La culpa es tuya.


Extracto sustraído del diario privado del presidente del gobierno con fecha 7 de julio.

“… ese hombre llevaba ya muchos días en la puerta del Congreso, al menos eso es lo que me había dicho el personal de seguridad. Siempre con la misma pancarta en las manos: La culpa es tuya. Y debajo: Mi ruina es tu responsabilidad, me has engañado. Ya estaba cansado, muy cansado de verle día tras día, siempre en idéntica disposición, siempre con la dichosa y maldita pancarta, en silencio, sólo mirándome cuando llegaba o salía y apenas acompañándome unos metros hasta que se cercioraba que le había visto y que no había pasado desapercibido para mí.

Los periódicos me retrataron con él de todas las formas habidas y por haber, a pesar de que siempre procuraba no acercarme demasiado, pero con la prensa ya se sabe, es inevitable, ese señor obtuvo su momento de gloria.

Hice muchas gestiones para conseguir que no se acercase al edificio, pero siempre estaba allí. Los agentes no encontraron ningún argumento suficientemente admisible como para impedirle que se aproximase. No hacía nada excepto estar. Nunca me libraba de él, parecía que supiese mi horario, incluso durante algún tiempo pensé que alguien del gabinete le pasaba mi agenda ya que me confirmó la policía que siempre aparecía escasos minutos antes de que yo llegase y se iba poco después de perderme de vista tras acceder al interior.

Hoy mi paciencia se agotó y cuando bajé del coche y le vi acercarse, sin decir nada, pancarta en mano, me dirigí a él para invitarle a entrar a mi despacho tras la sesión y que me explicase qué quería. Mantuve la compostura para evitar malos entendidos con los periodistas.

Por un instante le vi dudar, le vi amedrentado, o al menos eso creí, después de tanto tiempo, seguramente estar allí se había convertido para él en un acto rutinario y yo había conseguido romperle, aunque, por lo que pasó después, sólo momentáneamente, su planteamiento, su protesta o su reivindicación, como quiera que él lo llamase.

Tras la finalización de la sesión este señor estaba esperándome en la antesala de mi despacho. Ojalá no se hubiese presentado, al menos ese fue mi deseo cuando le vi. Tenía muchas cosas por hacer. La pancarta había desaparecido. Se había puesto chaqueta. No llevaba corbata y el pelo estaba algo desaliñado, tal vez el fuerte viento le había descolocado la cabellera. Le invité a pasar y le pedí que se sentase y esperase mientras hacía algunas llamadas. Sólo asintió.

De vuelta con él le pregunté por qué me había estado acosando, a qué se debía esa actitud y de qué era yo culpable. Se rió. Me dijo que sabía perfectamente de qué era culpable y que las otras cuestiones que le planteaba tenían poca importancia. Eran sencillamente cuestiones meramente personales que prefería no tratar, aunque se preocupó muy mucho de aclarar que en ningún caso había estado acosándome y que mi actitud en ningún caso había sido irrespetuosa, o al menos no más que la suya. Eso me dijo. Bien, acláreme pues, ¿cuál es mi culpa?, le dije.

