiar, hice
huelga por ti; sí, por ti, no me mires extrañado; tú que trabajas en tu propia
empresa, y que este mes tendrás, como en el anterior, dificultades para pagarte
un sueldo por mísero que sea y que puedes haber pensado socarronamente que
hacer huelga te ahorra un día de salario; hice huelga por el que presionado por
su jefe no pudo ejercer su derecho; la hice por quienes ni si quiera podrían
hacerla en el pleno sentido del término porque están parados, porque no
encuentran trabajo; la hice por todos aquellos que sentimos que estamos
perdiendo derechos en beneficio de un no se sabe quién, o sí, pero preferimos
ignorarlo; la hice para protestar por lo que creo que es injusto y, desde luego
en mi pensar nunca estuvo el daño a la economía del país, es más, créeme por
demagógico que suene, que con creces recuperé al día siguiente las horas
perdidas en la huelga. Y créeme también cuando te digo que en mi huelga no
estaba presente ninguna organización sindical y que respeté escrupulosamente a quienes
decidieron no secundarla y critico y acuso a aquellos que procuraron sabotear el
derecho al trabajo, como también critico y repudio a aquellos que impidieron el
derecho a la huelga. No te olvides que mi beneficio es el tuyo; entre los
pobres, la mayor riqueza es la compartida ya que nunca conseguiremos suficiente
patrimonio individual para satisfacer nuestra avidez.
No es necesario insistir en
que la situación es grave, es evidente, pero ¿sabes una cosa?, no tengo tampoco
ninguna duda en que saldremos de esta, siempre ha ocurrido así. En esta lucha
constante que es nuestra vida, el afán de supervivencia nos permite proseguir.
Sólo tenemos que transformar nuestra angustia y pensar positivamente, pese al
sufrimiento.
Rubén
Cabecera Soriano.
Mérida a 30 de marzo de 2012.
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