Payasos.


El tenue reflejo de la televisión delataba que no hacía mucho tiempo que había sido apagada. Juan Olvidado intentaba descansar en su sofá, pero la última noticia del telediario le había terminado por exasperar. Le irritaba la lenta y pesada cadencia con que los políticos solían hablar cuando se les entrevistaba en directo. Éste era especialmente versado en esas batallas y no había pregunta que no consiguiesen eludir escapando a los incisivos y corrosivos planteamientos que el entrevistador le hacía. La extrema y pesada lentitud con que sistemáticamente respondía a las preguntas resultaba tediosa, aburrida y, en definitiva, insultante para cualquier inteligencia, porque era indudable que estaba usando cada segundo de tiempo entre palabra y palabra para pensar la siguiente con el ánimo de no comprometerse lo más mínimo ni de caer en contradicciones que, ya de por sí, resultaban evidentes con su sola presencia. Tantas frases llenas de clichés y rebosantes de demagogia barata tenían un límite y lo habían encontrado en la paciencia de Juan.

Juan llevaba unos días huyendo de la prensa, de la radio y de la televisión. Por momentos se creyó más feliz, desentendido de toda la falsedad que rellenaba artículos, noticias y reportajes en los medios de comunicación. No alcanzaba a entender cómo podían llegar a ser tan diferentes las interpretaciones que, de un mismo hecho objetivo, realizaban tanto periodistas como políticos. A pesar de ser hombre de letras había cuestiones que Juan entendía como no susceptibles de interpretación por más que algunos se empeñasen en lo contrario hasta la exasperación del aturdido auditorio. Pero más aún le sorprendía aquellos incapaces, o tal vez incapacitados por el aberrante sometimiento que imponen los medios, de ver más allá de las opiniones de sus correligionarios, cuya diversidad quedaba justificada en cualquier caso; es gente que asume como verdad absoluta aquello que sale por la boca de sus amantísimos.

- Es imposible alejarse de esta maldita realidad- esa era la frase con la que casi se había presentado a José Perdido cuando llegó el día anterior a su casa. Era el fontanero que iba a arreglarle el fregadero.

La extraña mirada con la que José le devolvió el saludo le despertó de sus pensamientos y le devolvió precisamente al lugar del que quería evadirse cuando comenzó a contarle, casi sin sacar las herramientas de su caja, que acababan de despedirle de su empresa y que sólo le quedaba hacer esos “arreglos para tirar pa’lante”.

- Llevo más de veinte años trabajando con ellos, no recuerdo haber faltado ni un solo día y así me lo agradecen. Me han echado sin pensárselo dos veces. A la calle, con cincuenta y dos años y tres hijos. Mi mujer no trabaja, ¿sabe usted? Pero quiere empezar a limpiar casas para ayudar. No he podido decirle que no. En el servicio de empleo me dicen que va a ser difícil, que me conforme con la prestación. Pero, mire, es mínima, mucho de lo que ganaba me lo pagaban en dinero b, la verdad es que yo no me quejaba y con lo que recibiré ahora no tengo para mi familia. – Se estaba quitando el abrigo, había dejado sus bártulos en el suelo. – Dígame, ¿dónde está la cocina?

- Por aquí. No sé exactamente qué le pasa al fregadero, pero lleva goteando varios días.

- Ah, ya veo… Esta mañana, escuché en la radio a un señor que decía representar a los empresarios y que daba soluciones fabulosas para resolver los problemas de empleo y cuando digo fabulosas no me refiero a soluciones buenas, sino de fábula. Parece ser que con pocas horas de trabajo todos conseguiremos tener algún sueldo por pequeño que sea. Yo me preguntaba si él estaría dispuesto a compartir su trabajo y su sueldo conmigo. Seguramente yo no tendré tantos estudios como él o puede que sencillamente no tenga los mismos amigos, que en este país somos muy de eso, pero al menos soy trabajador y honrado. No sé si él podría decir lo mismo. – Abrió su maletín y sacó un par de herramientas de curiosa forma, se metió bajo el fregadero. Su tono de voz se metalizó por momentos.- Y después un consejero hablando de recortes y más recortes: recortes en educación, en sanidad, en prestaciones sociales, recortes a los funcionarios; la realidad es que los recortes más importantes que estamos sufriendo, a pesar de todo, son recortes de ética y de moral. Parece importarles muy poco a estos, nuestros políticos, lo que podamos sufrir con tal de complacer a los dueños del maldito dinero. Si tienes mucho, perder un poco no se nota, pero cuando estás apurado, perder algo, por poco que sea, puede resultar terrible. En las noticias me hablan de primas de riesgo, de déficit, de necesidades del tesoro de colocar deuda y de lo especulativos que son los mercados. No entiendo nada. – Una tuerca se le resbaló de las manos, el grifo goteaba. – Ciérrelo por favor.

- A veces tengo la sensación de estar viviendo en un circo, - José Perdido prosiguió - pero lo terrible es que creo que soy uno de los payasos. Todos se ríen de mí. Me tiran merengue, me echan agua, me empujan, me pisotean. Me piden que me desnude para burlarse de mi ropa interior, me quieren ridiculizar. Me atan, me meten en cajas minúsculas, quieren que suba a escaleras hechas de papel para que me caiga. Mi pintarrajean. Y al final de la función todos aplauden, los que han participado y los que sólo han sido espectadores, pero ellos no han pagado, ha sido mi dinero el que se ha usado para su entrada. Y piden bises y no puedo negarme, no me queda más remedio que hacerlos una y otra vez, una y otra vez. Y siguen aplaudiendo, y quieren más, siempre más, nunca tienen suficiente.

Juan Olvidado le miraba fijamente. Al cabo, cuando José terminó de hacer su trabajo, Juan le pagó, le dio las gracias y una generosa propina. Se despidieron en el umbral con extraña efusividad, casi se abrazaron. Juan apenas si habló, pero escuchó. José se desahogó.

Juan volvió a la cocina, abrió el grifo, ya no goteaba. “Un trabajo bien hecho” pensó, “pobre hombre”. Decidió bajar a comprar el periódico, ese del que había estado huyendo desde hacía unos días. Deseaba encontrar en alguna noticia a los otros payasos.


Rubén Cabecera Soriano.

Mérida a 16 de diciembre de 2011.

1 comentario:

  1. Interesante la conversación de los protagonistas. Tal vez tenga razón José y todo sea un circo, pero no de la risa ni de soluciones fabulosas como bien pudiera ser... Entonces quién sería el dueño del cirso?, a lo mejor...¿la banca? Quizás Juan y José puedan responder.

    ResponderEliminar