Engañado.

Le preguntaron y él respondió. Le advirtieron, pero no escuchó. Confiaba, pero le defraudaron. Le mintieron y quisieron justificarse. ¿Cómo podría volver a creer? Juan Olvidado nunca fue persona ciega, no es alguien a quien pueda reprochársele haberse entregado al mejor discurso, alguien a quien con la mera dicción se engatusase como a audiencias más entregadas. Al no ser hombre crédulo, siempre procuraba buscarle coherencia a las innumerables y en ocasiones increíbles promesas que escuchaba en boca de políticos quienes, osados como nadie, temerarios y tal vez desenvueltos en exceso, se procuraban con sus peroratas fieles y acérrimos seguidores, incapaces, tal vez por necesidad, de enjuiciar la sarta de mentiras con que se les arrastraba hacia el irreverente abismo del voto, pues en éste encontraban la perfecta excusa para sus futuras acciones por contrarias que éstas pudieran llegar a ser con respecto a sus compromisos de campaña; eran aquellos capaces de llenar desde su manida verborrea grandes auditorios, pero que resultaban huidizos y astutos hasta lo vergonzante cuando se les increpaba sobre lo que aseguraron harían para favorecer la paz social, los servicios a la comunidad y mejorar las condiciones laborales, incumpliéndolo sistemáticamente cuando el poder recaía en sus manos.

Le habían engañado, eso era indiscutible y Juan Olvidado decidió que tenía que hacer algo. No es hombre de calle, no le gustan las aglomeraciones y salir con pancartas a hacer ruido no es precisamente algo que le entusiasme, aunque piensa que siempre es un buen método de presión que debería hacer reflexionar a los mandatarios, a pesar de que lo que normalmente consigue es sencillamente discusiones acerca del número de manifestantes y cómo de prudentes fueron las fuerzas de seguridad del estado a la hora de evitar incidentes. Juan pensó en denunciar ante los tribunales al partido político del gobierno por estafa, por insidias, incluso injurias, pero un amigo suyo abogado le hizo desistir, le explicó que no conseguiría siquiera que le admitiesen a trámite la demanda y que, en definitiva, le supondría un gran esfuerzo que desde el primer momento estaría avocado al fracaso, tal vez si fuese una demanda presentada conjuntamente con un gran número de ciudadanos, o a través de una asociación podría conseguir que, al menos, se le escuchase, pero no mucho más. Juan sabía que ese no era su camino. Consideró varias posibilidades, huelga de hambre, acampada solitaria frente al Parlamento, pero ninguna le convencía, finalmente una mañana entendió qué debía hacer. Buscó el modo de entrevistarse con algún cargo político del gobierno, luchó para que le recibiera el presidente, estuvo mandando cartas más de seis meses consecutivos, todos los días. Finalmente consiguió que un subsecretario del secretario del director general de una subdirección perteneciente al Ministerio del Interior le recibiese. Curiosamente ese también era cargo político.

Llegó a la reunión con cinco minutos de antelación, le gustaba la puntualidad. Pero tuvo que esperar algo más de una hora por quién sabe qué excusa incomprensible que procuraron ofrecerle, pero Juan estaba armado de paciencia. Finalmente la puerta se abrió y amablemente le invitaron a entrar. El despacho era modesto, eso le agradó, no encontró signos de ostentación ni opulencia. Una mesa redonda con cuatro sillas y una mesa de despacho con un sillón aparentemente cómodo y dos sillas confidente. Poco más, pues poco más necesitaba ese cargo.

- Supongo que no sabrá por qué estoy aquí, imagino que no le hará demasiada gracia que le hayan derivado esta cuestión, aunque evidentemente su discurso debe ser que usted está para servir a la ciudadanía. Se lo agradezco, pero la verdad es que me gustaría que, formalismos aparte, pudiera darme respuesta a la petición que formalmente realicé y que ha sido sistemáticamente desviada hasta llegarle a usted, - Juan no quería perder tiempo ni hacérselo perder al subsecretario del secretario del director general de esa subdirección perteneciente al Ministerio del Interior-, así que le rogaría que directamente me informase del procedimiento que debo seguir para conseguir que me devuelvan mi voto. Esa es la máxima y mayor responsabilidad que puedo ejercer en democracia y como ustedes me han defraudado, la opción que me queda es reclamar lo que es mío, el voto es un derecho que ejerzo en libertad y quiero recuperarlo. - La cara de su interlocutor se mostró impasible frente a la contundencia de la exposición de Juan, habían sido muchas horas de entrenamiento frente a masas enfervorecidas como para que unas frases pronunciadas con elocuencia y rotundidad le fuesen a sacar de sus casillas.

- Verá usted, esta cuestión, cómo decirle, es absurda por imposible, sin ofender. Aunque pudiésemos constitucionalmente hacerlo, debe entender que es un derecho que se ejerce en secreto bajo la premisa de la libertad, no queda constancia de en favor de qué signo político emitió su voto, con lo que cómo podríamos devolvérselo.