Por momentos el rostro de este señor se transformó, tuve la sensación de que me iba a enfrentar a algo que no deseaba oír, pero que perfectamente conocía. Iba a decirme todo aquello que durante muchos meses se había estado publicando en los medios. Aquello que estaba en boca de todos, pero que nadie se atrevió a indicarme nunca porque, soy el presidente. Siempre he sido honrado, nunca he robado nada, ni tan siquiera me he aprovechado de mi cargo para mis intereses, en cambio mis decisiones habían sido dañinas para todos, bueno en realidad para algunos, para los menos favorecidos. Había hecho caer todo el peso del sacrificio durante la crisis sobre los hombros de los trabajadores, de los más pobres, mientras que los ricos, las empresas poderosas, los bancos, se habían aprovechado de la situación para incrementar su patrimonio. La crisis finalmente había quedado atrás, pero a qué precio. El número de pobres se había multiplicado como consecuencia de la subida de impuestos y de la inexistencia de incentivos para la creación de empleo y la beneficencia no daba abasto. Los servicios sociales tuvieron que ser privatizados, al igual que la educación y la sanidad. La gente protestó, pero  en seguida olvidó con algunas medidas populistas que tuve que tomar y, la verdad sea dicha, los éxitos deportivos ayudaron mucho. El decreto de profesiones con futuro fue todo un éxito, aunque algunos hicieron burla del mismo hablando de que las únicas profesiones que verificarían el articulado serían pedigüeño, emigrante o esclavo, ya que eran las que cumplirían los requisitos de objetivos laborales a alcanzar y que, consecuentemente, escaparían al pago de seguros sociales. En fin, estaba entregado, estaba dispuesto a escuchar sus acusaciones; todas las medidas que tuve que tomar fueron consecuencia de la situación y, como muchas de mis pesadillas nocturnas me revelaban, de las presiones de los poderosos que vieron en la crisis la oportunidad definitiva para enriquecerse enfermizamente. Su silencio me inquietaba. Sonreía. Parecía que supiese qué estaba pensando. No tengo todo el tiempo del mundo, le dije. Lo sé, me contestó y siguió en silencio un rato más. Escudriñaba en mi interior cada pensamiento que me fluía haciéndome daño, un daño que llevaba mucho tiempo sufriendo, pero que intentaba ocultar tras la cortina del supuesto bienestar del país. Un bien que sabía no era real. Entregamos a los bancos el dinero, nuestro dinero, casi sin interés para que luego ellos nos comprasen deuda, nuestra deuda mucho más cara. Arruinamos el país, se lo vendimos a los bancos. De hecho yo mismo no soy más que un títere de ellos, cuando quieran desapareceré. Entonces comenzó a hablar: Usted tiene la oportunidad de reparar toda la pobreza que ha causado, sólo tiene que ser valiente, asumir su responsabilidad y deshacer lo que ha hecho para que los favorecidos sean la mayoría y no sólo algunos privilegiados. La culpa es suya. La culpa es tuya, si me lo permite, pero sobre todo debes ser capaz de redimirte con quienes te eligieron, no con quienes te pusieron y favorecer a quienes realmente constituyen la mayor parte de esta sociedad en que vivimos.

Mi reacción me sorprendió, nunca pensé que pudiese responderle como lo hice, perdí los papeles, eso está claro, pero todo lo que durante su silencio pensé se esfumó y salió aquello que durante tanto tiempo me enseñaron y que, por suerte o por desgracia, tan bien hago: divagar, ocultar, no reconocer, pero sobre todo culpar. Sonreí. Luego siguieron carcajadas, ¿yo soy el culpable?, ¿qué sabrá usted de culpas?, el culpable es usted que no ha sabido vivir con lo que tenía, no me acuse de quitarle cuando usted seguro se procuró más de lo que debía. Ahora haga el favor de marcharse. Evidentemente me fallaron las formas.”



Extracto sustraído del diario de Juan Olvidado con fecha 7 de julio.

“… Otro miserable más, igual que el presidente del banco, vio el mensaje, me llamó y no confesó, pero se sabe culpable, verdaderamente culpable.”







Rubén Cabecera Soriano.


Mérida a 13 de enero de 2012.

1 comentario:

  1. Mari Carmen Serrano14 de enero de 2012, 16:14

    No entra dentro de mi ánimo ni es característico de mi persona el levantarme cada mañana dando gracias al sol...es por eso que agradezco, y cada día mas, encontrarme con personas que aun disfrutan de lo que hacen o mas bien, y no faltando a lo que realmente quiero decir, hacen un disfrute de lo que les gusta. Gente emprendedora y sin miedos a los que no les importa decir lo que piensan aunque eso no le guste mucho "al otro"...

    No se muy bien si metiéndome donde no me llaman y movida por la curiosidad que me produce la siempre crítica personalidad de Juan Olvidado,me gustaría retarle, don Juan, si me permite el atrevimiento, a que bucease dentro de sí y nos mostrase cual es el motor, el motivo primero que le mueve a sentarse frente al papel(siempre y cuando utilice usted tan poético y arcaico recurso) y: escribir.
    Y es que independientemente de lo que cuentan sus palabras, que es mucho, pìenso que se esconde la necesidad de hacerlo: de escribirlo y que le lean...Pues de eso,de esa necesidad,Sr. Olvidado,es de la que quiero que nos hable.

    Mis mas sinceras disculpas de antemano si no es este el medio el que debería utilizar para proponerle mis sugerencias, pero desconozco el correcto.

    Un saludo,Rubén, y gracias por tus publicaciones

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