- Mire, en primer lugar como bien dice no hay constancia de que haya ofrecido mi confianza a uno u otro signo político, es más, ni siquiera de que se lo haya dado a ninguno, mi opción podría haber sido otra. En cualquier caso sí podrá comprobarse que ejercí mi derecho. Eso es un punto a mi favor. No pretendo, en segundo lugar, que mi voto se descuente del partido político al que se lo di, aunque estaría dispuesto a declarar frente a un tribunal si fuese necesario el sentido del mismo, libremente, porque créame en realidad es lo que me gustaría hacer si con eso consiguiese descontarles mi voto. Con esto trato de manifestar mi más profunda desaprobación y repulsa ante la afrenta que ustedes con total impunidad han cometido. Me han engañado y, como a mí, a muchos ciudadanos, nos han defraudado, no han cumplido con lo que prometieron y si las circunstancias les han superado y no han sido capaces de mantener su palabra deberían al menos haber pedido perdón y haberse retirado conservando algo de dignidad, pero eso es algo de lo que ustedes no entienden, preocupados como están en satisfacer las demandas de los poderosos que les permitirá asegurarse un futuro cómodo cuando, a fuerza de desengaños, los indecisos decidan cambiar el signo de su voto y tengan que abandonar la interinidad que la ciudadanía en conjunto os hemos permitido ejercer en nuestro nombre y para gobernarnos a nosotros, no para ellos. Sí, sé que generalizar no es justo, pero su organización jerarquizada no permite salvar a nadie si desde la cabeza se actúa injustamente, porque aunque su trabajo sea eficaz, finalmente estará siguiendo las directrices de su partido que estaban reflejadas en su programa y si no las cumplen, las contradicen o se las saltan, seremos nosotros quienes tengamos que hacerles rendir cuentas, pero cuatro años es demasiado y es mucho lo que se puede perder a lo largo de todo ese tiempo, así que mi planteamiento, que es más una protesta y un signo de rebeldía frente a la que considero la más grave estafa social que un partido puede llevar a cabo, es el de retirarles mi voto, quiero que estadísticamente no figure en su haber. No quiero esperar a una nueva convocatoria de elecciones en las que me intenten engatusar con lo que quiero oír, para posteriormente hacer y deshacer según la conveniencia y con la connivencia de quién sabe qué intereses inconfesables. Quiero que me devuelvan mi voto, quiero hacerles sentir vergüenza por su actuación y que públicamente pidan disculpas por sus mentiras. Esto es lo que exijo.

- Entiendo como se siente, - Juan intuyó una sonrisa en el rostro del político que le enervó- , pero no veo el modo de ayudarle, está usted planteando algo que no aparece en ninguna ley, que trasciende más allá de mis competencias.

- Sé que su deseo sería mandarme a algún otro despacho o sencillamente hacerme rellenar algún impreso que siguiese posteriormente algún protocolo que dependiese de algún funcionario; incluso es posible que consiga encontrar ese resquicio, pero no obtendrá tan fácilmente mi rendición. Lo que pretendo hacer es un símbolo que debería asustarles de verdad, debería ponerles en guardia y comenzar a responder realmente las demandas de la sociedad, de la mayoría y entender que ustedes están a nuestro servicio y que nosotros no somos sencillamente números censados con nombres y apellidos a quienes mandarles cada cuatro años una papeleta con un nombre marcado y un resumen de un programa electoral. Imagino que usted no podrá dar traslado de esta conversación a quien hubiese sido mi deseo, pero dese al menos por enterado y reflexione si sus supuestas convicciones se lo permiten sobre lo que acabo de decir. - La puerta del despacho se abrió tras unos suaves golpes y la secretaria del subsecretario del secretario del director general de esa subdirección perteneciente al Ministerio del Interior asomó ligeramente su cabeza.

- Disculpe, pero tiene otra reunión en cinco minutos.

Juan Olvidado no es de los que les gusta resolver el mundo en la barra de un bar entre amigos, prefiere guardar silencio y escuchar las opiniones de los demás, asintiendo de vez en cuando si algo de lo que alguno de sus escasos compañeros dice le parece interesante, aunque normalmente sus silencios le delatan. Siempre consideró inútiles esas discusiones, sin embargo, cuando la secretaria cerró la puerta tras el aviso, cayó en la cuenta de que lo que había estado haciendo era bastante similar a aquello de lo que constantemente huía. Ese no era el camino, de poco servía discutir, la opción era actuar.

Juan Olvidado le miró directamente a los ojos y ahora fue él el que sonrió, - no se preocupe, yo también tengo que marcharme, ya he perdido demasiado tiempo.

Rubén Cabecera Soriano.

Desborough a 26 de noviembre de 2011.

No hay comentarios:

Publicar un comentario